miércoles, 28 de agosto de 2013

De genes marxistas, raza española y manipulación...


      La manipulación psiquiátrica, en impostada comunión con la genética, no es nueva ni exclusiva de los lobbies conservadores y neoliberales como ya se apuntó en una entrada anterior. Setenta y cinco años hace ya que Franco quiso responder a los interrogantes de si el rojo nace o se hace, al objeto de determinar qué clase de mutación conduce a la adhesión de un individuo al marxismo. Durante la Guerra Civil y los primeros años de posguerra, Antonio Vallejo Nágera, jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército de Franco, fue quien investigó con presos de guerra, fundamentalmente brigadistas internacionales, para determinar "las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político-democrático-comunista". La conclusión más relevante del informe "Biopsiquismo del Fanatismo Marxista" fue que "el marxismo se nutre de las personas menos inteligentes de la sociedad" y que "la perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de lo que sucede con los regímenes aristocráticos donde sólo triunfan socialmente los mejores".

        Desde su posición de privilegio, el psiquiatra también se atrevió a concluir que "la raza (sic) o espíritu español se forja por medio del militarismo social, que quiere decir orden, disciplina, sacrificio personal, puntualidad en el servicio, porque la redoma militar encierra esencias puras de virtudes sociales, fortaleza corporal y espiritual" y en la mejora de esta raza el aparato franquista debía promover "la militarización de la escuela, de la Universidad, del taller, del café, del teatro, de todos los ámbitos sociales".

   

Manifestación (1934), por Antonio Berni (1905–1981). Museo de Arte de Buenos Aires.

sábado, 17 de agosto de 2013

Sobre parte de una historia, o Aldecoa en La Graciosa...

            Ayer, a la caída de la tarde, cuando el gran acantilado es de cinabrio, he vuelto a la isla. Las cabezas de los cazones y sus entrañas yacían en las rocas cercanas al muelle, arrojadas al creciente de la marea. Las gaviotas abatían sobre los despojos. Los hijos de Roque y otros muchachos pulpeaban con máscaras de buceo, y en el grao de La Caleta se confundían, por las sucias haldas del agua, gallinas y pájaros de la mar en sociedad apacible. Una mujer en cuclillas extendía un estático cardumen de pejeverdes en el picón del secadero, y el ala baja y ancha de su sombrerillo de pleita me impidió verle el rostro. El molino de gofio, sin velas, como un gigantesco esqueleto de reloj, alzaba sus engranajes y estructura hexagonal por cima del caserío. El rebaño de camellos se perfilaba en las dunas volviendo de los matos pastizos de la llanía.

(“Parte de una historia”, Ignacio Aldecoa, 1967)



El pescador griego, por Nelson Sandgren, óleo sobre tabla. Colección particular.