El pasado verano tuve la suerte de poder adquirir, en un mercadillo de viejo en Caracas (Venezuela), una copia de la descatalogada Introducción a la Biología Marina (Acribia, 1974), autoría a cargo del doctor Bayard H. McConnaughey, del Departamento de Biología de la Universidad de Oregon. En su página 170 se puede encontrar un dibujo a plumilla de una criatura que, en los últimos años en los que la investigación oceanográfica alcanza con mayor frecuencia la zona abisal, ejerce como icono de las profundidades. Recordé, después de rebuscar, la portada que se le dedicó en Times en 1995 bajo el sugerente título de Mysteries of The Deep (Scientists are set to conquer the last frontier: the ocean floor). Aunque la bibliografía existente es escasa, por el momento, y las referencias en la red tampoco brillan por su amplitud, lo más básico del feo pez es lo que sigue.
Fotografía de Theodore W. Pietsch, University of Washington (USA).
Melanocetus johnsonii, descrito en 1864 por Gunther sobre una hembra capturada frente a las costas de Madeira, pertenece al único género de la familia Melanocetidae, cuya etimología procede del griego melanos, "negro", y cetus, "monstruo del mar". Se trata de un pez batipelágico que habita el Atlántico, el Pacífico y el Indico, en profundidades superiores a los 1000 m, más habitualmente entre los 3000 y 4000 m.
De color marrón parduzco, lo que le facilita camuflaje, dientes afilados y flácido estómago, como se aprecia en la imagen, presenta sobre la cabeza una antena móvil que nace en la nariz, evolución de una vértebra, tomada por bacterias bioluminiscentes en simbiosis con el pez y que, cuando se iluminan, actúan como señuelo para atracción de otros peces que confunden la protuberancia con algún tipo de gusano. Cuando una víctima cae en la trampa, M. johnsonii la sujeta con sus grandes dientes y la engulle sin mayores dificultades, pues su enorme boca le permite tragar presas del doble de su propia longitud, lo que le proporciona una importante ventaja competitiva en la profundidad abisal.
Fotografía de Jan Yde Poulsen, Ph.d. student, University of Bergen, Noruega.
http://jypichthyology.info
M. johnsonii presenta un acentuado dimorfismo sexual,
ya que las hembras alcanzan un tamaño en torno a los 100 mm (máximo de
135 mm) y los machos, muchísimo menores, apenas superan 20 mm, aunque
disponen de mayor musculatura, lo que les habilita para recorrer
grandes distancias en búsqueda de pareja, ya que las hembras dispersan
señales químicas que pueden ser detectadas a gran distancia. Durante el
apareamiento el macho muerde el vientre de la hembra y, al cabo de un
tiempo, se funde con ella y se convierte en un apéndice de su cuerpo.
La hembra facilita al macho riego sanguíneo y nutrientes, y en
contrapartida este le proporciona esperma de forma continua para
fertilización de los huevos. Hasta no hace mucho tiempo pareciera que
únicamente se capturaban especimenes hembra y ningún macho, pero
posteriormente se observó que todas estas hembras tenían una especie de
parásito cerca de los órganos genitales y fue cuando los científicos
observaron que se trataba del macho. De esta forma, se garantiza la
reproducción en un medio en el que encontrar pareja resulta
dificultoso.
En la primera imagen de esta entrada, extraida del Tree of Life Web Project, se puede apreciar con detalle la unión íntima que se produce entre un macho (23,5 mm) y una hembra (75 mm) al momento del apareamiento. La instantánea fue tomada en 2005 por el biólogo evolucionista, y máxima autoridad mundial en el estudio de la familia Melanocetidae, Theodore W. Pietsch, sobre una pareja de ejemplares obtenida en aguas del Atlántico Norte, próximas a Irlanda, y conservada en el British Museum of Natural History.
esta genialllllllll este descubrimiento
ResponderEliminarPublicado por Marcos A. Castro
EliminarWouuu la reproduccion de este pez es muy innteresante y rara, DIOS es tan maravilloso...Siempre nos sorprende con SUS creaciones <3'
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