Según una encuesta internacional,
una de cada cinco personas cree en la existencia de extraterrestres. Una
proporción similar de españoles (21%) cree en platillos volantes y paisanos
verdes. Quizá se encuentren entre ellos los avezados diputados asturianos que
dicen que en Asturias hay más de 500 lobos, que justifican el uso del veneno en
“legítima defensa” (es ilegal, por supuesto) y que, en su apogeo de ignorancia,
sensacionalismo y alarmismo, consideran peligroso llevar a los niños a la
parada del autobús. Sí, todo muy “alucinante”. Si usted quiere constatarlo, lea
el diario de sesiones del parlamento asturiano del 9 de noviembre o vea el
debate de la televisión autonómica del 29 de octubre. Pero recuerde que, como
en una novela o en una película de ciencia ficción, todo parecido con la realidad
es pura coincidencia.
Cabeza de lobo de El Pajarillo, en piedra caliza., 96 x 54 x 54 cm, en el Museo de Jaén.
Pieza integrante del conjunto escultórico de "El
Pajarillo" cortijo en Huelma, Jaén.
Esta pieza, de la primera mitad del s. IV a.C., representa a un lobo en actitud amenazante, a juzgar
por la
posición de las orejas -inclinadas hacia atrás-, el hocico -arrugado- y
la boca entreabierta.
Qué tal si, basados en este
porcentaje de creyentes en extraterrestres, se propusieran “medidas
preventivas” para que en tiempos de crisis no nos invadan las pateras
voladoras. El restante 79% de ciudadanos reclamaría pruebas concluyentes para
confirmar su existencia y, mientras tanto, se preocuparía de los fantasmas de
carne y hueso que malgastan fondos públicos, ¿no creen? Con la misma falta de
rigor, de manera populista y con el agravante de que sí hay datos reales que
utilizar, la administración asturiana, la del “paraíso natural”, habla de
“superpoblación” de lobos y plantea la “medida preventiva” (= matanza), de 66
lobos y 4 camadas, unos 90 lobos por tanto en un año. Una medida que no corresponde
en absoluto con la tendencia de la población de lobos.
En Asturias, sólo el 1.4% de la
población cotiza oficialmente en el sector agro-ganadero, lo cual supone el
3.6% de la población activa, como se desprende de los datos públicos del
Instituto Asturiano de Estadística (2011). A pesar de la conocida disminución
de población dedicada a la ganadería y agricultura en los últimos lustros por
razones socioeconómicas, pasta en Asturias casi medio millón de vacas; es
decir, más que nunca. En vez de utilizar las subvenciones europeas para mejorar
la producción de los escasos ganaderos a título principal y para buscar
alternativas, se ha venido dilapidando dinero entre quienes sí podrían
merecerlo y quienes se han convertido en ganaderos oportunistas. Por tener una
vaca, que no implica necesariamente que su dueño sea un ganadero profesional,
se han podido llegar a cobrar más de 1000 euros anualmente en subvenciones,
algunas con compromiso de conservación ambiental. Entretanto, en 2002 se
promulgaba el Plan de Gestión del lobo en Asturias. Su aprobación fue una buena
noticia para la gestión de la especie. El plan evaluaba el impacto que los
daños tenían sobre la cabaña ganadera y los ganaderos anualmente: las
indemnizaciones pagadas por daños de lobo no llegaban a suponer el 1% de las
subvenciones recibidas y los animales afectados, aún asumiendo que todos los
daños tramitados fueran causados por lobos, que es otro cantar, no llegaban
tampoco al 1%. Si el político que acusa a los lobos de “comerse la nómina” de
los ganaderos conoce (como es su obligación) estos datos, su bravuconería es
especialmente grave.
Desafortunadamente, el plan de
gestión del lobo no ha frenado su persecución ilegal, y la mortalidad ilegal
supone al menos el 50% de las muertes de lobos en Asturias. Para colmo, el plan
de gestión está pendiente de renovación desde 2007 y, olvidados los objetivos
del documento inicial, lo único que se ha venido ejecutando anualmente son…
lobos.
Estos datos deben ser útiles para
quien quiera valorar en su justa medida las quejas de los supuestos afectados
por daños de lobo y la verdadera magnitud del “conflicto”. Es necesario saber
que en algunas zonas de Asturias se traen potros de Galicia para soltarlos en
el monte hasta que sufran algún ataque –incluso simulado- y cobrar
indemnizaciones. Esa picaresca ha aumentado en ciertas zonas, reflejándose en
el “espectacular aumento” en el número de ataques en tiempos recientes. Este
fraude es conocido por guardas rurales y técnicos de la administración. También
es justo decir que ésta ofreció ayudas para la instalación de medidas
preventivas de daños, como cercados, que apenas recibieron atención por parte
del público que debía estar interesado. No siempre es cierto, por tanto, que
quienes tienen daños de lobo no quieran tenerlos. Además, es de sentido común:
el manejo adecuado del ganado es clave para evitar ataques. Está demostrado aquí
y en muchos otros países.
El lobo no es una “especie
conflictiva”. Es una especie clave en muchos ecosistemas, propia de la Cordillera
Cantábrica y cuya correcta conservación debería ser objetivo ineludible en un
“paraíso natural”. Conflictivas son las opiniones de unos y otros sobre cómo
gestionar la especie. Pero si usted tiene un problema de salud, entiendo que
irá a un médico o a varios, y en último término decidirá a cuál hacer caso y
cómo proceder. Lamentablemente, en términos de conservación de la naturaleza
todo el mundo sienta cátedra, a veces con una frivolidad y desparpajo
espeluznantes. Pinchan y cortan algunas ONGs con presupuestos de multinacional,
mientras el interesado “ideólogo” de turno aviva el circo con carnaza. Algunos
profesionales, desde aquí o desde el extranjero (poniendo nombres propios a
aquella “leyenda urbana” de la emigración de jóvenes), asistimos al pobre
debate sobre la conversión del lobo en especie cinegética, como si esa fuera la
manera de conservar grandes carnívoros. Los lobos ya son gestionados como
especie cinegética en Galicia o Castilla y León, por ejemplo. ¿Creen que allí
no hay problemas?, ¿deben los cazadores pagar por los daños de lobo o acaso
deben disfrutar de su caza y eludir el pago de daños? Quizá nos iría mejor si
tuviéramos en cuenta el conocimiento que la investigación científica va
generando sobre el papel de los carnívoros en los ecosistemas y la conservación
de biodiversidad. Curiosamente, esta sugerencia pone los pelos de punta a
quienes ven en la ciencia y los datos reales una amenaza, un tabú, a sus
planteamientos sensacionalistas, alarmistas, vacíos de razón y ética.
Este escrito no tiene nada de
corporativista. No se salva de mi crítica el biólogo del Parque Nacional de
Picos de Europa que mató en 2004 una camada de lobos fuera de todo plan de
“control” de la especie, ni el director adjunto del mismo espacio
(des)protegido, condenado por estafa en el año 2000, junto con un guarda, por
la solicitud de daños falsos de lobo. En lugar de servir de modelo, el primer y
único parque nacional con lobos en España es fuente continua de aberraciones en
la gestión de la especie. Es muy triste, pero ya no puede sorprendernos. Un
informe reciente de la Comisión Europea revela que España, Italia, Portugal y
Grecia, son –por ese orden- quienes más infracciones ambientales cometen en
Europa; por ejemplo, por no paralizar explotaciones mineras a cielo abierto que
se saltaron trámites ambientales y que están destrozando la Cordillera
Cantábrica. Esa lista de países es conocida, ¿verdad? Todos están en situación
económica lamentable. ¿Cuánto tiempo necesitamos para darnos cuenta de que la
conservación de la naturaleza tiene implicaciones para toda la sociedad?
Ya está bien de mentiras. No
quedan en Asturias rincones de gran valor natural gracias a los “jardineros del
paisaje”. Qué bucólico. Tanto como falso. Quedan a pesar de los 2000 incendios
que sufre la región anualmente. Quedan a pesar de decisiones políticas que,
alejadas de datos, matan por un puñado de votos. Quedan, tal vez, porque
cambios económicos despoblaron zonas del medio rural y permitieron la
regeneración de vegetación, en contra de lo que algunos llaman
“matorralización” desde el desconocimiento y el interés lucrativo de
actividades forestales que mueven millones de euros para la “limpieza” del
monte y, aún más aberrante, para la supuesta “mejora de hábitat de especies
amenazadas”. En materia de conservación en España hubo avances incipientes hace
tres o cuatro décadas y ha habido aciertos puntuales, cómo no, pero hoy día la
protección de espacios y especies se diluye a marchas forzadas, a ritmo de
república bananera. Me temo que otros profesionales comparten esta conclusión
en sus campos respectivos. Así nos va, campeones de Europa en las listas más
exclusivas.
Publicado
originalmente en el diario El Comercio, el 27 de noviembre de 2012,
por Andrés
Ordiz Fernández, Doctor en Biología.