Un sol
desfalleciente caía sobre las soledades infinitas de la pampa de altura. Allí a
lo lejos se veía el camino recorrido, serpenteando hasta perderse enlo profundo
de un valle de casitas minúsculas, cortado en dos a esa hora del atardecer por
la sombra colosal de las montañas. En el camión, que parecía un barco navegando
en aquella inmensidad, reinaba un ambiente de fiesta. Una botella de pisco
circulaba de mano en mano y Tulio estaba repartiendo los volantes de promoción
impresos den Pixotejoana. El texto no tenía importancia porque de todos modos
los cholos no sabían leer, pero contaban con la desvaíada foto de la Marylin ─sobreinflada y con el mohín de
los labios convertido en borrón de imprenta─ para inflamar el deseo de los
pasajeros. Las mujeres, con sus guaguas a la espalda y sus críos mocurrientos
agarrados de sus polleras, se habían replegado hacia una esquina de la caja del
camión y desde allí lanzaban ladinas miradas contra los dos extranjeros.
Amor portátil, Kalman Barsy, 1989.
Malecón habanero, por Alain Arocha Hunjan. 76x61 cm. Colección particular.
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