Cada vez que contempla uno
ciudades, templos, palacios ya muertos, se pregunta por la suerte que corrieron
sus constructores. Por su dolor, sus columnas vertebrales rotas, por los ojos
que saltaron de sus cuencas al recibir el impacto de una esquirla, por su
reumatismo. Por su vida desgraciada. Su sufrimiento. Y entonces surge la
siguiente pregunta: ¿podrían existir tamañas maravillas sin ese sufrimiento
¿Sin el látigo del vigilante? ¿Sin ese miedo que anida en el esclavo? ¿Sin esa
soberbia que anida en el soberano? En una palabra, ¿no habrá sido el gran arte
del pasado obra de lo que el hombre tiene de malo y negativo? Y al mismo
tiempo, ¿no lo habrá creado su convicción de que lo negativo y lo débil que
lleva dentro puede ser vencido sólo por lo bello, sólo por el esfuerzo y la
voluntad de crearlo? ¿Y de que lo único que no cambia nunca es la forma de la
belleza? ¿Y de la necesidad de ella que vive en nosotros?
Viajes con Heródoto, Ryszard Kapuscinski, 2007.
Persépolis a vista de pájaro (1884), según el francés Charles Chipiez (1835-1901).
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