Decía José
Ortega y Gasset, en su prólogo a la obra del Conde de Yebes “Veinte años de
caza mayor” (Espasa Calpe, Madrid, 1943), que la Prehistoria, ciencia siempre
en gestación, se atiene a los escasísimos datos que se poseen sobre los
orígenes de la humanidad. De aquellas existencias primarias, casi no tiene más
que cosas y se ve forzada a clasificar las formas de vida por las formas de
objetos que manipularon o, lo que es aún más absurdo, por su diferente
material: piedra, cobre, bronce, hierro. Pero claro está, que una forma de
humanidad solo se puede congruentemente denominar por sus ocupaciones y, ante
todo, por la ocupación central que organiza y regula las demás. Así, la
verdadera significación del término “ser paleolítico” es “ser cazador”. Esto
era lo esencial de su condición y no que cazase con piedras más o menos
pulimentadas. Entonces, y solo entonces, vivir fue cazar. Después innumerables
hombres han cazado, pero ninguno ha vuelto a ser radical, esto es, exclusivamente
cazador…
Cazando al oso de las cavernas, ilustración de Zdenek Burian, 1952.
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