jueves, 31 de mayo de 2012

Sobre Alberto Durero, humanismo y Renacimiento en el autorretrato...


Un vuelo hacia Frankfurt, y desde allí tren hasta Nüremberg, donde acaba de ser inaugurada la mayor exposición de los últimos cuarenta años sobre el pintor alemán Alberto Durero (1471-1528) en el Germanisches National Museum de su ciudad natal. Los obsesivos autorretratos y las miradas hipnóticas que Durero imprimió en sus cuadros componen un misterio a desentrañar para aficionados y, en especial, para los organizadores, que aprovechan la coyuntura para tratar de discernir el origen de lo que se ha revelado como una obstinación de Durero en dejar ocultas señales en sus obras.



Autorretrato con pelliza (1500), o Autorretrato con abrigo de piel,
óleo sobre lienzo, 67x49 cm, en Alte Pinakothek, Múnich.



En la Edad Media, un pintor era solamente un artesano y disfrutaba de la misma posición que un cantero o un tallista. Los pintores estaban acostumbrados a “desaparecer” detrás de sus obras. Por lo general, ni siquiera firmaban estas y posteriormente eran olvidados. Apareció entonces un hombre poseído de una suprema confianza en sí mismo. Durero llevó el autorretrato un paso más allá y se retrató como era en realidad, creando el género de los autorretratos. Se conocen cinco de ellos de su etapa temprana y precisamente el que ilustra esta entrada es el único que falta en la exposición de su ciudad natal, negado desde Múnich por motivos de conservación.

'Autorretrato con pelliza', o 'Autorretrato con abrigo de pieles', es el más trascendental de ellos: nunca antes se había pintado en una pose tan intransigentemente frontal. Hasta aquel momento, el estilo que eligió para representarse en esta obra estaba reservado para Jesucristo o para la realeza. Darse deliberadamente el aspecto de Cristo en esta obra, era una sólida declaración de intenciones y respaldaba la firme opinión de Durero sobre que la creatividad del artista se deriva directamente de los poderes creativos de Dios.

'Autorretrato con pelliza', construido en un arreglo piramidal de planos, permaneció en poder de Durero durante toda su vida. Posteriormente se consideró el monumento del pintor a su idea de lo que era realmente un artista. Traducida, la inscripción en latín dice: “Yo, Alberto Durero, de Nüremberg, me pinté así con mis propios colores a la edad de veintiocho años”.






A lo largo de los últimos cuatro años, gran parte de los cuadros más tempranos del artista han sido escaneados en busca de pistas sobre la evolución de su técnica y los hallazgos son sorprendentes. Algunos saltan a la vista, como el sol in corde leonis que ornamenta el 'Retrato de Johannes Kleberger', un rico e influyente comerciante alemán afincado en Lyon que podría haber encargado él mismo la inclusión del símbolo en la pintura. Otras, sin embargo, son claramente iniciativa del pintor. En el 'Autorretrato' cedido por el Museo del Prado, por ejemplo, se ha descubierto que Durero aplicó pintura directamente con los dedos para componer la figura de los guantes, cuidándose de que su huella digital quedase impresa y perfectamente reconocible en la pintura.

En total, se han reunido 120 obras de Durero que incluyen desde el 'Autorretrato a los 13 años' (1484), un préstamo del museo Albertina de Viena, hasta la 'Adoración de los Reyes' (1504), de la galería Uffizi de Florencia. 

La exposición ofrece además una ocasión única para comparar de forma directa trabajos de Durero con los de algunos de sus contemporáneos y la influencia que ejercieron sobre él otros artistas de la región de Franconia (el sur de Alemania). Tras recorrer los 1.300 metros cuadrados de exposición, resulta evidente la contribución de Durero al desarrollo de un nuevo concepto del arte, lo que le permitió ser el primer artista alemán que ya gozaba en vida de un reconocimiento en toda Europa. 



domingo, 20 de mayo de 2012

Sobre la desigualdad de la renta, Adam Smith y la riqueza de las naciones...

El pasado domingo leí, en la sección de Economía del diario El País, a David Fernández haciendo un muy documentado y generoso repaso al disparatado incremento de la desigualdad de la renta que ha venido sucediendo en nuestro país a lo largo de los últimos cinco años. Esta desigualdad, una de las dimensiones principales de la estratificación social, sitúan a la clase corporativa cada día más alejada de la clase trabajadora.

Hace más de 200 años, en opinión del escocés Adam Smith (1723-1790), teórico de cabecera del liberalismo económico, un individuo era rico o pobre de acuerdo con la cantidad de mano de obra que podía contratar. Siguiendo al pie de la letra la definición del autor de La riqueza de las naciones (1776), un gran número de directivos de las grandes compañías españolas son auténticas pymes en potencia, ya que con su retribución se podrían pagar decenas, si no cientos, de sueldos anuales de trabajadores de su misma empresa.



Ilustración de Luis Tinoco.



En nuestro país, próximo a los seis millones de desempleados, el sufrimiento va por barrios y la crisis ha agrandado la brecha salarial entre los directivos y los empleados. En el ejercicio de 2007, último de bonanza económica, los consejeros ejecutivos y los miembros de la alta dirección de las empresas del Ibex 35 que hoy en día permanecen en el índice cobraban de media 873.666 euros, mientras que el gasto medio por empleado era de 37.122 euros. Es decir, una brecha salarial de 23,53 veces. En 2011 la desigualdad se amplió hasta las 24,68 veces: la élite directiva de esas mismas compañías —534 personas— recibió una compensación media de 1,07 millones de euros, y el gasto medio por trabajador fue de 43.353 euros. En esos cuatro años, por tanto, el crecimiento de la brecha salarial fue del 4,8%. Hay quien pueda pensar que es un aumento modesto. Sin embargo, la comparativa queda distorsionada por las indemnizaciones multimillonarias que cobraron algunos directivos.

Por otra parte, el aumento de los salarios de los administradores no se justifica por la creación de valor lograda para sus accionistas. Durante el periodo 2007-2011 solo 11 empresas del Ibex fueron rentables para sus dueños. Inditex fue, de largo, la compañía cuyo equipo gestor más enriqueció a sus accionistas, con una rentabilidad total en esos cinco años del 76,9%. Sin embargo, los dos grandes bancos del país, Banco Santander y BBVA, con dos de las cúpulas directivas mejor remuneradas de toda la Bolsa, fueron responsables de pérdidas para sus accionistas del 41,5% y el 53,4%, respectivamente.

El ejecutivo mejor pagado de 2011 fue Pablo Isla, con 20,3 millones de euros, gracias al premio singular y no recurrente que le dio Inditex tras acceder a la presidencia del grupo. Esta retribución supone multiplicar por 1.000 el gasto medio por empleado de Inditex. Isla recibió acciones valoradas en 13,73 millones, además, cobró 127.000 euros por su asistencia al consejo, 2,45 millones de sueldo fijo y 1,72 millones de bonus. El gestor de Inditex también devengó 2,27 millones por un plan de incentivos a largo plazo sujeto a determinados objetivos.

No obstante, los sueldos milloneuristas no son solo coto privado de los primeros ejecutivos de las empresas. Hay una segunda línea de trabajadores de siete empresas del Ibex cuyos rostros son menos conocidos, pero que también superan la barrera del millón de sueldo anual. 

El incremento de la desigualdad de los sueldos no solo se da en España, aunque, en este caso, es más especial por el elevado desempleo. En EE UU, por ejemplo, el Economic Policy Insitute ha publicado recientemente un estudio sobre este tema. La principal conclusión es que entre 1978 y 2011 el sueldo de los consejeros delegados de las 350 principales empresas de EE UU creció un 725%, “sustancialmente más que la Bolsa y remarcablemente más que el salario medio de un trabajador normal”.

En la Universidad de California, The Global Price and Income History Group ha publicado un estudio sobre la desigualdad de la riqueza a lo largo de la historia. En el año 14 después de Cristo un senador romano ganaba 100 veces más que el romano medio. Han pasado 2.000 años y el ser humano ha sido incapaz de corregir ese desfase, más bien todo lo contrario.


viernes, 18 de mayo de 2012

Sobre Pirro de Epiro, los corintios y la maldición olímpica...

Esta semana que vence he vuelto a leer con regocijo al historiador Fernández-Armesto, fiel a su encuentro con la prensa internacional en su libre tribuna. Si ya durante el pasado otoño publiqué su breve ensayo Cuantas más crisis, mejor, en el que, historia de por medio, justificó los potenciales y venideros beneficios de la actual crisis económica, ahora el profesor arremete, a su modo y manera, contra los aspectos financieros de los, ya en puertas, Juegos Olímpicos de Londres. Como parece proceder, y puesto que mi introducción siempre estará en desventaja con la prosa de Fernández-Armesto, anoto a continuación el texto íntegro de su nueva miscelánea.



King Pyrrhus of Epirus (Rey Pirro de Epiro), por Anestis Derekas.



No me divierte el atletismo de los humanos, que son, a fin de cuentas, menos fuertes, menos rápidos y menos ágiles que muchos otros bichos que tienen el buen gusto de no cobrar por probar su superioridad atlética. Ver a un concursante demostrar que es capaz de llegar a cualquier sitio más rápido que otros me deprime y me aburre.

Sin embargo, me resultan interesantes ciertos aspectos relacionados con los Juegos Olímpicos. Remontémonos a 2005, cuando el Comité Olímpico Internacional concedió a Londres la organización de los Juegos que se celebran este verano en detrimento de otras capitales europeas como París o Madrid. Sospecho, y lo hago sobre una base de cálculos objetivamente verificables, que la capital británica cosechó esa gran victoria de manera un tanto dudosa.

La noche en que se proclamó a Londres como sede de los Juegos de 2012, llamé a un amigo que formaba parte de la candidatura madrileña para felicitarle. La capital española, le aseguré, había escapado a un desastre. La victoria de Londres recordaba a la del rey Pirro de Epiro, quien venció a los romanos, pero a un coste tan elevado que renunció a librar más batallas. Ahora que se acerca la cita olímpica podemos ver lo que están sufriendo los londinenses y lo que van a sufrir luego.

En 1908 Londres no tuvo que invertir demasiado para abrir nuevas instalaciones, y el balance final de aquellos Juegos arrojó resultados financieros bastante respetables: 85.000 libras en gastos por 92.000 en ingresos.

Los segundos Juegos celebrados en Londres tuvieron lugar en 1948, y en algunos aspectos fueron incluso más exitosos que los primeros. Ello se debió en parte a innovaciones deportivas como el enorme aumento de la participación femenina o los comienzos del estudio científico de los aspectos médicos y nutricionales del atleta. Entre las ruinas provocadas por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial se festejó la austeridad como un rasgo saludable y la paz como el porvenir del planeta. El mundo aplaudió ese espíritu de perseverancia y magnanimidad. No se construyeron nuevas instalaciones, ni siquiera para acomodar a los concurrentes. Las delegaciones extranjeras tenían que traer sus propios jabones y toallas. La mano de obra era voluntaria, prolongando el sentimiento cívico que permitió a los ingleses superar la guerra. Así, desde luego, se ahorraba dinero. El gasto total fue de unas 760.000 libras y la ganancia bruta al final se elevó a las 29.421 libras.

Desde entonces, desgraciadamente, los Juegos han experimentado una gran transformación. La profesionalización ha destrozado el espíritu original del movimiento olímpico -el entusiasmo del aficionado, la tradición corintia de jugar por placer y por mejorar el cuerpo y carácter de los individuos-. Los Juegos ya no son auténtico deporte, sino una parte de la industria del entretenimiento, que sublima los valores del espectáculo y la extravagancia, esos malditos 15 minutos de fama que son el lema de la modernidad. La gran diferencia es además que en lugar de pagarse con inversiones de emprendedores, los Juegos se sufragan a cargo y coste del Tesoro público.

Los aspectos financieros llaman poderosamente la atención, ya que hoy en día es inconcebible que unos Juegos registren beneficios directos. Antes al contrario, entrañan pérdidas, así como suena. Los inevitables gastos de seguridad en este siglo XXI imposibilitan el sueño del superávit. Para pagar los Juegos de Sydney 2000 Australia tuvo que introducir nuevos impuestos. El coste de Atenas 2004 excedió su presupuesto en miles de millones de dólares, y las finanzas de la capital griega aún se resienten de aquel dispendio. Vancouver presupuestó 165 millones de dólares para organizar los Juegos de Invierno de 2010, pero acabó gastando más de mil. Pekín, tras gastar una cifra récord de 43.000 millones de dólares en 2008, se ha quedado con estadios vacíos y funcionarios que se niegan a comentar las pérdidas.

Según el presupuesto oficial, excesivamente optimista, los Juegos de Londres costarán a los pecheros británicos unos 11.000 millones de libras. Los pronósticos más alentadores -de los que nadie se fía, todo sea dicho- prevén unos ingresos de unos 4.000 millones. Así que los británicos acabarán gastando, como poco, unos 7.000 millones en un estadio que a la postre se demostrará inútil, unos efímeros puestos de trabajo y un centro de compras que probablemente quede a la larga abandonado.

La falta de beneficios directos no menoscaba la esperanza de algunos de que una subida en el turismo acabe compensando el esfuerzo y aporte más dinero a la ciudad durante la celebración de los Juegos. Pero según estudios ya disponibles parece que el turismo sufrirá en realidad una bajada fuerte. Lógicamente, nadie quiere visitar Londres en unas fechas en que todo se va a reducir a caos y espanto por el jaleo de los Juegos y la amenaza del terrorismo. La demanda de plazas hoteleras en las fechas de los Juegos ha disminuido, y las muchas nuevas instalaciones, construidas a costa de grandes dispendios, se quedarán sin clientes. Es más, un montón de entradas para los distintos eventos deportivos quedarán sin venderse. Los negocios londinenses, en definitiva, sufrirán por la clausura de calles, los atascos y la imposibilidad de acceso al centro de la ciudad (reservado al tráfico olímpico) durante días. Con tal de evitar los problemas de transporte, el Gobierno de Cameron, aunque parezca mentira, está publicando anuncios en los periódicos recomendando a los londinenses quedarse en casa durante los Juegos en lugar de acudir a sus empleos. Un ministro ha sugerido incluso que la mejor estrategia para evitar disgustos será refugiarse en un pub.

«Por lo menos», dicen algunos buscando consuelo desesperadamente, «recuperaremos para Londres algo del prestigio que les tocó a nuestros antepasados de 1908 y 1948». Tal vez. Pero esa eficacia inglesa de hace más de medio siglo ya no existe. Las generaciones de entonces, templadas en los fuegos de las contiendas imperiales y las guerras mundiales, han dado paso a una población consumista y poco trabajadora, incapaz, por lo visto, de aceptar responsabilidades cívicas. Me temo que la ceremonia inaugural sea pretenciosa pero débil y trillada, el caos de las calles patético e irrisorio, y las medidas de seguridad enojosas y estúpidas. No sé si Madrid lo habría hecho mejor. Gracias a Dios, no tendremos la oportunidad de saberlo. España ya tiene bastantes problemas sin tener que sufrir unos Juegos. De nuevo, ¡enhorabuena, Madrid!



Felipe Fernández-Armesto (Londres, 1950), es historiador. Desde 1983 es miembro de la facultad de Historia Moderna de la Universidad de Oxford; fue Fellow del Instituto de Estudios Avanzados de los Países Bajos entre 1999 y 2000 y posteriormente fue profesor en la Universidad de Minnessota. Desde septiembre de 2005 a 2009 ejerció la cátedra Príncipe de Asturias de la Tufts University en Boston (Massachusetts). Fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Los Andes (Colombia) y también por la Universidad de La Trobe (Australia). Desde 2009 es titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame. Ha publicado más de dieciocho obras y entre otros galardones ha obtenido la Cairo Medal del Nacional Maritime Museum, en 1997, y la John Carter Brown Medal, en 1999.

domingo, 13 de mayo de 2012

Sobre la inquietud fundamental, Stephen Jay Gould, Theodosius Dobzhansky, Copérnico y Darwin...

          En estos días que releo Ciencia vs Religión: un falso conflicto, la obra de Stephen Jay Gould publicada originalmente en 1999, tres años antes de su fallecimiento, me vienen a la memoria unas notas que, no se cuando ni donde, escribió el renombrado genetista soviético (hoy sería ucraniano) Theodosius Dobzhansky (1900-1975), cofundador de la teoría sintética de la evolución. Dobzhansky apuntaba que "de entre los dos millones o más de especies que hoy pueblan la Tierra", las estimadas a mediados del siglo pasado, "el hombre es el único que siente la inquietud fundamental". El hombre necesita tener una fe, una esperanza y un objetivo para vivir y para dar sentido y dignidad a su existencia. Durante milenios, el hombre buscó esta fe fuera de sí, en una determinada concepción del mundo proporcionada por la religión. Pero, para muchos, esta posición ha sido muy erosionada por el avance de la ciencia, en particular por las revoluciones ligadas a Copérnico y a Darwin.



Diagrama de la evolución del hombre según Ernst Haeckel, en 1876.


viernes, 11 de mayo de 2012

Sobre cazadores-recolectores, Thomas Hobbes y la antropología decimonónica...

            Un enorme error de la antropología del siglo XIX fue considerar a los cazadores-recolectores (hunter-gatherers) como sociedades fósiles, primitivos salvajes que habían pasado inadvertidos y sin conciencia del mundo moderno. En términos biológicos, los cazadores-recolectores eran (son) tan modernos como los exploradores que los “descubrieron”, con la única diferencia de su auto subsistencia según un método arcaico. Abundaban por entonces las concepciones erróneas sobre la gente no agrícola, frecuentemente inspiradas en la noción sostenida durante el siglo XVII por Thomas Hobbes, de la vida en estado natural: “Sin artes, sin letras, sin vida en sociedad y, lo peor de todo, con miedo y peligro constantes de muerte violenta; y la vida del hombre, solitaria, pobre, ruda, embrutecida y breve.”



Jóvenes cazadores-recolectores !kung, reducidos a zonas aisladas del Kalahari,
entre Botsuana, Angola, Namibia, República Sudafricana, Zambia y Zimbabue.


            El concepto hobbiano sobre la gente no agrícola no puede ser más equivocado. Ser cazador-recolector es vivir una vida intensamente social y, en lo que respecta a las artes y las letras, cierto es que la gente cazadora-recolectora apenas posee formas materiales de cultura, pero ello es a causa de sus necesidades de movilidad. Los ¡kung, como otros cazadores-recolectores, se trasladan de un campamento a otro portando consigo todos sus bienes, nunca más de diez o doce kilogramos, más o menos lo que una compañía aérea permite llevar como equipaje de cabina.

            Existe un conflicto ineludible entra la movilidad y la cultura material, y por eso los ¡kung llevan su cultura en la cabeza, no a sus espaldas. Sus cantos, danzas y relatos conforman una cultura tan rica como la de cualquier pueblo.


sábado, 5 de mayo de 2012

Sobre los Principles of Political Economy según John Stuart Mill, ¿resultan válidos 141 años después?...

          "Sin duda hay espacio en el mundo, incluso en los países viejos, para un gran aumento de población... Pero veo muy pocas razones para desearlo. Porque la densidad demográfica necesaria para permitir a la humanidad obtener todas las ventajas imaginables y en el más alto grado, tanto por cooperación como por intercambio social, ya se ha alcanzado en los países más populosos...






          Una cierta población puede resultar excesiva, aunque esté bien alimentada y vestida, pues nos situaría ante un ideal muy pobre, el de un mundo del cual se extirparía la soledad. En el sentido de que estar solo con frecuencia, resulta esencial para cualquier nivel de meditación o de carácter; siendo esa soledad, en presencia de la belleza y grandiosidad de la naturaleza, la verdadera cuna de los pensamientos y de las aspiraciones que son buenas para el individuo, y sin los cuales no puede pasarse la sociedad...

          Tampoco sería para estar satisfechos contemplar un día un mundo en el que no queda nada para la vida espontánea natural: suelo cultivado hasta el último ápice..., todas las tierras de pastos, aradas... con todos los cuadrúpedos o aves que el hombre no puede domesticar exterminados por ser sus rivales en la alimentación... Si la tierra tiene que perder esa gran porción de lo que de ella es agradable, a causa del crecimiento ilimitado de la riqueza y de la población... sinceramente espero que los partidarios del estado progresivo se conformen con ser estacionarios mucho antes de que la necesidad les obligue a ello".

(John Stuart Mill, Principles of Political Economy, según última edición de 1871).


viernes, 4 de mayo de 2012

Sobre Dalí, Halsman, Vermeer y la encajera...

En 1956, Salvador Dalí creó una escultura titulada Rinoceronte vestido con puntillas. Se inspiró en un grabado de Durero de 1515, conocido popularmente como el Rinoceronte de Durero. Desde los años 50, Dalí vino realizando varias de sus obras como composiciones de cuernos de rinoceronte. Según Dalí, que desde siempre mostró un acusado interés por las ciencias naturales y las matemáticas, el cuerno de rinoceronte significaba la geometría divina, ya que “crece en una progresión espiral logarítmica.






          También relacionó el concepto con la castidad y la santidad de la Virgen María: "El cuerno de rinoceronte es en realidad el legendario cuerno del unicornio, símbolo de la castidad. El joven puede optar por estar en él o jugar moralmente con él, como era habitual en épocas de amor cortesano". Durante su tiempo de residencia en el Hotel Plaza de Nueva York, en una de sus varias apariciones televisivas, concretamente en el Tonight Show, Dalí apareció cargando con un rinoceronte de cuero, y rehusó tomar asiento en ningún otro lugar.




 Como homenaje a Vermeer, ideó un estudio de La encajera compuesto en su totalidad 
de una explosión de cuernos de rinoceronte, Estudio crítico-paranoico de La Encajera de Vermeer.




En 1958, su homenaje al 300 aniversario de la muerte de Velázquez fue la obra Infanta Margarita,
en la que también se incluyen los cuernos de rinoceronte, que convergen para definir la cabeza de la Infanta.




La famosa foto de 1952, Dalí con rinoceronte, fue tomada por Philippe Halsman, fotografó de origen letón
que conoció a Dalí en 1941 y empezó a colaborar con él a partir de entonces.

 Halsman y Dalí dieron a conocer sus trabajos en 1954 publicando el libro Dali’s Mustache,
en el que se incluyen hasta 36 perspectivas del conspicuo bigote del pintor.
 



Su composición de 1948, Dalí Atomicus, explora en la idea de la suspensión.

Halsman tomó esta foto en su estudio neoyorkino una vez que dio la orden para que Salvador Dalí saltase y a la vez sus ayudantes
arrojaran tres gatos y un balde de agua cruzando la escena, mientras la esposa del fotógrafo levantaba la silla de la izquierda.

Fueron necesarios veintiséis intentos y cinco horas para que Halsman obtuviera el resultado deseado. Sobre esta obra, Halsman
dijo: “Mis ayudantes y yo estábamos agotados, completamente mojados y sucios. Solamente los gatos parecían como nuevos”.

La fotografía se tituló Dalí Atomicus debido a Leda Atómica, el cuadro de Dalí en el que aparece su esposa como Leda,
una copia del cual aparece a la derecha, detrás de los gatos.

La intención tanto en la pintura como en la foto era que todo estuviese en suspensión, como en el átomo,
pues en el año 1948 la era atómica estaba ya en marcha.
      

"Tenía nueve años cuando, en Figueres, fingiendo dormir, con la cabeza caída sobre mis antebrazos apoyados en la mesa del comedor, intentaba atraer la atención y el interés de una joven sirvienta. Con ello descubrí un peregrino placer: las migas de corteza de pan que había sobre el mantel se clavaban en mis codos, y yo debía soportar ese dolor para permanecer inmóvil mientras la sirvienta de faldas crujientes daba vueltas a mi alrededor. En aquel instante se oyó cierta vez el canto de un ruiseñor, que me emocionó hasta verter lágrimas. Aquel dolor y aquella alegría se unieron para siempre en mi memoria. Luego cristalizaron poco a poco en forma de una obsesión delirante que tenía por tema "La encajera" de Vermeer, una reproducción de la cual estaba colgada en el despacho de mi padre y yo podía verla a veces furtivamente, a través de la puerta abierta. Desde aquel instante, además, he venido observando que muchas emociones importantes entran en mí por el codo, que se ha convertido en mi talón de Aquiles –un día se dirá “el codo de Dalí”-. Así, en mayo de 1955, habiéndome golpeado en el codo, volví a pensar intensamente en "La encajera". Pedí entonces al conservador-jefe del Louvre que me autorizara a realizar una copia del cuadro de Vermeer. Con gran lujo de precauciones, el cuadro fue llevado a una salita donde yo instalé mi caballete en presencia del estado mayor de los conservadores y de algunos amigos. Observaba con la mayor atención ese cuadro turbador que tiene por centro excitante una aguja que nadie ve y que ni siquiera está pintada, sino sugerida. Me pareció de repente que, una vez más, mi codo me dolía y que aquella aguja, clavándose en él, me proporcionaba una sensación paradisíaca. Tras la apariencia de este cuadro, calmo, apacible, imagen de un bienestar tranquilo, se escondía una energía prodigiosa ultrapicante que tenía para mí el valor del antiprotón que se acababa de descubrir.




Me acerqué al cuadro y con mi bastón tomé algunas medidas para comprobar algo que intuía. Los conservadores, que no osaban intervenir, intercambiaban temerosas miradas al ver de qué salvaje manera me acercaba a una obra que consideraban un tesoro único. De repente, tracé sobre mi tela, con gran sorpresa de todos, unos cuernos de rinoceronte en lugar de la encajera que yo quería copiar. Su aprensión se tornó en estupefacción. Ni yo mismo comprendía exactamente el sentido de mi obra. Todo el verano había estado trabajando en el tema de "La encajera" y al fin me daba cuenta de que mi intuición había coincidido y alcanzado las curvas logarítmicas del cuadro que dibujaban exactamente unos cuernos de rinoceronte.

En Portlligat me procuré una colección de cuernos de rinoceronte que, en mis sueños, se pusieron a moverse como constelaciones formando primero cortezas de pan amalgamadas, y luego, poco a poco, se ordenaron en un ballet corpúsculos que reproducían "La encajera". Adquirí una cincuentena de reproducciones del cuadro de Vermeer y las esparcí por mi olivar, e incluso cuando iba a la playa a bañar con Gala me llevaba una de esas copias. 

Entregándome a mi obsesión hasta la saciedad, proseguía mis investigaciones sobre la morfología del girasol, tan caro a Leonardo da Vinci, y entonces descubrí en las espirales del girasol el módulo de los cuernos del rinoceronte. Milagro más grande todavía: las curvas casi logarítmicas del girasol dibujaron pronto a mis ojos el peinado de la encajera, su cojín, como un cuadro divisionista de Seurat. Fue un rayo de luz cegador. El cuerno del rinoceronte era un ejemplo perfecto, creado por la naturaleza, en espirales logarítmicas, y su bestialidad se oponía a la gracia de la encajera, expresión de la castidad, de la pureza, de la monarquía absoluta. La encajera resultaba ser, así, el símbolo puro del máximo en la punta de la nariz. El cuerpo de rinoceronte machacado es un poderoso afrodisíaco. Lo bello y Eros son uno. Ese admirable animal no se contenta con llevar un sexo sobre su nariz; su coito dura cerca de una hora. Desarrolla un ceremonial daliniano que le lleva a señalar su territorio disponiendo sus excrementos como si fueran los mojones de su propiedad. Tanto refinamiento merece respeto y una observación atenta. 

Analicé con este criterio el rostro de Gala, que reproducí (sic) con dieciocho cuernos de rinoceronte, y lo mismo hice con un cuadro de Rafael; pero como todo está en todo y recíprocamente, al estudiar el culo del rinoceronte descubrí que representaba exactamente un girasol plegado. Así que este animal tiene sobre la nariz el más bello de los módulos y detrás una galaxia de curvas perfectas. Pronto caí sobre la fotografía de una de una coliflor, y no cejé hasta procurarme una montaña de coliflores para comprobar si la encajera se encontraba también entre sus efloraciones. Lo estaba. Mi fuerza mística y mi visión paranoica eran tales que, desde entonces, todas las verdades manifiestas del mundo me resultaban manifiestas. 

No todo el mundo puede tener un codo tan sensible como el mío. Ni todo el mundo puede ser daliniano, pero cada cual puede aprovechar la ascesis daliniana y abrir sus ojos con lucidez sobre la realidad. El código social de una ciudad perfecta está compuesto de éxtasis que transforman –ellos solos- el deseo, el placer, la angustia, las opiniones, los juicios, en algo sensacional situado a igual distancia del sueño y de la realidad. Lo repugnante resulta, así, deseable, el afecto se transforma en crueldad, lo feo en bello, el defecto en cualidad, y las cualidades pueden verse como negras miserias. Un mundo en éxtasis no se puede imaginar. Es preciso sumergirse en él para vivirlo."


Confesiones inconfesables. Barcelona. Editorial Bruguera. Págs. 341-344.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Sobre Cézanne, un jugador de cartas, una acuarela y 12,8 millones de euros...

            No hace tanto, a comienzos de febrero, publiqué una entrada que daba cuenta del record alcanzado por la tercera pintura de la serie Los jugadores de cartas de Cézanne. La familia real catarí pagó, en fecha desconocida durante 2001, 250 millones de dólares por el óleo sobre lienzo. También allí anoté que con anterioridad a la producción del quinteto de obras que conforman la serie, desarrollada entre Suiza y Aix-en Provence, Cézanne había preparado numerosos dibujos y estudios preparatorios.

          Entre estos, la acuarela que se muestra a continuación y que ayer, primero de mayo, se vendió en Christie’s New York por 17 millones de dólares, al cambio actual unos 12,84 millones de euros. La acuarela se creía perdida hasta que apareció recientemente en perfecto estado de conservación dentro de la colección del fallecido doctor Heinz F. Eichenwald, un médico y coleccionista de Texas cuya familia abandonó Europa asediada por la amenaza nazi a mediados de los años 30. La composición, expuesta al público por última vez en 1953, permaneció en la colección de la familia Eichenwald durante casi ocho décadas.