Esta semana que vence he vuelto a leer con regocijo al historiador Fernández-Armesto, fiel a su encuentro con la prensa internacional en su libre tribuna. Si ya durante el pasado otoño publiqué su breve ensayo Cuantas más crisis, mejor, en el que, historia de por medio, justificó los potenciales y venideros beneficios de la actual crisis económica, ahora el profesor arremete, a su modo y manera, contra los aspectos financieros de los, ya en puertas, Juegos Olímpicos de Londres. Como parece proceder, y puesto que mi introducción siempre estará en desventaja con la prosa de Fernández-Armesto, anoto a continuación el texto íntegro de su nueva miscelánea.
King Pyrrhus of Epirus (Rey Pirro de Epiro), por Anestis Derekas.
No me divierte el atletismo de
los humanos, que son, a fin de cuentas, menos fuertes, menos rápidos y menos
ágiles que muchos otros bichos que tienen el buen gusto de no cobrar por probar
su superioridad atlética. Ver a un concursante demostrar que es capaz de llegar
a cualquier sitio más rápido que otros me deprime y me aburre.
Sin embargo, me resultan
interesantes ciertos aspectos relacionados con los Juegos Olímpicos.
Remontémonos a 2005, cuando el Comité Olímpico Internacional concedió a Londres
la organización de los Juegos que se celebran este verano en detrimento de
otras capitales europeas como París o Madrid. Sospecho, y lo hago sobre una
base de cálculos objetivamente verificables, que la capital británica cosechó
esa gran victoria de manera un tanto dudosa.
La noche en que se proclamó a
Londres como sede de los Juegos de 2012, llamé a un amigo que formaba parte de
la candidatura madrileña para felicitarle. La capital española, le aseguré,
había escapado a un desastre. La victoria de Londres recordaba a la del rey
Pirro de Epiro, quien venció a los romanos, pero a un coste tan elevado que
renunció a librar más batallas. Ahora que se acerca la cita olímpica podemos
ver lo que están sufriendo los londinenses y lo que van a sufrir luego.
En 1908 Londres no tuvo que
invertir demasiado para abrir nuevas instalaciones, y el balance final de
aquellos Juegos arrojó resultados financieros bastante respetables: 85.000
libras en gastos por 92.000 en ingresos.
Los segundos Juegos celebrados
en Londres tuvieron lugar en 1948, y en algunos aspectos fueron incluso más
exitosos que los primeros. Ello se debió en parte a innovaciones deportivas
como el enorme aumento de la participación femenina o los comienzos del estudio
científico de los aspectos médicos y nutricionales del atleta. Entre las ruinas
provocadas por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial se festejó la
austeridad como un rasgo saludable y la paz como el porvenir del planeta. El
mundo aplaudió ese espíritu de perseverancia y magnanimidad. No se construyeron
nuevas instalaciones, ni siquiera para acomodar a los concurrentes. Las
delegaciones extranjeras tenían que traer sus propios jabones y toallas. La
mano de obra era voluntaria, prolongando el sentimiento cívico que permitió a
los ingleses superar la guerra. Así, desde luego, se ahorraba dinero. El gasto
total fue de unas 760.000 libras y la ganancia bruta al final se elevó a las
29.421 libras.
Desde entonces,
desgraciadamente, los Juegos han experimentado una gran transformación. La
profesionalización ha destrozado el espíritu original del movimiento olímpico
-el entusiasmo del aficionado, la tradición corintia de jugar por placer y por
mejorar el cuerpo y carácter de los individuos-. Los Juegos ya no son auténtico
deporte, sino una parte de la industria del entretenimiento, que sublima los
valores del espectáculo y la extravagancia, esos malditos 15 minutos de fama
que son el lema de la modernidad. La gran diferencia es además que en lugar de
pagarse con inversiones de emprendedores, los Juegos se sufragan a cargo y
coste del Tesoro público.
Los aspectos financieros
llaman poderosamente la atención, ya que hoy en día es inconcebible que unos
Juegos registren beneficios directos. Antes al contrario, entrañan pérdidas,
así como suena. Los inevitables gastos de seguridad en este siglo XXI
imposibilitan el sueño del superávit. Para pagar los Juegos de Sydney 2000
Australia tuvo que introducir nuevos impuestos. El coste de Atenas 2004 excedió
su presupuesto en miles de millones de dólares, y las finanzas de la capital
griega aún se resienten de aquel dispendio. Vancouver presupuestó 165 millones
de dólares para organizar los Juegos de Invierno de 2010, pero acabó gastando
más de mil. Pekín, tras gastar una cifra récord de 43.000 millones de dólares
en 2008, se ha quedado con estadios vacíos y funcionarios que se niegan a
comentar las pérdidas.
Según el presupuesto oficial,
excesivamente optimista, los Juegos de Londres costarán a los pecheros
británicos unos 11.000 millones de libras. Los pronósticos más alentadores -de
los que nadie se fía, todo sea dicho- prevén unos ingresos de unos 4.000
millones. Así que los británicos acabarán gastando, como poco, unos 7.000
millones en un estadio que a la postre se demostrará inútil, unos efímeros
puestos de trabajo y un centro de compras que probablemente quede a la larga
abandonado.
La falta de beneficios
directos no menoscaba la esperanza de algunos de que una subida en el turismo
acabe compensando el esfuerzo y aporte más dinero a la ciudad durante la
celebración de los Juegos. Pero según estudios ya disponibles parece que el
turismo sufrirá en realidad una bajada fuerte. Lógicamente, nadie quiere
visitar Londres en unas fechas en que todo se va a reducir a caos y espanto por
el jaleo de los Juegos y la amenaza del terrorismo. La demanda de plazas
hoteleras en las fechas de los Juegos ha disminuido, y las muchas nuevas
instalaciones, construidas a costa de grandes dispendios, se quedarán sin
clientes. Es más, un montón de entradas para los distintos eventos deportivos
quedarán sin venderse. Los negocios londinenses, en definitiva, sufrirán por la
clausura de calles, los atascos y la imposibilidad de acceso al centro de la
ciudad (reservado al tráfico olímpico) durante días. Con tal de evitar los
problemas de transporte, el Gobierno de Cameron, aunque parezca mentira, está
publicando anuncios en los periódicos recomendando a los londinenses quedarse
en casa durante los Juegos en lugar de acudir a sus empleos. Un ministro ha
sugerido incluso que la mejor estrategia para evitar disgustos será refugiarse
en un pub.
«Por lo menos», dicen algunos
buscando consuelo desesperadamente, «recuperaremos para Londres algo del
prestigio que les tocó a nuestros antepasados de 1908 y 1948». Tal vez. Pero
esa eficacia inglesa de hace más de medio siglo ya no existe. Las generaciones
de entonces, templadas en los fuegos de las contiendas imperiales y las guerras
mundiales, han dado paso a una población consumista y poco trabajadora,
incapaz, por lo visto, de aceptar responsabilidades cívicas. Me temo que la
ceremonia inaugural sea pretenciosa pero débil y trillada, el caos de las
calles patético e irrisorio, y las medidas de seguridad enojosas y estúpidas.
No sé si Madrid lo habría hecho mejor. Gracias a Dios, no tendremos la
oportunidad de saberlo. España ya tiene bastantes problemas sin tener que
sufrir unos Juegos. De nuevo, ¡enhorabuena, Madrid!
Felipe
Fernández-Armesto (Londres, 1950), es historiador. Desde 1983 es
miembro de la facultad de Historia Moderna de la Universidad de Oxford;
fue Fellow del Instituto de Estudios Avanzados de los Países Bajos entre
1999 y 2000 y posteriormente fue profesor en la Universidad de
Minnessota. Desde septiembre de 2005 a 2009 ejerció la cátedra Príncipe
de Asturias de la Tufts University en Boston (Massachusetts). Fue
investido doctor honoris causa por la Universidad de Los Andes
(Colombia) y también por la Universidad de La Trobe (Australia). Desde
2009 es titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de
la Universidad de Notre Dame. Ha publicado más de dieciocho obras y
entre otros galardones ha obtenido la Cairo Medal del Nacional Maritime
Museum, en 1997, y la John Carter Brown Medal, en 1999.
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