domingo, 29 de septiembre de 2013

Sobre guerras, territorio y evolución de las antiguas sociedades complejas...


            En una entrada anterior comenté un artículo que señalaba a la propiedad privada, un estadio posterior al de los cazadores-recolectores, como embrión de la guerra en nuestra evolución social y cultural. Otro trabajo recientemente publicado (Peter Turchin, Thomas E. Currie, Edward A. L. Turner, and Sergey Gavrilets. “War, space, and the evolution of Old World complex societies”Proceedings of the National Academy of Science, 23 de septiembre de 2013), en el que se simula sobre mapas geográficos la evolución de los conflictos entre sociedades, la difusión de la tecnología militar y la evolución sociocultural por cada siglo de historia, apunta a que los conflictos bélicos y la innovación tecnológica asociada a ellos son impulsores del desarrollo de las sociedades. El modelo predictivo se fundamenta en el análisis de las interacciones entre la ecología de las poblaciones, la geografía de sus entornos y el estudio de los acontecimientos históricos.

Las conclusiones indican que la creación de instituciones complejas de cohesión social está relacionada con la belicosidad de una comunidad. En el modelo, las sociedades que perdían las guerras eran absorbidas por las ganadoras. Este diseño refleja lo que ocurre en el mundo real cuando los imperios se expanden conquistando otras comunidades.

El equipo de investigadores utilizó como patrón las características de los territorios de las comunidades africanas y eurasiáticas y los eventos ocurridos entre ellas desde el año 1500 a. C. hasta el 1500 d. C. (y no después puesto que la aparición de las armas de fuego marcó una nueva evolución de los conflictos entre comunidades). Así, las innovaciones militares, como el uso de carros y caballerías, y los accidentes geográficos, fueron dos de los factores clave en la evolución de los habitantes del continente eurasiático.


The moment of kamikaze and mongol strike to japanese isle (2011), por Happy Morning Star (Deviant Art).


martes, 24 de septiembre de 2013

Sobre la la caza, la extinción y la reintroducción del venado (Cervus elaphus) en Redes...


Por antonomasia, los principales mamíferos cinegéticos son los artiodáctilos, tanto por su aprovechamiento ancestral como fuente de carne para los pueblos primitivos de cazadores, como por su papel posterior de complemento nutricional para las sociedades agrícolas. Miles de años después, al final de la dominación romana, el derecho germánico introducido en la Península por los pueblos nórdicos ocupantes consideraba la caza como potestad del rey, privilegio que se perdió en el tiempo diluido en concesiones a los nobles o a las órdenes religiosas. La pretendida restricción se prolongó hasta 1837, aunque su reforma definitiva devino en la Ley de Caza de 10 de enero de 1897, fundamentándose el derecho de caza en atributo de la propiedad.

            Aun a pesar de las leyes destinadas a la protección de la caza desde los fueros y pragmáticas medievales, en los que se establecen zonas restringidas a la práctica cinegética, periodos de veda, días de fortuna y prohibición de determinadas técnicas venatorias, el detrimento de éstas en la Cordillera Cantábrica debió ser moneda común, ya que en la Junta General del Principado de 3 de septiembre de 1623 se señala que “hay muchas personas que caçan y pescan libremente y en esto a habido y ay mucha desorden, a cuya causa se halla muy poco caza y pesca y se espera abra menos”. Esa situación desembocó en la desaparición en el área cantábrica de dos especies de gran interés cinegético: el venado y la cabra montés.

            El venado fue muy perseguido en Asturias en los últimos siglos, como importante fuente de carne en tiempos de agricultura de subsistencia y por la utilidad de sus cuernas en la manufactura de utensilios de uso diario, como mangos de herramientas, piezas para los carros, etc. Tal fue así que acabó por desaparecer en las montañas al del Norte peninsular en la transición del siglo XIX al XX. En Asturias, donde ya era escaso a lo largo del XIX, su menguada población se escindió en dos grupos, uno en la zona oriental (Cabrales y Peñamellera), que posiblemente desapareció el primero al quedar completamente aislado al Norte de los Picos de Europa, y otro al sudoeste (Cangas del Narcea, Somiedo y Degaña), el más importante por su continuidad con los montes del Bierzo y adentrándose en las provincias de Lugo, Orense, León y Zamora. A este núcleo pertenecían los últimos “venados caballares”, mayores que los actuales según el recuerdo de la tradición. Los últimos ejemplares aborígenes fueron cazados en Degaña en la primera década del siglo XX.

            Si bien la reintroducción, a mediados del pasado siglo, de la cabra montés resultó un rotundo fracaso y la del gamo sólo prosperó en la Sierra del Sueve,  la suelta de venados en distintos puntos de la geografía asturiana obtuvo mejores resultados de los esperados, ya que de un centenar escaso de ejemplares liberados se ha llegado a la población actual. Según los datos de la Sociedad Astur de Caza y de la Consejería, en su momento, de Agricultura y Pesca, el primer enclave de suelta en nuestra región fueron los montes de Caleao (Caso), donde en 1952 se liberaron 17 ejemplares traídos Quintos de Mora (Toledo). Ese mismo año se hizo lo propio con idéntico número de animales en el bosque de Peloño (Ponga). Ocho años después, en 1960, se produjo una nueva suelta de 3 ejemplares en los montes de Redes. Se pudo constatar que los individuos reintroducidos en Ponga se expandieron hacia los montes de Caso, así como los liberados en Caleao colonizaron los montes del vecino concejo de Aller. En años posteriores, hasta comienzos de los setenta, otra docena de reintroducciones se llevaron a cabo en distintos puntos de la geografía asturiana (Nava, Piloña, Proaza, Somiedo, Parque Nacional de Covadonga, Colunga, Ibias) con mayor o menor éxito.

            Hoy, desde la administración autonómica, se propone una densidad umbral óptima de ciervos de 5-6 individuos por cada 100 Ha. Apunto también el dato de que a la fecha, en el Parque Natural de Redes, formado por los concejos de Caso y Sobrescobio, se estiman densidades de entre 3,1 y 4,1 individuos por cada 100 Ha, pero esas cifras se elevan hasta los 27 en el Parque Nacional de Picos de Europa.


Sobre la berrea y la reproducción del venado (pinchar aquí).
Sobre la cuerna del venado: descorreo, escoda y desmogue (pinchar aquí).


Deer and Deer Hounds in a Mountain Torrent (1832), por Sir Edwin Henry Landseer. Óleo sobre lienzo, 40.5x90.8 cm, en la Tate Gallery de Londres.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Sobre El Llano en llamas, diles que no me maten...

            Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba: Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.

(Diles que no me maten, “El Llano en llamas”, Juan Rulfo, 1953)



El Llano en llamas (Juan Rulfo), por Balo Pulido, 80x120 cm, acrílico sobre MDF.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Sobre el héroe discreto, Vargas Llosa, Pelayo Ortega y el sembrador...

            Mientras Adelaida iba al interior de la tienda y volvía, Felícito examinó en la penumbra del local las plateadas telarañas que caían del techo, las añosas estanterías con bolsitas de perejil, romero, culantro, menta, y las cajas con clavos, tornillos, granos, ojales, botones, entre estampas e imágenes de vírgenes, cristos, santos y santas, beatos y beatas, recortados de revistas y periódicos, algunas con velitas prendidas y otras con adornos que incluían rosarios, detentes y flores de cera y de papel. Era por esas imágenes que en Piura la llamaban santera, pero, en el cuarto de siglo que la conocía, a Felícito Adelaida nunca le pareció muy religiosa. No la había visto jamás en misa, por ejemplo. Además, se decía que los párrocos de los barrios la consideraban una bruja. Eso le gritaban a veces los churres en la calle: «¡Bruja! ¡Bruja!». No era cierto, no hacía brujerías, como tantas cholas vivazas de Catacaos y de La Legua que vendían bebedizos para enamorarse, desenamorarse o provocar la mala suerte, o esos chamanes de Huancabamba que pasaban el cuy por el cuerpo o zambullían en Las Huaringas a los enfermos que les pagaban para que los libraran de sus males. Adelaida ni siquiera era una adivinadora profesional. Ejercía ese oficio muy de vez en cuando, sólo con los amigos y conocidos, sin cobrarles un centavo. Aunque, si éstos insistían, acabara por guardarse el regalito que se les antojaba darle. La mujer y los hijos de Felícito (y también Mabel) se burlaban de él por la fe ciega que tenía en las inspiraciones y consejos de Adelaida. No sólo le creía; le había tomado cariño. Le daban pena su soledad y su pobreza. No se le conocía marido ni parientes; siempre andaba sola, pero ella.


(“El héroe discreto”, Mario Vargas Llosa, 2013)



El sembrador (2012-2013), por Pelayo Ortega. Óleo sobre lienzo. Galería Marlborough, Madrid.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Sobre sociedades sin estado, guerra y propiedad privada...

            Science publicó recientemente un artículo (D. Fry and P. Söderberg. Lethal aggression in mobile forager bands and implications for the origins of war. Science. Vol. 341, July 19, 2013, p. 270.) que aporta más combustible a la extensa polémica cultural sobre la presencia de la guerra en la evolución humana. Para los autores, los antropólogos finlandeses Douglas Fry y Patrick Söderberg, que trabajaron sobre datos procedentes de una sólida base de datos etnográfica compuesta por una muestra de hasta 186 culturas tradicionales, la guerra es una forma poco usual de violencia entre cazadores y recolectores. Según su análisis “más de la mitad de los casos de agresión letal fueron perpetrados por individuos solitarios, y casi dos tercios resultaron de accidentes, disputas interfamiliares, ejecuciones dentro del grupo o motivos interpersonales tales como la competición sobre alguna mujer en particular”. Este planteamiento apunta a que la guerra sería más bien una característica de las culturas propietarias de tierra que ya habían desarrollado la agricultura, no un rasgo de nuestro ambiente adaptativo ancestral.


Cazadores neolíticos (5000 BC), ocre rojo sobre piedra, en Sefar, Tassili-n'Ajjer, Argelia.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Sobre Onetti y la isla de Latorre, cuando ya no importe...

            Yo pude y una tarde falté a la cita no pactada y estuve ayudando a que el sol enrojecido buscara escondite detrás de la isla de Latorre. Dicen que era o fue refugio o cuartel general de contrabandistas tal vez fantasmas o simplemente fantasmas. Dicen que los que se acercaron a su luz engañosa no volvieron.

          La isla de Latorre siempre conservó su misterio y no seré yo quien lo estropee. Si alguna vez existió un fundador y propietario, los mismos viejos que dicen haber vivido aquella gran inundación que bajó desde Brasil coinciden en sus visiones. Latorre era o había sido obeso, blancuzco, amadamado, tímido y bondadoso.

          Pero no, esto no vale. La verdad es que sigo apartado de Díaz Grey y su entorno. Que me alimento con comidas enlatadas que pocas veces pongo a calentar, que algunos dolores soportables relampaguean de vez en cuando por mi vientre, que bebo un vino muy fuerte y casi negro. Y que sigo escribiendo.

(“Cuando ya no importe”, Juan Carlos Onetti, 1993)



Oak Island wildlife area, por Bill Sharp, tinta y acuarela sobre Moleskine.