domingo, 29 de enero de 2012

Redentores, ideas y poder en América Latina, recensión de Mario Vargas Llosa...

          El mejicano Enrique Krauze pasa por ser uno de los más importantes ensayistas de la actualidad. Historiador de conocida trayectoria, entre sus muchos libros se encuentran piezas maestras del género biográfico, como su monumental Biografía del poder, que recorre la trayectoria de los principales prohombres de México desde la Independencia hasta los últimos presidentes del PRI. También suyo es el análisis de la Venezuela laboratorio de la primera revolución del nuevo milenio o nación que marcha, no sin resistencias civiles, hacia un duradero régimen autoritario, plasmado en las páginas de El poder y el delirio, una diatriba en la que trata de discernir el papel de Hugo Chávez, combativo y avanzado líder político, artífice del «socialismo del siglo XXI», o estereotipado aprendiz de dictador, populista y palabrero.

          Una estructura semejante ha guiado esta su última entrega, en la que desarrolla los hechos e ideas de figuras relevantes del pensamiento y la acción política en Latinoamérica a lo largo del pasado siglo. Según Krauze, los anhelos redentores de líderes e intelectuales son, en general, nefastos para las naciones que pretenden salvar. Su ideario neoliberal, basado en pensadores como Berlin o Popper, le lleva a desconfiar de las utopías revolucionarias y, visto el continuo rebrotar de esa semilla seudomesiánica, probablemente la circunstancia hubiera requerido un análisis más demorado y complejo. Pero, en cualquier caso, he aquí un libro que presenta a muchos lectores una galería atractiva de un grupo de figuras esenciales de la historia hispanoamericana del siglo XX.

          Aunque mi intención primera era realizar una recensión de Redentores más trabajada, esta mañana tomando café en La Industrial pude leer en el periódico El País los comentarios de Mario Vargas Llosa sobre la obra de Krauze. Por su sobriedad, no puedo menos que, en detrimento de mis propias notas, re-publicar las del maestro.

 





Las ideas y el caos, por Mario Vargas Llosa. 29/enero/2012.

          Quienes creen que la historia de América Latina es una obra maestra de la sinrazón, un producto del puro instinto y de la fuerza bruta, deberían leer el reciente libro del historiador mexicano Enrique Krauze, Redentores. Ideas y poder en América Latina (Debate, 2011). Este ambicioso y audaz ensayo quiere mostrar, a través de perfiles biográficos de 12 latinoamericanos de diversa vocación -políticos, revolucionarios, escritores, dictadores- que la evolución de América Latina no es un caos, resultante de las pasiones y los apetitos desbocados, sino una compleja trama movida por ideas y convicciones que, aunque a menudo disimuladas detrás de desplantes, matonerías y retóricas rimbombantes y huecas, le dan a aquella sentido, coherencia y racionalidad.

          Como los autores de las dos obras capitales que le sirven de modelo, Russian Thinkers, de Isaiah Berlin, y To the Finland Station, de Edmund Wilson, Enrique Krauze cree firmemente que las ideas hacen siempre la historia y explican todos los grandes hechos -repugnantes o admirables, generosos o mezquinos, liberadores o esclavizantes- que constituyen el devenir de todas las sociedades y naciones.

          Aunque rigurosamente trabados entre sí, los capítulos del libro son de dimensión y profundidad variada y entre el riquísimo y exhaustivo dedicado a Octavio Paz -un libro dentro del libro, en verdad- y los más breves y someros consagrados, por ejemplo, a José Martí y a Eva Perón, hay diferencias acusadas. Pero todos están escritos con desenvoltura, astucia y felicidad y se leen con la expectativa y la excitación de las mejores novelas. Redentores es una obra clave de nuestros días, una de las empresas intelectuales más audaces concebidas en el ámbito intelectual y político latinoamericano, y, por su rigor y erudición y la originalidad de sus análisis, un aporte valiosísimo para entender la actualidad y las perspectivas inmediatas de ese continente que creíamos de las oportunidades perdidas pero que, según la tesis más polémica de Krauze, ya no lo es más, pues ha entrado por fin, en medio del tumulto que es todavía su fachada, en un rumbo de verdadero progreso.

          El optimismo que transpira el libro no peca de ingenuo, está fundado en datos, indicios y razonamientos persuasivos. Debo confesar que, en mi caso, ha servido para derribar desconfianzas y escepticismos que alentaba hacia algunos países, sumidos en problemas que me parecían obstáculos insalvables para que en ellos echaran raíces en un futuro próximo instituciones y costumbres democráticas sobre bases estables. Desde luego, Krauze es muy consciente de la enorme diversidad existente entre la veintena de países de América Latina y de la imposibilidad de que todos ellos progresen al mismo ritmo y de la misma manera. Es también muy lúcido sobre los desafíos mayores para la democratización que representan el narcotráfico y su inmenso poderío económico y el crecimiento desaforado de la delincuencia y la corrupción que en gran parte es su consecuencia. Lo que señala es una tendencia general a la que, unos más rápido y otros con retardo, todos se van sumando, algunos con entusiasmo y lucidez y los demás a regañadientes y hasta sin darse cuenta cabal del proceso modernizador en el que están inmersos.



America noviter delineata, auct. Jodoco Hondio (1563-1612); H. Picart fecit. Mapa publicado en París c. 1640.



                    Según Krauze no es casual que en la América Latina de nuestros días no haya sino una sola dictadura de tipo clásico, la de la Cuba castrista, una semidictadura demagógica y corrupta, la Venezuela de Hugo Chávez, y un par de democracias populistas y secuestradas por caudillos como la Bolivia de Evo Morales y la Nicaragua de Daniel Ortega, en tanto que todos los otros países, no importa cuán imperfectas sean todavía sus instituciones, parecen haber optado de manera resuelta por Estados de derecho basados en la democracia política y economías de mercado. Más importante todavía: el modelo socialista autoritario que en los años sesenta y setenta reclutaba a todas las vanguardias políticas del continente y era el santo y seña de sus juventudes, está hoy prácticamente en ruinas, condenado a una marginalidad que se sigue encogiendo y que alientan apenas grupos y grupúsculos huérfanos de calor popular, en tanto que una nueva izquierda, como la que gobernó en Chile con la Unidad Popular y que gobierna ahora en países como Brasil, Uruguay, El Salvador y Perú, ha dejado atrás sus viejos sueños colectivistas y estatistas y optado por el pragmatismo democrático y de economías abiertas de la social democracia europea.

          El camino para llegar hasta aquí -a la modernidad y el realismo políticos- ha sido largo, sangriento, de confusión y delirio ideológicos, sueños utópicos de redención social a través de la violencia, la guerra civil, dictaduras atroces, democracias paralizadas por la ineptitud y la venalidad de sus líderes, burócratas y parlamentarios, y Enrique Krauze lo traza en síntesis brillantes y elocuentes a través de los perfiles biográficos. Por momentos, como en las páginas dedicadas a José Vasconcelos, a Evita Perón, al Che Guevara y al subcomandante Marcos, el libro alcanza vuelos épicos, relata deslumbrantes peripecias aventureras que parecen provenir más de las fantasías locas del realismo mágico que de una realidad documentada. Los repetidos fracasos, las enormes desigualdades económicas y sociales, el sufrimiento que las repetidas desventuras políticas han ido sembrando por todo el continente, poco a poco han ido empujando a las sociedades latinoamericanas hacia el realismo, es decir, hacia los consensos democráticos, el primero, el de coexistir en la diversidad política sin entrematarse, acatando los veredictos electorales, la renovación periódica de los Gobiernos, el respeto a la libertad de expresión y al derecho de crítica, la aceptación de la propiedad, de la empresa privada y del mercado como mecanismos indispensables del desarrollo económico. Todo ello ha ido imponiéndose poco a poco, por la fuerza de las cosas, a través de la evolución de una derecha y una izquierda que, no sin reticencias y traspiés, han ido renunciando a sus viejas obsesiones excluyentes y violentistas, y cambiando de métodos.




 

 
De izquierda a derecha y de arriba abajo: Hugo Chávez, presidente de la República Bolivariana de Venezuela desde 1999,
junto a Evo Morales, idem de Bolivia desde 2006 / Fidel Castro, primer ministro (1959-1976) y presidente (1976-2008) de
Cuba, Raúl Castro, presidente actual y sucesor de su hermano Fidel, y Ernesto Che Guevara, comandante de la Revolución
Cubana entre 1953 y 1959 / Eva Perón, Primera Dama de Argentina desde 1946 hasta su fallecimiento en 1952 /
Subcomandante Marcos, ideólogo y portavoz del grupo indigenista mexicano Ejército Zapatista de Liberación Nacional.



           Desde luego que nada de esto es irreversible. Enrique Krauze no cree que la historia tenga leyes inflexibles a las que los pueblos estén sometidos como los astros a la ley de gravedad, sino que aquella fluctúa, avanza o retrocede y a veces gira sobre sí misma de manera tautológica. Pero las conclusiones de su libro son elocuentes y estimulantes: comparada, no con el ideal, sino con su pasado mediato e inmediato, América Latina ha progresado de manera notable. Si sus economías van creciendo y han resistido mejor la crisis financiera que causa estragos en Estados Unidos y en Europa es porque ahora es más libre que en el pasado y porque la cultura de la libertad ha ido impregnando tanto su realidad política como la social y la económica. Nada indica que en el futuro inmediato esta tendencia vaya a cambiar. Todo lo contrario. Habría que ser ciego porfiado en materias ideológicas para creer que todavía la Cuba totalitaria, donde siguen muriendo los disidentes perseguidos por la policía política, o la Venezuela arruinada y enconada por las malas artes de Hugo Chávez, pudieran ser el modelo hacia el cual se encamina el resto del continente. Es evidente que esos regímenes representan anacronismos en proceso de desintegración -muy lenta, por desgracia- en un contexto en el que lo que se va imponiendo de manera inequívoca es el modelo democrático liberal.

          Como soy uno de los 12 protagonistas de Redentores, y Krauze me dedica un generoso ensayo, he tenido dudas hamletianas antes de reseñarlo. Sé de sobra las suspicacias que este artículo puede despertar. Pero lo hago porque, como todavía las ideas que su autor defiende tienen tanta dificultad para ser reconocidas y aceptadas en el medio intelectual latinoamericano -paradójicamente más retrógrado que el político y el económico-, me temo que no tenga la difusión que se merece y sea víctima de la discriminación y censura que aún practica el establishment cultural, controlado por un progresismo de pacotilla. Krauze tiene el coraje de proclamarse un liberal en un medio donde todavía esta parece una mala palabra, asociada a las ideas de explotación y egoísmo capitalista, y otro de los grandes méritos de su ensayo es devolver a aquella su prístino sentido de defensor y amante de la libertad como valor supremo, pero de ninguna manera disociada de la justicia y de la convicción de que ésta, en el dominio social, sólo puede significar la creación de una sociedad donde haya igualdad de oportunidades para todos. En este sentido, tiene muchísima razón cuando sostiene que el liberalismo está más cerca de la socialdemocracia que del conservadurismo, y que, buena parte del proceso de modernización de América Latina se debe a que, sin que nadie lo quisiera ni advirtiera, ambas tendencias se han ido acercando y confundiendo en la realidad, empujando de este modo la civilización y haciendo retroceder la barbarie. Su libro es un hito decisivo en este proceso civilizador.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2012. © Mario Vargas Llosa, 2012.


domingo, 22 de enero de 2012

Senderos a la modernidad: la colección Gerstenmaier en el Palacio Revillagigedo de Gijón (1 de 3)

          Desde el pasado viernes 20 de enero hasta el domingo 8 de abril de 2012, el Centro Cultural Cajastur Palacio Revillagigedo, en Gijón, presenta la exposición "Senderos a la modernidad: Pintura española de los siglos XIX y XX", comisariada por la madrileña Marisa Oropesa Levy. En esta entrada y otras dos posteriores trataré de publicar lo más representativo de las 59 obras colgadas y de los 29 artistas reunidos.

          Aún siendo uno de los siglos más convulsos tanto social como políticamente en la historia de nuestro país, el siglo XIX fue una de las épocas más fecundas de nuestro legado artístico. Durante sus productivas décadas, diferentes generaciones de artistas orientaron su obra hacia los diversos movimientos artísticos que se producían en los países vecinos, los cuales participaban en rítmos más dinámicos como consecuencia del desarrollo industrial. Así, el siglo XIX fue una época próspera en la que los artistas consiguieron derribar los muros que se erigiían en su camino hacia la pintura moderna.

          Sin embargo, los primeros años del siglo XX desarrollaron un cambio más abrupto, acogiendo movimientos artísticos novedosos y transgresores, capaces de romper con los cánones académicos establecidos con anterioridad.



Bayaderas indias, de Eduardo Chicharro Agüera (Madrid, 1873-1949), óleo sobre lienzo, 140x149 cm.

Las bayaderas eran bailarina del Indostán, también llamadas nautchis y devadasi. Recorrían el país en grupos
para divertir a la gente según precio convenido. Pertenecían a las clases inferiores y solían ser de costumbres licenciosas. Los navegantes portugueses de los siglos XV y XVI las llamaban "bailaderas", derivando a "bayaderas".

Chicharro cultivó el paisaje, el retrato y los temas de género. Su obra se caracteriza por un gran sentido
decorativo, un suntuoso colorido, un minucioso dibujo y una evolución desde un costumbrismo
casi escenográfico hasta un espléndido simbolismo.





Orillas del Avia (Ribadavia), de Aureliano de Beruete y Moret (Madrid, 1845-1912), óleo sobre lienzo, 178x100 cm.

Beruete, extraordinario paisajista formado con Carlos de Haes, fue un artista cercano a la estética impresionista. 
Viajó a París para estudiar las novedades que se estaban trabajando en la capital francesa,
en plena ebullición, aunque no aplicó por completo la base científica de sus colegas franceses.




La merienda, de Ricardo Canals i Llambí (Barcelona, 1876-1931), acuarela sobre papel montado en tela, 96x122 cm.

Canals i Llambí formó parte junto con  Nonell, Mir, Pichot y Vallmitjana de la Colla del Safrà (Grupo del Azafrán),
así denominado por el colorido empleado en sus obras. Su pintura se encuentra influenciada por los
impresionistas franceses, principalmente por Renoir, y sus gamas de colores se caracterizan
con los tonos suaves que recuerdan la técnica al pastel




Picos de Europa, de Carlos de Haes (Bruselas, 1829-1898), óleo sobre lienzo, 73x51,5 cm.

Carlos de Haes, siguiendo el ideal académico, consideraba que "el fin del arte es la verdad que se encuentra
en la imitación de la naturaleza, fuente de toda belleza, por lo que el pintor debe imitar lo más fielmente
posible la naturaleza, debe conocer la naturaleza y no dejarse llevar por la imaginación".
Aunque se le suele incluir entre los plenairistas, de Haes sólo preparaba en campo los bocetos
preparatorios, reservando el resto de la obra para el trabajo clásico de taller.


sábado, 21 de enero de 2012

Bosques y cambio climático: una verdad oportuna...


Hayedo en el Parque Natural de Redes (Fotografía de Manuel Suárez Calvo, fotógrafo casín).



          Esta presentación de video de 17 minutos de duración, producida por la FAO y la Comisión Forestal del Reino Unido, muestra en que medida pueden los bosques contribuir a la mitigación del cambio climático y subraya la necesidad de un cambio en la creciente deforestación mundial.

A continuación el video (vía Youtube) en sus dos partes:









domingo, 15 de enero de 2012

Doola No.3, petrolero surcoreano, se parte al norte de Jawol, en el Mar Amarillo...

          Así quedó el petrolero Doola No.3 que esta misma madrugada, a las 00:05 hora en España, se partió en dos en aguas a tres millas al norte de la isla de Jawol, cerca de Incheon (noroeste de Corea del Sur), tras una explosión de la que aun no se conocen las causas, aunque todo apunta a una acumulación de gas. La tripulación del buque estaba formada por once surcoreanos y cinco birmanos, de los cuales cinco han fallecido y ocho se encuentran desaparecidos.

          Construido en 2002, con eslora de 105 m y manga de 17 m, el buque acababa de descargar 6500 toneladas de gasolina y transportaba 4191 toneladas de crudo, ambos datos sin confirmación oficial y que varían según las agencias. Cubría ruta desde el puerto de Incheon hasta el de Daesan, al sur de la provincia de Chungcheong (sudoeste del país).






jueves, 12 de enero de 2012

La tiranía de la penitencia: ensayo sobre el masoquismo occidental...

         "El mundo entero nos odia y nos lo merecemos", en esta frase se resume vulgarmente el contenido de uno de los más conocidos ensayos de Pascal Bruckner, filósofo y novelista francés.

El autor nos destripa la moral del hombre blanco-occidental de los últimos tiempos, buscando con escrúpulo la razón por la que el hombre occidental, con devoción y orgullo, se lleva torturando durante tanto tiempo ante el resto del planeta, mientras nuestras filosofías nos vigilan de cerca, constantemente, preparadas para disparar contra sus propios fieles. Estas filosofías, tomadas por un preocupante poso cristiano, están cargadas con un combustible llamado culpabilidad dispuestas a prender fuego a todo lo que se encuentren.



La caída del Hombre, 1628-29, por Peter Paul Rubens, en el Museo del Prado (Madrid).
Adán, sentado, trata de impedir que Eva tome la manzana del árbol prohibido ofrecida por la serpiente.
La escena está basada la narración del Antiguo Testamento (Génesis 3, 1-6) sobre la caída del Hombre cuando,
tras incumplir los mandatos de Dios, Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso.



Nuestro camino tiene dos caras. La primera, aquella en la que nos reflejamos nosotros mismos,  nos conduce a una senda, la senda del silencio. El silencio que sentencia nuestras democracias y les de la espalda. La otra cara nos lleva a la indulgencia. Indulgencia con aquellas dictaduras propias de otra época, y ante las que no nos encontramos con autoridad moral para decir nada negativo, bastante tenemos con esconder con disimulo nuestras vergüenzas…

También existen dos tipos de hombres blancos. El bueno, el europeo, aquél que muestra su arrepentimiento y lava las miserias del pasado en público, ante la llamada de Asía, África y Sudamérica que reclaman su butacón en primera fila por derecho propio. El otro es el hombre blanco norteamericano, el malo de esta historia, dominador, intervencionista y violento, de este ni siquiera nos atreveremos a hablar.

Tanto norteamericanos como europeos somos mentados por Bruckner como claros ejemplos de esta conducta, en razón a casos como los atentados del 11S (New York), donde tanto occidentales como no occidentales justificaron las matanzas de las torres gemelas argumentando que simplemente era un efecto de las políticas internacionales norteamericanas.

Otro ejemplo aún más evidente fueron los atentados del 11M (Madrid). Doscientos muertos a manos de células de Al-Qaeda, casi un millón de personas se reúnen en la capital española, muchas miradas y protestas fueron puestas sobre estas células terroristas, pero la gran mayoría de los dedos apuntaban hacia el ex presidente español José María Aznar por el apoyo ofrecido a Norteamérica durante la Guerra de Irak. Es decir, nosotros mismos nos culpamos de nuestras victimas a manos de terroristas venidos de países lejanos... más penitencia… más sumisión…

Todos estos pensamientos nos llevan a un callejón sin salida, donde nos encontramos con una deuda eterna a pagar, producto de nuestras filosofías y religiones. Sin duda este no es el camino, hemos hecho cosas horribles, pero también cosas grandiosas, al igual que todas las culturas. Sin embargo nadie señala al resto, preferimos señalarnos a nosotros mismos antes que señalar a nadie más. Debemos dejar de pagar esta hipoteca moral sin fin. Nuestras generaciones actuales no tienen culpa del bien o del mal hecho en el pasado. Somos un mundo nuevo, con diferentes actores, el pasado ha quedado atrás en el lugar donde le corresponde estar. Comprender este dilema, acotar este problema moral y ofrecer recursos para ponerle remedio es, sin duda, el fin de este libro.




Esta entrada, la primera en una serie de futuras colaboraciones, tiene por autor a Jonás Ordóñez. Filósofo, insaciable viajero y consumado lector,  sus visitas y estancias en varias decenas de países le proporcionan una perspectiva multicultural y una visión global de las cuestiones de actualidad. Su próximo viaje comenzará en Moscú para arribar a Pekín, recorriendo en tren parte de la ruta transiberiana.



sábado, 7 de enero de 2012

Chávez reductio ad absurdum… O miserum te si intelligis, miserum si no intelligis!

          Muchos lectores del blog conocen mi relación con la República Bolivariana de Venezuela, lo que casi me obliga periódicamente a plasmar en forma de entrada algunas reflexiones sobre la situación del país. Trata uno, desde la distancia, de ser ecuánime y objetivo, así es que leo las páginas de los periódicos chavistas y las de los antichavistas, zapeo entre VTV y Globovisión, pero aún así las cuentas no cuadran. La realidad se recrudece, el padecimiento no mengua, y las pistoladas chavistas cada día son más deprimentes.

          El comandante Chávez concurrirá el próximo 7 de octubre en los comicios presidenciales seguramente más decisivos de su trayectoria política, para los que ya varias encuestas privadas (o sea, no financiadas, en alguna u otra forma, por el gobierno) le dan por primera vez como potencial perdedor. Nada acostumbrado a la prudencia en sus manifestaciones, las coyunturas electorales, que excitan las meninges de cualquiera, han llevado al presidente venezolano hacia toda una colección de non plus ultra en las últimas semanas. De hecho, para mañana domingo anuncia que retoma su programa dominical Aló Presidente, siete meses después de haber sido cancelado poco antes de ser intervenido en Cuba de un tumor cancerígeno. "En verdad que sin el Aló Presidente los domingos no se aguantan de fastidio así que vuelve el Aló Presidente y prometo por lo menos cinco horas". Para 2012 el programa tiene un presupuesto asignado de casi seis millones de bolívares fuertes, y las 375 emisiones hasta ahora retransmitidas han supuesto un desembolso de más de cien millones de bolívares fuertes de los fondos del Estado. En estos doce años años, se ha podido ver a Chávez cantar, bailar, insultar, contar chistes y utilizar los recursos estatales para impulsar al PSUV y su proyecto personal, lo cual, cuando menos, se podría entender como malversación de los fondos públicos.



Chávez, el pasado octubre, durante una recepción a representantes bielorusos (Fotografía: Carlos García Rawlins).



          El de Sabaneta, durante el discurso por el fin de año a la Fuerza Armada, sugirió que los Estados Unidos podrían estar detrás de la aparente epidemia cancerígena (sic) que afecta a cinco mandatarios de Latinoamérica, todos ellos de vitola izquierdista. Además del propio Chávez, que viene de recibir prolongadas sesiones de quimioterapia en Cuba, también se han visto afectados el presidente paraguayo Fernando Lugo, el expresidente brasileño Lula, su sucesora Dilma Rousseff y, la última, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner (aunque hoy mismo se comunicó la ausencia de cancer en su glándula tiroidea). La insidiosa insinuación chavista se apoya en los experimentos efectuados por médicos norteamericanos en Guatemala entre 1946 y 1948, recientemente confirmados, durante los cuales se inocularon enfermedades venéreas a cientos de guatemaltecos utilizados como conejillos de Indias.

          Chávez recalcó que, en cualquier caso, no acusa a nadie sino que está haciendo uso de su libertad de reflexionar y emitir comentarios: "Bueno, es un poco difícil explicarlo, razonarlo, incluso utilizando la ley de probabilidades (sic). Fidel siempre me dijo 'Chávez ten cuidado porque tú te le tiras a la gente encima. Cuidado, esta gente ha desarrollado tecnologías, tú eres muy descuidado. Cuidado con lo que comes, con lo que te dan de comer, con una pequeña aguja y te inyectan no sé qué'. Bueno, uno anda en las manos de Dios".

          No cabe duda que Estados Unidos ha hecho cosas peores en América Latina, como firmar la autoría intelectual del derrocamiento y muerte de Salvador Allende, presidente democrático de Chile, en 1973, o el intento de asesinato de Fidel Castro. Pero, incluso siendo técnicamente posible la "contaminación cancerígena", la Casa Blanca y el Pentágono tienen hoy cosas más importantes en su agenda que esa guerra ad personam. Por una parte, la caída del bloque soviético, y con ella el ocaso del comunismo, permite a Washington convivir con los resultados electorales de cualquier país latinoamericano, por mucho que estos se escoren hacia la izquierda. Incluso ¿qué interés pudiera tener en deshacerse de Lula o de Rousseff a los que, por el contrario, cabría ver como la garantía de que el chavismo no pasará? Chávez, embebido de su vanagloria, se otorga mayor importancia de la que Estados Unidos le concede.

          Ayer viernes, durante la visita del comandante a la Basílica Menor de Nuestra Señora de Coromoto, en Guanare, estado Portuguesa, el comandante designó al general en jefe Henry Rangel Silva nuevo ministro de la Defensa en sustitución de Carlos Mata Figueroa, ahora candidato por la fórmula oficialista para la Gobernación del estado Nueva Esparta. Rangel Silva, etiquetado por sus supuestos vínculos con las FARC y por el escándalo de la valija, ha sido fuertemente cuestionado por la opacidad en el manejo administrativo de los cargos que ha venido ocupando y ha declarado públicamente el desacato al artículo 328 de la Constitución al jurar lealtad a una persona y no a la Nación. Además, como bien se encarga hoy de recordar la candidata de la oposición María Corina Machado, ha amenazado al pueblo abrogándose el derecho de desconocer al nuevo comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana que pueda salir de las próximas elecciones, lo que parece indicar que presiente que la voluntad popular se va a expresar a favor de un cambio. Por cierto, que nadie olvide su participación junto a Chávez en el golpe de estado en febrero de 1992.



Mahmud Ahmadinejad en Teherán, durante la campaña electoral de 2009 (Fotografía: Abedin Taherkenareh).



          Si hoy sábado fue el presidente peruano Ollanta Humala quien fue recibido en Puerto Ordaz por Chávez, pasado mañana lunes hará lo propio con Mahmud Ahmadinejad, su homónimo iraní en su quinta ya visita a Venezuela, mientras la tensión aumenta en el Golfo Pérsico por la presencia militar estadounidense y las advertencias del gobierno iraní de bloquear el estrecho de Ormuz. Lo que Irán busca en Venezuela, y en el resto de países de su gira, es marcar una postura desafiante hacia la Casa Blanca y, de paso, romper el cerco internacional que podría derivar en sanciones, además de asegurarse la provisión de materias primas. Sin embargo, la tournée sudamericana de Ahmadinejad que incluye Ecuador, Cuba y Nicaragua, además de Venezuela, carece de trascendencia mayor ya que, a día de hoy, cualquier intento de alianza con Sudamérica pasa necesariamente por Argentina y Brasil. Con todos los respetos para los países visitados, Admadinejad entra por el patio trasero.

         El presidente Chávez forzó la alianza con Irán en 2006, justo cuando el régimen de Ahmadinejad era firmemente cuestionado por Estados Unidos y por la comunidad internacional debido su política de desarrollo nuclear. La relación ha ido in crescendo desde entonces, alimentada con visitas mutuas, condecoraciones y con proyectos que demandarían, según lo anunciado, inversiones por más de tres mil millones de dólares, como la instalación de una planta cementera, una fábrica de munición y una ensambladora de automóviles iraníes en Venezuela y una balanza comercial, escasa por lo pequeña pero ampliamente favorable para Teherán, que pasó de trece mil dólares en 2005 a ochenta millones en 2011.



El difunto Gadafi gesticula con una vara de mando verde tras unos cristales antibala,
durante un desfile militar en la Plaza Verde de Trípoli durante 2009 (Fotografía: Ben Curtis).


          La primavera árabe, de la que Chávez no quiere oír ni hablar, y de la que escasa información se encarga de que llegue al venezolano de a pie, también pasa factura a la imagen del líder bolivariano. El Hugo Chávez Stadium, inaugurado el 5 de marzo de 2009 en Benina, Libia, fue renombrado el pasado 8 de marzo como Martyrs of February Stadium (Los Mártires de Febrero), por el Consejo Nacional de Transición libio, en honor de aquellos que murieron en el levantamiento popular contra el régimen de Gadafi. Vetustas pauca non depravat, multa tollit.


viernes, 6 de enero de 2012

Sobre Alfred Wegener en el centenario de la teoría de la deriva continental…


          Tal día como hoy de hace un siglo, 6 de enero de 1912, Alfred Wegener presentó sus ideas al público por primera vez en una conferencia ante la Geologische Vereinigung en Frankfurt-am-Main. La teoría de la deriva continental propuesta por Wegener representó un muy importante episodio en la historia de la ciencia ya que revolucionó el concepto de la dinámica terrestre. Desde su surgimiento, la idea de que los continentes podían desplazarse cambiando completamente la configuración de tierras y mares fue, además de impactante, polémica.

          Wegener, soldado del ejército alemán, profesor de meteorología y viajero incansable, fue el primero en elaborar una explicación coherente sobre el desplazamiento de los continentes apoyada en una teoría geológica completamente audaz y novedosa a partir de evidencias paleontológicas, geológicas y geofísicas, lo que inicialmente suscitó una fuerte polémica en la comunidad científica. El desarrollo posterior de los estudios paleomagnéticos condujo a la moderna teoría de la tectónica de placas y, si bien la teoría de Wegener fue incapaz de desarrollar una explicación convincente sobre el mecanismo de los movimientos horizontales de la superficie terrestre, la teoría propuesta surgió, por el contrario, como resultado de estudios del fondo oceánico y paleomagnéticos que se convirtieron en la evidencia empírica que da sustento al movimiento de las placas tectónicas.




Wegener durante la expedición de 1930 a Groenlandia (Fuente: Alfred Wegener Institute).




Alfred Wegener, a diferencia de lo que se conoce actualmente, pensaba en términos de movimientos continentales y no de placas tectónicas, pero su gran idea sobre el desplazamiento fue y sigue siendo impactante, no solo por los resultados catastróficos que produce para la especie humana, sino porque implicó la audacia de imaginar una fuerza colosal capaz de mover continentes enteros hasta el punto de recomponer completamente la disposición de tierras y mares en el curso de las eras geológicas. Si bien Wegener no pudo encontrar un mecanismo para explicar la deriva de los continentes, tuvo el mérito de reunir toda la evidencia posible en su época para establecer de forma sólida el movimiento horizontal de los continentes.

Desde sus inicios como estudiante, Wegener había tenido la ilusión de explorar Groenlandia y también se había sentido enormemente atraído por una ciencia relativamente moderna: la Meteorología. Como preparación para sus expediciones a la Antártida, Wegener se introdujo en programas de largas caminatas y llegó a dominar el uso de cometas y globos para observaciones climatológicas. Incursionó en la aeronáutica con tal éxito, que en 1906, junto con su hermano Kurt (1878-1964), estableció un récord mundial de 52 horas de vuelo ininterrumpido.

La preparación de Wegener tuvo su recompensa cuando fue elegido como meteorólogo de una expedición danesa que partió hacia el noreste de Groenlandia. La expedición, que llevaba como líder a Mylius-Erichsen, duró de 1906 a 1908. Durante los dos primeros años que pasó en Groenlandia, Wegener emprendió una variedad de trabajos científicos sobre Meteorología, Geología y Glaciología. Fue una expedición salpicada de fatalidades, que sin embargo no le impidieron adquirir reputación como miembro expedicionario competente y destacado viajero polar. Regresó a Alemania con volúmenes de observaciones climatológicas.




Wegener y el esquimal Rasmus Villumsen en una de sus últimas fotografías (Fuente: Alfred Wegener Institute).




En 1912 Wegener realizó una nueva expedición a Groenlandia con el explorador danés J.P. Koch, notoria por ser la travesía más larga hecha a pie sobre el casquete glaciar. En esta expedición el propósito fue realizar estudios en glaciología y climatología.

En 1927 Wegener decide hacer una nueva expedición a Groenlandia con un fuerte apoyo de la Asociación Alemana de Investigación. Su experiencia y reputación lo convertían en la persona idónea para dirigirla. El objetivo principal era construir una estación climática para obtener mediciones climatológicas sistemáticas de las tormentas y sus efectos sobre los vuelos trasatlánticos. Se bosquejaron además otros objetivos dentro de un amplio programa de meteorología y glaciología, con la intención de obtener pruebas geofísicas del desplazamiento continental. La expedición, una de las más importantes hasta entonces, se inició en 1929. De esa expedición se obtendría finalmente un dato relevante para su tiempo: el espesor del hielo interior sobrepasaba los 1800 m.




Las placas continentales, por orden, durante el Triásico Superior, durante el Cretácico
 Inferior, durante transición Mesozoico-Cenozoico, y en la actualidad.



En 1930 llevó a cabo la que sería su cuarta y última expedición. Hubo grandes dificultades desde el comienzo. Los abastecimientos de las instalaciones tierra adentro no llegaron a tiempo y la inminencia del invierno motivó a que Wegener se esforzara por prever una base en la que pudieran albergarse. Partió desde la costa oriental de Groenlandia con una numerosa caravana y acompañado de nevadas y fuertes vientos, lo que provocó la casi inmediata deserción de los groenlandeses que había contratado. Los que quedaron, incluido Wegener, sufrieron durante todo septiembre. En octubre llegaron sin provisiones a la estación y con uno de los miembros del grupo casi congelado, quien ya no pudo continuar el viaje. La situación era extremadamente desesperada. Apenas había suficiente comida y combustible para dos personas, de las cinco que habían arribado. Era necesario que algunos regresaran a por provisiones. Se decidió que Wegener y su compañero esquimal Rasmus Villumsen volvieran a la costa. Wegener celebró su cincuenta aniversario el 1 de noviembre de 1930 y salió a la siguiente mañana. La última fotografía muestra a un Wegener determinado, con su bigote empastelado con escarcha de hielo y con un Villumsen de gesto no muy complacido a su lado. Se sabe que el viento era fortísimo y había una temperatura de -50º C. Nunca más se les volvió a ver vivos. El cuerpo de Wegener fue encontrado bajo la nieve el 8 de mayo del siguiente año envuelto en su bolsa de dormir y con una piel de reno. Sus manos no mostraban congelamiento, lo que indica que no murió durante el camino a causa del frío, sino probablemente dentro de su tienda de campaña a causa de un paro cardiaco producido por un esfuerzo físico extremo. El cuerpo de Villumsen nunca se recuperó, como tampoco el diario de Wegener que posiblemente contenía sus últimos pensamientos. La esposa de Wegener, Else, recibió el ofrecimiento del gobierno alemán para enviar un acorazado por el cuerpo y honrarlo con un funeral público, sin embargo, ella declinó insistiendo en que su cuerpo se dejara intacto dentro de la capa de hielo. Allí continúa todavía, descendiendo lentamente dentro de un enorme glaciar, que algún día se desprenderá y quedará flotando como iceberg.

La teoría de la deriva continental de Alfred Wegener representa una de las teorías más importantes del siglo XX. La importancia actual de la tectónica de placas es indiscutible y ha sido pieza fundamental para poder explicar la formación de las grandes cordilleras y la actividad sísmica, y ha provisto una herramienta central a la biogeografía histórica para reconstruir la distribución pasada y entender la distribución actual de los organismos. 

La fama de Wegener descansa hoy tanto en su intenso trabajo como explorador y meteorólogo así como por haber desarrollado una teoría coherente sobre la deriva continental. De hecho, la estatura de Wegener como científico continúa creciendo y es mucho más conocido hoy que en ningún momento de su vida. Es posible decir que, a diferencia de muchos de sus contemporáneos para quienes la audaz idea del movimiento de los continentes les resultaba simplemente inimaginable, a Wegener, el caminante incansable, no le produjo el menor vértigo.

miércoles, 4 de enero de 2012

7000 millones, más miseria, Malthus, Marx y la Ley de Pobres...

          Superados con soltura los siete mil millones de pobladores del planeta el pasado 30 de octubre de 2011, releo a Malthus en su Primer ensayo sobre la población (Alianza Editorial, 1966), con excelente traducción al castellano por Patricio de Azcárate Diz y no menos loable prólogo de John Maynard Keynes. En las diversas ediciones de esta su obra principal, Malthus expuso sus propias opiniones sobre cuestiones candentes tales como la perfectibilidad de la sociedad humana y la antigua Ley de Pobres, un sistema de ayuda existente en Inglaterra y Gales desde la Edad Media y las leyes Tudor hasta el nacimiento del Estado de bienestar moderno surgido tras la segunda guerra mundial. Concretamente, lo que Malthus vino a decir es que mientras la población se desarrollaba en progresión geométrica (crecimiento exponencial) la producción de alimentos tendía a hacerlo en progresión aritmética (progresión lineal), por lo cual no podría por menos suceder que, en un momento dado, los recursos alimenticios resultasen insuficientes y los salarios llegasen a situarse incluso por debajo del nivel de subsistencia. Malthus pensaba que la promoción de los hábitos de prudencia en lo tocante al matrimonio y la procreación, así como la derogación de la Ley de Pobres estimularía del bien general de toda la comunidad.



La miseria (1886), por Cristobal Rojas (1857-1890), junto a Michelena, exponente de la pintura venezolana del s. XIX.
La pintura está inspirada en un hecho real sucedido a una familia vecina de Rojas y representa al cabeza de familia,
un peón italiano, desesperado junto al cadaver de su mujer fallecida por falta de recursos para la compra de medicinas.



          En tiempos de Malthus la Ley de Pobres se había convertido en asunto de crítica creciente. Diseñada para aliviar la pobreza, esta ley parecía crear la privación misma que supuestamente debía eliminar. El impuesto para los pobres se cobraba sobre la tierra y los edificios utilizados como instrumentos de producción. La tasa del impuesto tendía a aumentar, presionando a los pequeños propietarios de la parroquia. Perversamente el sistema daba cobijo a abusos en muchos sentidos. Dado que los salarios de los trabajadores que recibían ingresos menores de cierto nivel se complementaban con los fondos de la Ley de Pobres, los agricultores locales reducían deliberadamente los salarios para hacer recaer sobre la comunidad la mayor carga posible de los costes salariales. Además, en muchas parroquias los agricultores locales contrataban a los jornaleros desempleados y subsidiados, pagándoles salarios menores que el nivel considerado mínimo, para que después fuesen complementados gracias merced a la Poor’s Law. La práctica en cuestión inducía a los agricultores a recurrir cada vez más a los subsidiados y a despedir a los trabajadores agrícolas independientes, los cuales se veían obligados a pasar por el sistema de beneficencia.

          Sostenía Malthus que las bondades de la Ley de Pobres eran superadas por sus defectos. En primer lugar, el sistema de beneficencia tendía a debilitar el incentivo del ahorro. También tendía a destruir el comportamiento responsable. Cuando los pobres saben que siempre podrán recurrir a la asistencia de la parroquia, se casarán a edad relativamente temprana y procrearán más hijos que serán sostenidos por la parroquia. La Ley de Pobres alentaba el matrimonio y consecuentemente el crecimiento demográfico. Al aumentar la población empeoraría la razón alimentos-población, se elevarían los precios de los alimentos, declinarían los niveles de vida reales, y más personas tendrían que solicitar la asistencia pública.

          Los efectos redistributivos de la Ley de Pobres eran también inconvenientes en opinión de Malthus. Suponiendo inelástica la oferta de trigo, sostuvo, a medida que el poder se compra se transfiere de las clases medias y altas a los grupos de ingresos bajos, estos podrían permanecer en el mercado. Su demanda de trigo tendía a ser muy inelástica, y gastaban en alimentos la mayor parte del incremento de su ingreso causado por la transferencia, si no es que la totalidad. La demanda de alimentos (especialmente de trigo) de los grupos de ingresos altos es más elástica, de modo que una parte del poder de compra del que se les privaba podría haberte gastado en otra cosa. En consecuencia, la demanda agregada de trigo era mayor que lo que habría sido ni no hubiese sucedido la transferencia del poder de compra. Los precios de los alimentos se elevaban y las clases medias bajas (aquellas que están inmediatamente por encima de la clase pobre), que en opinión de Malthus constituían una porción muy grande de la población total, padecían privaciones. Así pues, el sistema castigaba a los miembros más valiosos, capacitados e industriosos de la sociedad.

          Para un utilitarista como Malthus, el objetivo final de cualquier sistema debería ser un incremento neto del bienestar total y dudaba seriamente de que los beneficios recibidos por los pobres fuesen mayores que las penurias causadas al resto de clases sociales. En opinión de Malthus, la Ley de Pobres no promovía la mayor felicidad del mayor número y si no existiese la Ley de Pobres podrían existir algunos otros casos de grave penuria, pero la cantidad total del bienestar humano sería mayor de lo que en efecto era en su época.

          Malthus propugnaba una abolición gradual de la Ley de Pobres. En lugar de dar dinero a los pobres, recomendaba el uso gratuito de pequeños lotes de tierra que estuviesen fuera de cultivo. Además, recomendaba la creación de instituciones de ahorro y el desarrollo de programas educativos que enseñaran a los pobres cuales eran las causas reales de la pobreza y como podrían proteger e impulsar sus propios interesas.

          El Parlamento Británico creó en 1832 una Comisión Real encargada de investigar el funcionamiento del sistema de la Ley de Pobres a fin de proponer algunas reformas. El informe se presentó dos años más tarde y en sus conclusiones podían discernirse las teorías de Malthus. En 1834 el gobierno acató las sugerencias del informe. Se centralizó la administración de todo el sistema, se limitó la asistencia a los inválidos y los enfermos, etc… mientras que las personas sanas que solicitasen asistencia deberían entrar a trabajar. En los talleres estaban separados los sexos para que no se procrearan niños pobres, y las condiciones del taller se encontraban por debajo de las disfrutadas afuera por el trabajador peor pagado, a fin de desalentar la entrada. Entre 1831 y 1847 el número de miserables de Gran Bretaña disminuyó cerca de un cuarenta por ciento.

          Los antagonistas de Malthus fueron y son de una potencia indudable. Paradójicamente, en el frente antimalthusiano confluyeron católicos y marxistas. Los primeros, por razones religiosas de oposición al control de la natalidad, en base al mensaje natalista del Antiguo Testamento (Génesis, 1, 27 y 28). Por su parte, los marxistas, desde el propio Marx, entendieron que la tesis malthusiana no hacía otra cosa que disculpar a los propietarios y acusar a sus víctimas, los pretendidos "prolíficos obreros". La realidad, según Marx, era otra muy distinta: la miseria no proviene de un número excesivo de habitantes, sino de la persistencia del modo de producción capitalista, es decir, del régimen de propiedad privada con todas sus secuelas. Más concretamente, en su Teoría de la Plusvalía Marx no dudó en afirmar que "el odio de las clases trabajadoras contra Malthus -el párroco charlatán, como despectivamente le llamó Cobbett- estaba plenamente justificado. El pueblo tenía razón en esto, al sentir instintivamente que se enfrentaba no a un hombre de ciencia, sino a un abogado comprado, a un defensor representante de sus enemigos, a un desvergonzado sicofante de las clases dirigentes".

          Aun así, resulta sorprendente que Marx haya prestado tan escasa atención a la cuestión de la sobrepoblación, si tenemos en cuenta que Malthus la había considerado como un obstáculo insuperable para cualquier sociedad fundada en principios socialistas. No se olvide que ya en su primer Ensayo, el de 1798, apuntó que si alguna vez llegaba a existir una sociedad socialista perfecta como la descrita por William Godwin, no sobreviría por largo tiempo ya que se eliminarían todos los obstáculos del crecimiento demográfico y, consecuentemente, la población crecería a una tasa tan superior a la de los medios de subsistencia que la nueva comunidad se derrumbaría ante el exceso de población. En las obras de Marx sólo se encuentran algunas referencias dispersas a esta cuestión y, pese a sus severos comentarios antimalthusianos, nunca presentó una teoría de la población sistemáticamente desarrollada que sustituyera a la del hombre que tan duramente juzgaba.