Superados con soltura los siete mil millones de pobladores del planeta el pasado 30 de octubre de 2011, releo a Malthus en su Primer ensayo sobre la población (Alianza Editorial, 1966), con excelente traducción al castellano por Patricio de Azcárate Diz y no menos loable prólogo de John Maynard Keynes. En las diversas ediciones de esta su obra principal, Malthus expuso sus propias opiniones sobre cuestiones candentes tales como la perfectibilidad de la sociedad humana y la antigua Ley de Pobres, un sistema de ayuda existente en Inglaterra y Gales desde la Edad Media y las leyes Tudor hasta el nacimiento del Estado de bienestar moderno surgido tras la segunda guerra mundial. Concretamente, lo que Malthus vino a decir es que mientras la población se desarrollaba en progresión geométrica (crecimiento exponencial) la producción de alimentos tendía a hacerlo en progresión aritmética (progresión lineal), por lo cual no podría por menos suceder que, en un momento dado, los recursos alimenticios resultasen insuficientes y los salarios llegasen a situarse incluso por debajo del nivel de subsistencia. Malthus pensaba que la promoción de los hábitos de prudencia en lo tocante al matrimonio y la procreación, así como la derogación de la Ley de Pobres estimularía del bien general de toda la comunidad.
La miseria (1886), por Cristobal Rojas (1857-1890), junto a Michelena, exponente de la pintura venezolana del s. XIX.
La pintura está inspirada en un hecho real sucedido a una familia vecina de Rojas y representa al cabeza de familia,
un peón italiano, desesperado junto al cadaver de su mujer fallecida por falta de recursos para la compra de medicinas.
En tiempos de Malthus la Ley de Pobres se había convertido en asunto de crítica creciente. Diseñada para aliviar la pobreza, esta ley parecía crear la privación misma que supuestamente debía eliminar.
El impuesto para los pobres se cobraba sobre la tierra y los edificios
utilizados como instrumentos de producción. La tasa del impuesto tendía a
aumentar, presionando a los pequeños propietarios de la parroquia.
Perversamente el sistema daba cobijo a abusos en muchos sentidos. Dado
que los salarios de los trabajadores que recibían ingresos menores de
cierto nivel se complementaban con los fondos de la Ley de Pobres, los
agricultores locales reducían deliberadamente los salarios para hacer
recaer sobre la comunidad la mayor carga posible de los costes
salariales. Además, en muchas parroquias los agricultores locales
contrataban a los jornaleros desempleados y subsidiados, pagándoles
salarios menores que el nivel considerado mínimo, para que después
fuesen complementados gracias merced a la Poor’s Law. La práctica en
cuestión inducía a los agricultores a recurrir cada vez más a los
subsidiados y a despedir a los trabajadores agrícolas independientes,
los cuales se veían obligados a pasar por el sistema de beneficencia.
Sostenía Malthus que las bondades de la Ley de Pobres eran superadas por sus defectos. En primer lugar, el sistema de beneficencia tendía a debilitar el incentivo del ahorro. También tendía a destruir el comportamiento responsable. Cuando los pobres saben que siempre podrán recurrir a la asistencia de la parroquia, se casarán a edad relativamente temprana y procrearán más hijos que serán sostenidos por la parroquia. La Ley de Pobres alentaba el matrimonio y consecuentemente el crecimiento demográfico. Al aumentar la población empeoraría la razón alimentos-población, se elevarían los precios de los alimentos, declinarían los niveles de vida reales, y más personas tendrían que solicitar la asistencia pública.
Los efectos redistributivos de la Ley de Pobres eran también inconvenientes en opinión de Malthus. Suponiendo inelástica la oferta de trigo, sostuvo, a medida que el poder se compra se transfiere de las clases medias y altas a los grupos de ingresos bajos, estos podrían permanecer en el mercado. Su demanda de trigo tendía a ser muy inelástica, y gastaban en alimentos la mayor parte del incremento de su ingreso causado por la transferencia, si no es que la totalidad. La demanda de alimentos (especialmente de trigo) de los grupos de ingresos altos es más elástica, de modo que una parte del poder de compra del que se les privaba podría haberte gastado en otra cosa. En consecuencia, la demanda agregada de trigo era mayor que lo que habría sido ni no hubiese sucedido la transferencia del poder de compra. Los precios de los alimentos se elevaban y las clases medias bajas (aquellas que están inmediatamente por encima de la clase pobre), que en opinión de Malthus constituían una porción muy grande de la población total, padecían privaciones. Así pues, el sistema castigaba a los miembros más valiosos, capacitados e industriosos de la sociedad.
Para un utilitarista como Malthus, el objetivo final de cualquier sistema debería ser un incremento neto del bienestar total y dudaba seriamente de que los beneficios recibidos por los pobres fuesen mayores que las penurias causadas al resto de clases sociales. En opinión de Malthus, la Ley de Pobres no promovía la mayor felicidad del mayor número y si no existiese la Ley de Pobres podrían existir algunos otros casos de grave penuria, pero la cantidad total del bienestar humano sería mayor de lo que en efecto era en su época.
Malthus propugnaba una abolición gradual de la Ley de Pobres. En lugar de dar dinero a los pobres, recomendaba el uso gratuito de pequeños lotes de tierra que estuviesen fuera de cultivo. Además, recomendaba la creación de instituciones de ahorro y el desarrollo de programas educativos que enseñaran a los pobres cuales eran las causas reales de la pobreza y como podrían proteger e impulsar sus propios interesas.
El Parlamento Británico creó en 1832 una Comisión Real encargada de investigar el funcionamiento del sistema de la Ley de Pobres a fin de proponer algunas reformas. El informe se presentó dos años más tarde y en sus conclusiones podían discernirse las teorías de Malthus. En 1834 el gobierno acató las sugerencias del informe. Se centralizó la administración de todo el sistema, se limitó la asistencia a los inválidos y los enfermos, etc… mientras que las personas sanas que solicitasen asistencia deberían entrar a trabajar. En los talleres estaban separados los sexos para que no se procrearan niños pobres, y las condiciones del taller se encontraban por debajo de las disfrutadas afuera por el trabajador peor pagado, a fin de desalentar la entrada. Entre 1831 y 1847 el número de miserables de Gran Bretaña disminuyó cerca de un cuarenta por ciento.
Los antagonistas de Malthus fueron y son de una potencia indudable. Paradójicamente, en el frente antimalthusiano confluyeron católicos y marxistas. Los primeros, por razones religiosas de oposición al control de la natalidad, en base al mensaje natalista del Antiguo Testamento (Génesis, 1, 27 y 28). Por su parte, los marxistas, desde el propio Marx, entendieron que la tesis malthusiana no hacía otra cosa que disculpar a los propietarios y acusar a sus víctimas, los pretendidos "prolíficos obreros". La realidad, según Marx, era otra muy distinta: la miseria no proviene de un número excesivo de habitantes, sino de la persistencia del modo de producción capitalista, es decir, del régimen de propiedad privada con todas sus secuelas. Más concretamente, en su Teoría de la Plusvalía Marx no dudó en afirmar que "el odio de las clases trabajadoras contra Malthus -el párroco charlatán, como despectivamente le llamó Cobbett- estaba plenamente justificado. El pueblo tenía razón en esto, al sentir instintivamente que se enfrentaba no a un hombre de ciencia, sino a un abogado comprado, a un defensor representante de sus enemigos, a un desvergonzado sicofante de las clases dirigentes".
Aun así, resulta sorprendente que Marx haya prestado tan escasa atención a la cuestión de la sobrepoblación, si tenemos en cuenta que Malthus la había considerado como un obstáculo insuperable para cualquier sociedad fundada en principios socialistas. No se olvide que ya en su primer Ensayo, el de 1798, apuntó que si alguna vez llegaba a existir una sociedad socialista perfecta como la descrita por William Godwin, no sobreviría por largo tiempo ya que se eliminarían todos los obstáculos del crecimiento demográfico y, consecuentemente, la población crecería a una tasa tan superior a la de los medios de subsistencia que la nueva comunidad se derrumbaría ante el exceso de población. En las obras de Marx sólo se encuentran algunas referencias dispersas a esta cuestión y, pese a sus severos comentarios antimalthusianos, nunca presentó una teoría de la población sistemáticamente desarrollada que sustituyera a la del hombre que tan duramente juzgaba.
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