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lunes, 2 de diciembre de 2013

De amor portátil, Kalman Barsy y el Malecón habanero de Arocha Hunjan...

            Un sol desfalleciente caía sobre las soledades infinitas de la pampa de altura. Allí a lo lejos se veía el camino recorrido, serpenteando hasta perderse enlo profundo de un valle de casitas minúsculas, cortado en dos a esa hora del atardecer por la sombra colosal de las montañas. En el camión, que parecía un barco navegando en aquella inmensidad, reinaba un ambiente de fiesta. Una botella de pisco circulaba de mano en mano y Tulio estaba repartiendo los volantes de promoción impresos den Pixotejoana. El texto no tenía importancia porque de todos modos los cholos no sabían leer, pero contaban con la desvaíada foto de la Marylin ─sobreinflada y con el mohín de los labios convertido en borrón de imprenta─ para inflamar el deseo de los pasajeros. Las mujeres, con sus guaguas a la espalda y sus críos mocurrientos agarrados de sus polleras, se habían replegado hacia una esquina de la caja del camión y desde allí lanzaban ladinas miradas contra los dos extranjeros.

Amor portátil, Kalman Barsy, 1989.



Malecón habanero, por Alain Arocha Hunjan. 76x61 cm. Colección particular.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Sobre el héroe discreto, Vargas Llosa, Pelayo Ortega y el sembrador...

            Mientras Adelaida iba al interior de la tienda y volvía, Felícito examinó en la penumbra del local las plateadas telarañas que caían del techo, las añosas estanterías con bolsitas de perejil, romero, culantro, menta, y las cajas con clavos, tornillos, granos, ojales, botones, entre estampas e imágenes de vírgenes, cristos, santos y santas, beatos y beatas, recortados de revistas y periódicos, algunas con velitas prendidas y otras con adornos que incluían rosarios, detentes y flores de cera y de papel. Era por esas imágenes que en Piura la llamaban santera, pero, en el cuarto de siglo que la conocía, a Felícito Adelaida nunca le pareció muy religiosa. No la había visto jamás en misa, por ejemplo. Además, se decía que los párrocos de los barrios la consideraban una bruja. Eso le gritaban a veces los churres en la calle: «¡Bruja! ¡Bruja!». No era cierto, no hacía brujerías, como tantas cholas vivazas de Catacaos y de La Legua que vendían bebedizos para enamorarse, desenamorarse o provocar la mala suerte, o esos chamanes de Huancabamba que pasaban el cuy por el cuerpo o zambullían en Las Huaringas a los enfermos que les pagaban para que los libraran de sus males. Adelaida ni siquiera era una adivinadora profesional. Ejercía ese oficio muy de vez en cuando, sólo con los amigos y conocidos, sin cobrarles un centavo. Aunque, si éstos insistían, acabara por guardarse el regalito que se les antojaba darle. La mujer y los hijos de Felícito (y también Mabel) se burlaban de él por la fe ciega que tenía en las inspiraciones y consejos de Adelaida. No sólo le creía; le había tomado cariño. Le daban pena su soledad y su pobreza. No se le conocía marido ni parientes; siempre andaba sola, pero ella.


(“El héroe discreto”, Mario Vargas Llosa, 2013)



El sembrador (2012-2013), por Pelayo Ortega. Óleo sobre lienzo. Galería Marlborough, Madrid.

viernes, 10 de agosto de 2012

Sobre Villarrubia, un pueblo castellano y dos pinturas en la tienda de antiguedades...

          Estos dos óleos sobre lienzo forman parte desde hace unos meses de la colección particular de quien esto suscribe. Adquiridos en una tienda de antiguedades de Alicante, desconozco completamente su procedencia así como cualquier información sobre quien los firma... un tal Villarrubia. ¿Alguien puede apuntar algo al respecto?




jueves, 17 de noviembre de 2011

Sobre los maestros franceses de la colección Clark en CaixaForum Barcelona...

 El otoño de 2011 está siendo motivo de enhorabuena para los seguidores en nuestro país de la pintura francesa, y especialmente del impresionismo. Si hace tan sólo dos días se inauguraba en Madrid la exposición Berthe Morisot: la pintora impresionista en el Thyssen-Bornemisza, desde hoy jueves 17 de noviembre hasta el próximo 12 de febrero se puede disfrutar en CaixaForum Barcelona la exposición Impresionistas: Maestros franceses de la colección Clark, organizada por el Sterling and Francine Clark Art Institute y producida por la Fundación La Caixa, en la única parada española de la gira internacional que efectúa esta institución.




Bretonne en prière (1894), por Paul Gauguin, en Sterling and Francine Clark Art Institute. 



          Concebida de forma cronológica y conformada por setenta y dos piezas, la exposición recorre las primeras obras que hablan del nuevo camino hacia el impresionismo y que se caracterizan por exaltar, como nunca, la naturaleza. Son los paisajes de Millet, Corot y, sobre todo, de Rousseau con Granjas en las Landas. También de la renovación de las naturalezas muertas, con las obras de Sisley, Manet y las Cebollas, de Renoir, uno de los cuadros menos característicos de este pintor, pero una de las obras preferidas de Sterling Clark, según Rand. Desnudos como Bañista rubia, de Renoir, y Desnudo sentado, de Bouguereau, dos espléndidos Degas, con sus característicos temas: carreras de caballos y bailarinas, y escenas de la vida cotidiana, entre ellos dos espléndidos cuadritos de Boldoni que invitan al espectador a inventar la historia, no escrita, que el pintor quiso representar. Cierran la exposición varios retratos firmados por Toulouse-Lautrec, Bonnard y Gauguin, y dos autorretratos de Renoir separados por un cuarto de siglo, donde se aprecia, además de su envejecimiento, el cambio de técnica del pintor.





El encantador de serpientes (1870), por Jean Léone Gérôme, en Sterling and Francine Clark Art Institute.


A Robert Sterling Clark (1877-1956), viajero, militar y explorador en Oriente, le cambió la vida durante un viaje a París en 1910. Heredero de una cuantiosa fortuna por ser nieto de uno de los fundadores de las máquinas de coser Singer, descubrió el impresionismo tras conocer a su futura esposa Francine, actriz de la Comédie-Française. En 1916 compran su primer Renoir, Joven haciendo ganchillo, iniciando una de las mejores colecciones de este artista en manos privadas. Durante cincuenta años, Clark y su esposa adquieren diversas obras impresionistas haciendo oídos sordos a las feroces críticas que, por entonces, recibía el movimiento. Es el caso de Muchacha dormida, de Renoir, comprada pese a los comentarios negativos que recibió desde 1880, como que la joven representada era famosa por su vida indecorosa y que el cuadro contenía alusiones eróticas, como el gato dormido sobre el regazo de la muchacha, representación de su vello púbico. Todo un escándalo.

El matrimonio Clark concibió su colección a escala doméstica: las obras formaban parte del entorno cotidiano y se distribuían por la casa siguiendo las preferencias del coleccionista, que combinaba piezas de diferentes periodos y estilos. Clark buscaba la continuidad entre las creaciones del pasado y del presente, desde una perspectiva que hoy podemos sentir como muy cercana.

          En 1955 se inaugura el Sterling and Francine Clark Art Institute en Williamstown (Massachusetts), lejos de Nueva York, donde instalan su colección. En la galería, además del impresionismo, también tienen cabida obras más academicistas como El encantador de serpientes, pintada en 1879 por Gérome y que ilustra esta entrada, e incluso obras maestras del quattrocento italiano, entre otras sobresalientes colecciones de esculturas, dibujos, grabados, platería y porcelanas, siguiendo su gusto personal.


Retrato de Carolus Duran (1879), por John Singer Sargent, en Sterling and Francine Clark Art Institute.

martes, 15 de noviembre de 2011

Sobre Berthe Morisot en el Thyssen-Bornemisza...


"Lo cierto es que nuestros valores se encuentran en el sentimiento, en la intención,
en nuestra visión, que es más sutil que la de los hombres, y podemos lograr mucho
si conseguimos que la afectación, la pedantería y el sentimentalismo no lo estropeen todo"
(Berthe Morisot)


         Corren buenos tiempos para los amantes del impresionismo. Merced a un importante acuerdo de préstamo con el Musée Marmottan Monet de París, el Museo Thyssen-Bornemisza presenta desde hoy hasta el próximo 12 de febrero, y por primera vez en España, una exposición monográfica dedicada a la artista impresionista Berthe Morisot. Casada con Eugène Manet, hermano de su maestro, Édouard Manet, fue la primera pintora en unirse al Impresionismo, participando en la ya mítica Primera Exposición Impresionista, en 1874, y en otras posteriores. Más de treinta obras procedentes del Marmottan Monet, junto a otras pertenecientes a las colecciones Thyssen, permitirán descubrir una pintura que, ya sea a través de paisajes o de escenas cotidianas y femeninas, destila elegancia y luminosidad. Su vida y su obra permiten acercarse también al papel de la mujer en la Francia de finales del siglo XIX, porque Berthe Morisot no sólo fue una gran creadora, sino también una mujer burguesa, urbana, preocupada por la moda y una activa animadora cultural, que apoyó a intelectuales y artistas como Manet, Renoir, Monet, Pissarro, Degas o Mallarmé. En palabras de Paul Valery: “La peculiaridad de Berthe Morisot es haber vivido su pintura y haber pintado su vida”



Retrato de Berthe Morisot recostada (1873), por Édouard Manet, en el Musée Marmottan Monet, París.



La figura de Berthe Morisot (Bourges,1841-París,1895) nunca ha sido debidamente valorada entre los grandes exponentes del Impresionismo, sin duda por la falta de un conocimiento adecuado de su obra. Y resulta cuando menos sorprendente, pues su arte resuelto, delicado y vigoroso a la vez, es de una modernidad manifiesta. Pudo influir en ello el hecho de que fuera mujer, en un mundo -el del arte en general, y el de la pintura en particular- reservado tradicionalmente para los varones. En este sentido, hay que reconocer que el papel creativo de las mujeres fue durante mucho tiempo limitado, al ser excluidas de las Academias de Bellas Artes por hombres que preferían verlas dedicadas a la esfera de lo puramente doméstico o, en cualquier caso, a un mundo alejado de la práctica profesional de las artes. Pero lo cierto es que Monet, Pisarro, Renoir y demás, fueron conscientes de la valía de Morisot, quien, como recordara Pisarro en 1895, fue una "gran mujer de extraordinario talento que honró a nuestro grupo impresionista". Renoir, que la conocía bien, alabó también sus cualidades, y Manet, su mejor amigo y colaborador, sintió verdadera admiración por su libertad de experimentación.

La historia nos dice que desde mediados del siglo XIX, con el ascenso de una cierta clase media fruto de la industrialización en los países más ricos, se generó una actitud más abierta sobre la participación de la mujer en el mundo artístico. Aún así, como la Escuela de Bellas Artes permaneció cerrada para ellas hasta 1897, las jóvenes aspirantes a pintoras se vieron en la necesidad de recurrir a tutores particulares, o bien a las academias creadas por artistas varones. Este es el caso de la academia formada en 1868 por el retratista Rodolphe Julian. Gracias a este tipo de iniciativas, las mujeres fueron incorporándose progresivamente al varonil mundo artístico. Y no sólo eso. Paradójicamente, en cierto modo tuvieron la fortuna de no tener que soportar las trabas académicas de sus compañeros, y contra las que, por cierto, se sublevaron los más puros representantes del Impresionismo. Podían así dotar de una fresca espontaneidad a sus pinturas, lejos de las trabas impuestas por el academicismo oficial.

 

 Campesina tendiendo la ropa (1881), por Berthe Morisot, en el Ny Carlsberg Glyptotek, Copenhagen.



          Entre las pintoras impresionistas, muy valiosas algunas de ellas, la más importante fue muy posiblemente Morisot, pintora de paisajes rebosantes de frescura, de trazos desenvueltos, y casi siempre con la figura humana como punto de referencia. Unido a ello, fue también una extraordinaria pintora de escenas de la vida doméstica, donde podía recrearse y dar rienda suelta a sus dotes de observación, al igual que al tratamiento lleno de naturalidad de la intimidad familiar. De fuerte personalidad, luchó contra los convencionalismos sociales de la época, que tendían a recluir a las mujeres en el ámbito de lo privado. Prueba de ello es su dedicación profesional a la pintura, a pesar de la advertencia del profesor Guichard, quien hizo saber a la madre del peligro que acechaba a sus hijas Berthe y Edma, pues teniendo en cuenta sus dotes naturales, "mis enseñanzas no acabarán creando pequeños talentos de salón, sino que se convertirán en pintoras. ¿Es usted absolutamente consciente de lo que esto significa? Sería revolucionario, casi diría catastrófico, en un medio social de la alta burguesía". Resulta significativo, al respecto, el hecho de que ya en 1860 Berthe Morisot mostrara su interés por pintar al aire libre, a pesar de que esto no fuese del agrado de su maestro Guichard.



 El puerto de Lorient (1869), por Berthe Morisot, en la National Gallery of Art, Washington.



Desde que en 1861 Berthe conociera a Corot, se vería influida por su concepción artística serena, equilibrada, de indudable lirismo poético. Su forma de captar y reproducir la realidad a través del color y de la luz, abrió los ojos de la artista hacia nuevas formas de expresión. Morisot trabajó con él, y también tuvo oportunidad de conocer a Daubigny, paisajista de la Escuela de Barbizón, la que fuera precedente próximo del Impresionismo. Pero más importante aún para su vida fue el conocimiento de Manet, su futuro cuñado, con quien mantuvo desde 1868 una especial relación amistosa y artística que, de alguna manera, marcó el futuro de su obra. Ciertamente, ambos se influyeron entre sí, y ambos se vieron a su vez influidos por la corriente impresionista que llenó de vivos y luminosos colores sus paletas. También, unos años después, la pintora entabló una relación amistosa con Renoir, excelente pintor de formas suaves y voluptuosas, de rico colorido, pero tal vez sin la sutileza y finura de Morisot en la representación de los personajes en su ambiente familiar.

En una esfera artística dominada por los hombres, Berthe Morisot fue siempre consciente de su talento, al igual que del talento de sus compañeras. Así se entiende que escribiese: "Lo cierto es que nuestros valores se encuentran en el sentimiento, en la intención, en nuestra visión, que es más sutil que la de los hombres, y podemos lograr mucho si conseguimos que la afectación, la pedantería y el sentimentalismo no lo estropeen todo". Así fue, pues supo unir a esa visión sutil y a esa primacía del sentimiento, un destacado sentido del equilibrio y de la luz, al igual que un encanto particular, mezcla de pinceladas rápidas y sueltas, en la que dominan los colores suaves y cálidos. Esta es la razón de que sus obras puedan dar a veces la impresión de un esbozo de trazos vivos, llenos de espontaneidad, como se aprecia en el espléndido "Día de Verano" (1874). Además, su delicada paleta se puede también admirar en obras tan destacadas como “Dama en el tocador” (1875) y sobre todo en "El espejo de vestir" (1878), donde como acertadamente se ha señalado, la meditación callada e íntima del personaje frente al espejo contrasta con las más provocativas y eróticas representaciones de escenas familiares que realizaron otros pintores varones de la época.

 

Campo de grano (1875), por Berthe Morisot, en el Musée d'Orsay, Paris.



Muy interesante resulta ver la evolución del arte de Morisot. Para ello, conviene fijarse en primer lugar en las pinturas que presentó a la primera exposición impresionista de 1874. Concretamente, entre ellas se encuentran "La cuna" (1872), una de las obras que le dieron mayor renombre, y "El lilo de Maurecourt" (1874), obra cautivadora por su concepción y por su estilo, con ese toque mágico que resalta los diferentes tonos verdosos, iluminados por destellos de luz blanco-amarillenta. Aunque a comienzos de la década de los setenta Morisot era ya una artista consagrada, será poco después, a partir de su estancia en 1875 en la isla inglesa de Wight, cuando conforme su estilo más característico. Pinceladas cortas y rápidas diluyen cada vez más los contornos de las figuras, como sucede en los brochazos sueltos que configuran "En un banco del Bois de Boulogne" (1894), una de sus últimas obras. En ella, tras las dos jóvenes recogidas en concentrada lectura, apenas se intuye el camino y, en un segundo plano, aún menos a las dos mujeres que marchan conversando mientras un carruaje acaba de pasar. La disolución de la realidad de buena parte del cuadro prefigura la abstracción, en todo un ejercicio de modernidad.

No es de extrañar, por tanto -tal es lo avanzado de algunas de sus obras- que Berthe Morisot desconcertara a la crítica de su tiempo. Era su arte algo tan distinto de lo habitual. Así, por ejemplo, el crítico Charles Ephrussi, tras la quinta exposición impresionista de 1880, sólo encontró la fórmula poética para describirlo: "Parece que tritura pétalos de flores y los mezcla con su paleta, esparciéndolos luego en sus lienzos con ligeras y graciosas pinceladas, realizadas un poco al azar... creando una obra delicada, llena de encanto y de vida, que intuimos más que vemos". Tal se podría decir de una de sus pinturas de mayor fuerza expresiva y menor definición de contornos y formas, "El balcón" (1881), o del “Interior de una casa de campo” (1886). Y es que, como comentara el crítico Gustave Geffroy por aquel entonces, "aunque las formas que aparecen en las pinturas de Morisot son siempre vagas, poseen una vida extraña. La artista ha logrado definir el juego de colores, la palpitación entre las cosas y el aire que las envuelve". Y todo esto es lo que hace que el arte de Berthe Morisot fuera tan novedoso en su época y siga resultando, a la vuelta de más de un siglo, tan rotundamente moderno.