También antes y después, aunque principalmente entre San Mateo (21 de septiembre) y San Miguel (29 de septiembre) los bosques de Redes se convierten en escenario del apogeo de una escena reproductiva de difícil parangón: la berrea del venado o ciervo rojo ibérico (Cervus elaphus).
El verano se entrega a las primeras borrascas del otoño y, en plena transición estacional, las temperaturas abandonan sus máximos anuales a la par que los días se ven recortados en su periodo de luz. Es en estas fechas, al contrario que el resto de los animales del bosque, cuando el venado consume en el apareamiento toda la energía acumulada durante la primavera y el verano, ajeno, aunque no desconocedor, a la proximidad de las nieves.
Dos venados (Cervus elaphus) pugnando durante la berrea.
Para el equinoccio de otoño los dos sexos se reúnen y los machos, apenas observables durante el resto del año, se muestran atrevidos a plena luz del día, mientras que las ciervas con sus crías pastan en las praderas que han sido escogidas por los machos para berrar.
El venado es un ungulado típicamente poligínico, donde los machos basan su éxito reproductivo en aparearse con cuantas hembras les sea posible, mientras que las hembras aportan todo el cuidado parental a las crías, de modo que su éxito se basa en su capacidad fisiológica para producir y criar cervatillos saludables.
La época de celo se conoce como berrea o brama, en referencia al sonido que emiten los machos en celo. La berrea o bramido es una señal básicamente dirigida a otros machos rivales -pudiendo también tener efectos sobre las hembras al adelantar su entrada en celo- que ha sido producida por la selección natural para mantener a raya a otros machos sin necesidad de entrar en luchas constantes con todos ellos. Parece ser que la tasa de berridos por unidad de tiempo que emite un macho está relacionada con su capacidad de victoria en una posible contienda, por lo que puede ser utilizada por los rivales para decidir retar o no a un oponente.
Para berrar, el venado adopta una postura característica en la que estira el cuello y saca la lengua. Además de delimitar el terreno frente a otros machos que puedan pretender a las hembras de un grupo –como ya se anotó-, la señal acústica, define el vigor del macho hacia las hembras, considerando estas si se trata de un potencial buen padre para sus crías.
Son los machos de más edad los primeros en bramar, aunque no suelen entrar en verdadero conflicto por un grupo de hembras. Mientras los jóvenes permanecen escondidos y se dedican a pastear, sólo aquellos en plenitud sexual, entre los seis y los nueve años, cargarán con la mayor parte de la actividad reproductora. Durante casi dos semanas, y sin apenas descanso, sueño ni alimento, estos se dedican a perseguir a las hembras a medida que se muestran receptivas, alzando el labio superior intentando captar señales olfativas que revelen el estro de las hembras.
Serán los machos dominantes, los más vigorosos y fornidos, los que marquen territorios prohibidos para el resto y en los que intentarán reunir el mayor número posible de hembras en forma de harén. Esta porción de terreno será defendida principalmente a base de bramidos, pero también con señales olfativas segregadas por numerosas glándulas repartidas por las pezuñas, la testuz y la zona perineal, o junto al meato.
El enfrentamiento físico directo entre machos suele ser una excepción más sobreponderada que suceso habitual, puesto que son conocedores del potencial destructivo de sus cuernas y las consecuencias de posibles heridas o, lo que suele ser fatal, de quedarse enganchados y abocados a una muerte segura. Por tanto, sin llegar a la pelea, dos machos en desafío suelen caminar paralelos exhibiendo su cornamenta y acometiendo contra árboles o arbustos, a los que rompen ramas e incluso el tronco, dejando patente rastro en los berraderos habituales. La confrontación física se produce únicamente cuando ninguno de los dos acaba cediendo ante el muestrario de presunciones y alardes del contrario, enfrentando las cuernas hasta que uno de ellos se retira agotado o temeroso. El ganador obtiene la recompensa del terreno y del harén, pero raramente persigue al vencido para que ningún otro macho pueda acudir mientras a cubrir a sus hembras.
Desde este momento, el victorioso macho comenzará una carrera contra el reloj en la que diariamente realizará hasta veinte cópulas, sin apenas dormir ni comer y en vigilancia de posibles intrusos, lo que hace que a los tres o cuatro días, exhausto, haya de ceder el harén a otro macho más vigoroso que continuará con las montas.
La duración de la berrea, en un área concreta, no supera los 25 días si todas las hembras entran en celo en el momento adecuado, es decir, si todas están en buenas condiciones. Cuando hay hembras en malas condiciones la berrea se alarga, y si casi todas están mal, la berrea en general se retrasa. Todos los retrasos producirán crías tardías que generalmente se desarrollarán peor que las nacidas en el mejor momento. Una vez que el fotoperíodo se está acortando y la hembra está en buena condición física, comienza a producir ovulaciones cada 19 días aproximadamente. La selección natural favorece a las hembras que quedan preñadas en las primeras ovulaciones que producirán partos en la época adecuada. El estrés debido a altas densidades, excesivas concentraciones de animales o actividades humanas que causan disturbios en las poblaciones, pueden favorecer que algunas ovulaciones no culminen en cópulas efectivas y gestaciones, con el consiguiente retraso de los partos.
Durante la época de celo las hembras se suelen distribuir en función de la distribución de la comida y los machos se desplazan hacia las zonas donde hay más hembras. Las zonas buenas de berrea suelen ser por tanto las mejores zonas de alimentación para las hembras en septiembre. A pesar de esta afirmación general, también es cierto que algunas hembras durante la berrea se acercan a las "zonas de berrea", es decir que la distribución espacial de las hembras durante la berrea se hace un poco más contagiosa, agrupada hacia aquellos "puntos calientes" donde previamente había más hembras que en otros. Puede decirse que a las hembras de zonas con poca densidad les interesa agruparse hacia las áreas con más densidad, dejando casi vacías las zonas de baja densidad. Las razones de este comportamiento pueden estar en evitar el acoso de machos subadultos al incluirse en harenes defendidos por machos mayores.
Una vez en la zona de berrea las hembras se dedican a comer, pero con su pasividad provocan la competencia entre los machos, de modo que simplemente con aceptar al ganador tienen una buena forma de elegir a un buen padre para sus hijos, con lo cual no se descartan posibles beneficios genéticos del comportamiento de agruparse en las áreas donde hay mayores harenes y más competencia entre los machos.
Macho de Cervus elaphus berrando en el Parque Natural de Redes, fotografía de Manuel Suárez Calvo.
La
posibilidad de que las condiciones ambientales sean adecuadas para
criar con éxito marca el momento del año en que las hembras inician su
reproducción. La época de mayor disponibilidad de alimento es la
primavera avanzada, por lo que las ciervas ajustarán su fenología reproductiva para que el final de la gestación y principio de la lactancia tengan lugar en ese momento. Los partos suelen producirse hacia el mes de mayo,
tras una de unos 235-240 días, de modo que la época de celo debe tener
lugar aproximadamente en la segunda mitad de septiembre.
A
partir de su nacimiento, los cervatillos son amamantados durante al
menos unos 4 meses, hasta aproximadamente la siguiente berrea, aunque
pronto comienzan a incluir progresivamente algo de hierba en la dieta.
Los partos dobles son extremadamente raros, aunque es fácil que una
cierva pueda amamantar algún cervatillo ajeno, por lo que las
observaciones de campo de ciervas seguidas de dos crías corresponden con
toda probabilidad a adopciones más que a partos dobles.
Un
macho termina la mayor parte de su desarrollo corporal hacia los 5 años
y es probable que a partir de esa edad, quizás a los 6, disponga ya un
harén durante la berrea. La parte de su vida en la cual disfruta de éxito reproductivo
alto es corta, no más de unos 4 años. A los 9 normalmente empiezan a
decaer en cuanto a su condición corporal, envejecen y suelen morir,
incluso sin presión cinegética, por causas naturales hacia los 12 ó 13
años.
Las hembras son más longevas,
llegando a sobrepasar los 20 años de edad. En correspondencia con las
diferencias entre sexos en las posibilidades reproductivas a lo largo de
la edad, el envejecimiento en los machos ocurre más prematuramente que
en las hembras y está previsto desde su nacimiento. Desde los 2 años en
adelante, y prácticamente hasta su muerte, las hembras pueden producir
una cría cada año, que puede sobrevivir o no, por lo que el éxito anual
promedio de una cierva es siempre algo menor de uno. La mortalidad es
mayor en crías macho que en crías hembra, incluso desde el momento de la
concepción, es decir tanto intrauterina como durante la lactancia y
primer año de vida. Las ciervas en peores condiciones para criar
(subordinadas, inferior condición física o más jóvenes) suelen producir
con mayor probabilidad un cervatillo hembra y viceversa.
Sobre la caza, extinción y reintroducción:
Sobre la cuerna, descorreo, escoda y desmogue:
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