En 1971 fue
publicada la Teoría de la Justicia, un tratado de más de seiscientas páginas
que, en su momento, cambió el paradigma de la filosofía política y cuya influencia ha
traspasado los límites de la academia. El tema de John Rawls, profesor en Harvard
fallecido en 2002, es la justicia de la sociedad. Rawls entiende la sociedad
como una empresa cooperativa, y la justicia está llamada a repartir sus cargas
y beneficios. Pero si en las sociedades
coexisten una pluralidad de concepciones del bien ¿cómo fundar los principios de
justicia?
La respuesta de
Rawls es demandante e, independientemente de su concepción de la vida buena,
usted coincidirá con los principios por él propuestos. Sólo tiene que acceder a
un ejercicio mental que genera una situación de imparcialidad: la posición
original. ¿Si no supiese cuál es su posición económica, sus talentos naturales,
sus virtudes productivas, así como su concepción del bien, qué principios de
justicia escogería para organizar la sociedad en la que ha de vivir? Esta es una decisión bajo incertidumbre.
Y siguiendo una interpretación de la Teoría de la Decisión Racional en estos
casos hay que guiarse por el criterio de decisión Maximin, que asegura el máximo de los mínimos.
Una analogía
aclara la idea. Imagine que usted no puede saber si mañana lloverá, pero debe decidir
hoy si mañana sale de su casa con paraguas. El mejor de los casos es salir sin
paraguas y que brille el sol, otro escenario puede ser salir de casa con paraguas y que caiga lluvia, pero el peor de los supuestos es que usted
decida salir sin paraguas y que mañana esté diluviando. El criterio Maximin nos lleva
a evitar este último escenario: sin información, usted siempre debe salir con
paraguas.
De igual modo sucede
con los principios de la justicia: en la posición original usted aceptaría principios
de distribución desigual sólo si van en beneficio de todos, especialmente de
los más desaventajados. Según Rawls
usted escogerá dos principios de justicia. El primero distribuye las libertades y derechos fundamentales de un
modo estrictamente igualitario. El
segundo, que se compone de dos partes, acepta la desigualdad pero sujeta a
condiciones. Por una parte, el acceso a cargos y posiciones debe estar
abierto a la justa igualdad de oportunidades. Por otra parte, cualquier
rmejoramiento en la posición de los más aventajados sólo es legítimo si mejora
la posición de los más desaventajados. Este es el muy discutido Principio de la
Diferencia.
La posición de
Rawls se viene llamando liberalismo igualitario. Es liberal, porque el primer principio
(las libertades fundamentales) tiene prioridad sobre el segundo. Es
igualitario, porque funda la justicia en el humilde reconocimiento de que
muchas de nuestras ventajas no son más que resultado del azar. ¿Acaso
merece usted su posición económica y social inicial, o sus talentos naturales? Esta
lotería, nos recuerda Rawls, no es ni justa ni injusta. La justo e injusto refiere
a como la enfrentamos.
Los debates de
la filosofía política de los últimos cuarenta años han girado en torno a este
opus magnum. Bien sea para criticarlo o para defenderlo,
la referencia a Rawls es obligada. Además, ha tenido influencia en múltiples campos y disciplinas. Entre muchos otros, la justicia social y penal, el derecho
internacional, la democracia, el entendimiento del bienestar, la salud y la
educación.
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