Antes de leer
Extinction:
The causes and consequences of the disappearance of species, de los
hermanos Anne y Paul Ehrlinch, y
La
sexta extinción: El futuro de la vida y de la humanidad,
coescrita por Richard Leakey y Roger Lewin, libros que esperan pacientes su turno
para este verano, 31 y 17 años respectivamente después de sus ediciones
originales, reflexiono sobre lo observado durante muchos años al respecto de la
biodiversidad y sobre lo que algunos de mis ocasionales interlocutores suelen
responder a la evidencia de la extinción de las especies, mostrando lo que me
permito catalogar como las tres fases de
la negación, expresión que tomo prestada del entomólogo Edward O. Wilson.
Nos encontramos en un mundo en el que las especies se están extinguiendo a un
ritmo mayor del que permite su sustitución mediante procesos naturales y,
realmente, nadie puede predecir a donde conduce esta situación, pero el
empobrecimiento de la naturaleza implica que a esta cada vez le cuesta más
trabajo ofrecernos servicios gratuitos a los que estamos acostumbrados, como la
depuración del aire y el agua, los alimentos, el reciclaje de desperdicios, la
protección de las cosechas frente a las plagas, la nutrición de los suelos o,
por ejemplo, la belleza de los pájaros y las mariposas…
La
reconstitution du dodo par l'atelier du professeur Émile Oustalet (1903),
oleo sobre tabla por Henry Coeylas.
Detalle
de la pintura expuesta en el Muséum National d’Histoire Naturelle de París.
La primera fase de la
negación es sencilla: ¿por qué preocuparse? La extinción es natural y
las especies han estado extinguiéndose durante más de 3.000 millones de años de
la historia de la vida sin que ello haya supuesto un daño permanente para la
biosfera. La extinción siempre ha sustituido a las especies extintas con otras
nuevas.
Todas estas afirmaciones son
ciertas, pero con una terrible peculiaridad. Después del espasmo del Mesozoico,
y después de cada una de las cuatro convulsiones previas espaciadas a los largo
de los 350 millones de años anteriores, la evolución necesitó unos 10 millones
de años para restaurar los niveles de biodiversidad previos al desastre. Ante
un tiempo de espera tan largo, y conscientes de que infligimos tanto daño a lo
largo de una sola vida, nuestros descendientes podrán sentirse, por decirlo de
algún modo, resentidos.
Entrando en la segunda fase de
la negación, la gente suele preguntar: ¿y por qué necesitamos tantas
especies? ¿Por qué preocuparse, puesto que la gran mayoría son bichos, malas
hierbas y hongos? Es fácil desechar a los bichejos rastreros y molestos del
mundo, olvidando que hace menos de un siglo, antes del auge actual del
movimiento conservacionista, las aves y los mamíferos nativos en todo el mundo
eran tratados con la misma negligente indiferencia. Ahora, el valor de los
pequeños seres en el mundo natural se ha constatado de manera convincente.
Recientes estudios experimentales de ecosistemas completos apoyan lo que los
ecólogos veníamos sospechando tiempo atrás: cuantas más especies viven en un
ecosistema, mayor es su productividad y mayor es su capacidad de soportar la
sequía y otros tipos de estrés ambiental. Puesto que dependemos de ecosistemas
funcionales para limpiar el agua, enriquecer el suelo y crear el aire mismo que
respiramos, la biodiversidad es claramente algo que no se puede desechar tan a la ligera.
Cada especie es una obra
maestra de la evolución y ofrece una enorme cantidad de conocimiento científico
útil por estar tan completamente adaptada al ambiente en el que vive. Las
especies que viven hoy tienen millones de años de antigüedad. Sus genes, al
haber estado probados por la adversidad después de tantísimas generaciones,
manipulan un conjunto asombrosamente complejo de dispositivos bioquímicos que
ayudan a la supervivencia y la reproducción de los organismos que los poseen.
Esta es la razón por la que,
además de crear un ambiente habitable para la humanidad, las especies salvajes
son el origen de productos que ayudan a mejorar nuestra vida, por ejemplo los
productos farmacéuticos, de los que más de un 40% se elaboran de sustancias
extraídas originalmente de plantas, animales, hongos y microrganismos. La
aspirina, el medicamente más utilizado en el mundo, se extrajo del ácido
salicílico, que a su vez se descubrió en una especie de reina de los prados.
Pero sólo una fracción de las especies (probablemente inferior al 1%) ha sido
analizada en la búsqueda de elementos naturales que pudiesen servir como
medicinas. Existe una necesidad crítica y apremiante de encontrar nuevos
antibióticos y agentes contra la malaria. Las sustancias que se usan más
comúnmente en la actualidad se vuelven cada vez más ineficaces a medida que los
organismos causantes de las enfermedades adquieren resistencia genética frente
a ellas. Por ejemplo, una bacteria universal, el estafilococo, ha reaparecido
recientemente como un agente potencialmente patógeno, y el microrganismo que
produce la neumonía se está haciendo progresivamente más peligroso. Los
investigadores médicos están inmersos en una especie de carrera armamentística
contra los patógenos que evolucionan con tanta rapidez. Están obligados a
enfocar su trabajo hacia un conjunto mayor de especies naturales con el fin de
adquirir nuevas armas médicas para este siglo que acaba de comenzar.
Aun cuando se esté conforme
con todo esto, surge la tercera fase de la negativa: ¿por qué apresurarse a
salvar todas las especies precisamente ahora? ¿por qué no mantener ejemplares
vivos en zoológicos y jardines botánicos para devolverlos posteriormente a la
naturaleza? La cruda realidad es que en la actualidad los zoológicos del
mundo pueden albergar un máximo de sólo dos mil especies de mamíferos, aves,
reptiles y anfibios de un total de veinticuatro mil que se sabe que existen.
Los jardines botánicos mundiales estarían aun más hacinados por el cuarto de
millón de especies de plantas. Estos refugios son más que valiosos para ayudar
a salvar unas pocas especies en peligro, y lo mismo puede decirse de congelar
embriones en nitrógeno líquido, pero tales medidas no resuelven el problema en
su conjunto. Además, aun no se conoce un refugio seguro para las legiones de
insectos, hongos y otros pequeños organismos que son igualmente vitales.
Aun en el caso de que todo
esto fuese posible y los científicos se preparasen para devolver la
independencia a las especies, los ecosistemas en los que muchas vivieron ya no
existirían. La tierra pelada no es suficiente. ¿Pueden reconstituirse los
ecosistemas abandonados simplemente reagrupando todas sus especies juntas? Esta
utopía es imposible en la actualidad, y no parece que esto vaya a cambiar en un
futuro próximo. El orden de dificultad es comparable al de crear una célula
viva partiendo de moléculas, o un organismo a partir de células vivas.
Será cuando finalice la
lectura de las dos obras al inicio mencionadas que anotaré otras ideas, nuevas
o complementarias de estas.
la extincion de una especie no es lo mas grave, lo grave es el caos que causa en el equilibrio entre el resto de las especies de su mismo entorno(y ese desequilibrio llega mucho antes de llegar a extinguirse). Me explkico, si en una mesa se te da;a una pata sigues teniendo 3 patas....pero ya las otras patas estan mas o menos condenadas y aun en el caso de que no se caiga la mesa ya tendra muchas mas posibilidades de hacerlo.
ResponderEliminarsomos tontos