lunes, 27 de febrero de 2012

Sobre Franz Messerschmidt, el tormento en el lado oscuro del alma...

          Ya hace tres años que tuve la oportunidad de visitar por primera vez el Palacio Belvedere en Viena, el mismo edificio donde un 15 de mayo de 1955 se firmó el tratado de Estado austriaco, otorgante de la independencia al país tras la Segunda Guerra Mundial, después de diez años de ocupación aliada. El Palacio, o mejor, los dos palacios, alto y bajo, albergan hoy tres museos de obligada asistencia para quien muestre interés en los pintores austriacos de finales del XIX y en el modernismo. Allí acudí buscando a Schiele y a Klimt, aunque particularmente a conocer la obra de Oskar Kokoschka con motivo de la exposición monográfica Dreaming Boy, Enfant Terrible. A buen seguro que ulteriores entradas desvelarán mi admiración por estos tres baluartes del expresionismo austriaco.






Sin embargo, mientras escrutaba cada una de las salas del Belvedere, me llamó poderosamente la atención una colección de bustos grotescos, algunos alegres y otros desesperados, en diferentes materiales, pero sin duda de idéntica autoría. Allí se muestran 16 cabezas originales -de las 54 que aún se conservan- y 13 moldes de yeso. Descubrí la obra de Messerschmidt en ese mismo instante y periódicamente aquellas expresiones estrambóticas y grandilocuentes revolotean en mi cabeza. Por ello he de volver al Belvedere, y por ello también es esta entrada.

Esquizofrénico, atormentado, aunque extremadamente talentoso, Franz Xaver Messerschmidt (Wiesensteig, 1736 - Presburgo, 1783) siempre quiso ser escultor, por influencia de sus dos tíos escultores, Johann Baptist Straub y Philipp Jakob Straub, con los que vivió y se inició en Munich y Graz, respectivamente. En 1755 se matriculó en la Academia de Bellas Artes de Viena y posteriormente continuó su formación en Venecia, etapa tras la cual regresó, en 1766, a la capital austriaca ganándose la vida como profesor asistente en la escuela de Bellas Artes además de ejecutar algunos encargos de los círculos aristocráticos e intelectuales de Viena.






A principios de los años setenta, Messerschmidt comenzó a sufrir alucinaciones y paranoias, mostrándose cada vez más incómodo con su entorno. Su situación se agravó hasta tal punto que, en 1774, cuando se postuló para una vacante de un destacado profesor en la Academia, en la que venía enseñando desde 1769, no fue nombrado sino que además fue retirado de la docencia. En una carta del canciller de Estado, el conde Kaunitz, a la emperatriz María Teresa de Austria, para la que Messerschmidt había trabajado con anterioridad, se elogiaba la capacidad de Messerschmidt, pero también se sugería que la naturaleza de su enfermedad (entonces "confusión en la cabeza") podría ir en detrimento de la institución.

Preso de sus demonios e insolvente, hubo de vender sus pertenencias y se instaló en una cabaña próxima a Wiesensteig, su ciudad natal próxima a Baviera, esperando infructuosamente por un empleo prometido en la corte. Allí, dicen que en 1775, comenzó su irrefrenable obsesión, casi desesperada, por la obra gracias a la cual hoy es conocido: la creación de una serie de sesenta y nueve esculturas de cabezas que reflejaran lo que él consideraba eran las 64 expresiones primordiales del ser humano. Tomándose a si mismo como modelo frente a un espejo, se pellizcaba y gesticulaba de forma grandilocuente, a fin de forzar su rostro elaborando una enigmática, y en apariencia demencial, teoría de las proporciones, que en su opinión daba forma al mundo y habría de reflejar sus hiperrealistas cabezas.

Tras una breve estancia en Wiesensteig, en 1777 se establece en Presburgo (la actual Bratislava), donde vivía su hermano también escultor, y donde fallecería sólo seis años después. Fue aquí donde creó la mayor parte de sus cabezas esculpidas en bronce, marmol y alabastro, principalmente, descubriendo diversos aspectos de las tensiones existentes en su alma y cuya intensidad de expresión anticipó posteriores corrientes artísticas, de tal modo que hoy se le relaciona con William Blake y Francisco de Goya, por su exploración del lado oscuro del alma humana.






En 1781, el filósofo, editor e historiador austriaco Friedrich Nicolai visitó a Messerschmidt en su retiro en Presburgo, donde “todo su mobiliario consistía en una flauta, una pipa de tabaco, una jarra para el agua y un viejo libro italiano sobre las proporciones de la figura humana. Esto fue lo único que preservó de sus anteriores pertenencias. Además, tenía clavada cerca de la ventana media hoja de papel con un dibujo de una estatua egipcia sin brazos que siempre contemplaba con gran admiración y reverencia". Fue entonces cuando el escultor le refirió, por primera y probablemente única ocasión, a las 64 expresiones primordiales del ser humano. Además de manifestarle su interés por la nigromancia y lo arcano, se declaró entusiasta discípulo de Hermes Trismegisto, precursor de los principios de la proporción áurea, “cumpliendo con sus enseñanzas respecto a la búsqueda del equilibrio universal" aunque “el espíritu de la proporción le visitaba durante las noches y le obligaba a soportar humillantes torturas” (hoy se cree que se pudiese tratar de dolores intestinales asociados a la enfermedad del Crohn). Cuando le preguntó por qué ocultaba siempre el labio inferior en sus esculturas, el artista le contestó: "Porque ningún animal de la naturaleza lo enseña".

          Tras su fallecimiento en 1783, su hermano, también escultor, encontró cerca de 60 de tan delirantes bustos, los cuales no fueron mostrados al público hasta 1794, en el Hospital de Viena. Allí, un editor anónimo bautizó a su manera en un folleto las 49 obras que se conservaban, con la intención de despertar en el público más la risa y el sarcasmo que la emoción estética. Las esculturas recibieron nombres como El hombre que sufre de estreñimiento, El hipócrita y el calumniador, El hombre que bosteza... Con estos azarosos títulos se siguen conociendo. A finales del siglo XIX, la colección se diseminó en una subasta en Viena. No sería de extrañar puesto que hasta la segunda década del siglo XX las extrañas cabezas de Messerschmidt no comenzaron a atraer a estudiosos y artistas, que veían en ellas una auténtica premonición de su propio expresionismo.

          Hakan Topal dirigió un extraordinario documental de 33 minutos sobre la figura y la obra de Messerschmidt, con motivo de la exposición organizada hace apenas un año por la Neue Galerie de New York y el Museo del Louvre de París. Puede verse pinchando aquí.


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