viernes, 27 de julio de 2012

Sobre la extinción de las especies, Leakey, Lewin, los hermanos Ehrlinch y el dodo de la isla Mauricio...

Antes de leer Extinction: The causes and consequences of the disappearance of species, de los hermanos Anne y Paul Ehrlinch,  y La sexta extinción: El futuro de la vida y de la humanidad, coescrita por Richard Leakey y Roger Lewin, libros que esperan pacientes su turno para este verano, 31 y 17 años respectivamente después de sus ediciones originales, reflexiono sobre lo observado durante muchos años al respecto de la biodiversidad y sobre lo que algunos de mis ocasionales interlocutores suelen responder a la evidencia de la extinción de las especies, mostrando lo que me permito catalogar como las tres fases de la negación, expresión que tomo prestada del entomólogo Edward O. Wilson. Nos encontramos en un mundo en el que las especies se están extinguiendo a un ritmo mayor del que permite su sustitución mediante procesos naturales y, realmente, nadie puede predecir a donde conduce esta situación, pero el empobrecimiento de la naturaleza implica que a esta cada vez le cuesta más trabajo ofrecernos servicios gratuitos a los que estamos acostumbrados, como la depuración del aire y el agua, los alimentos, el reciclaje de desperdicios, la protección de las cosechas frente a las plagas, la nutrición de los suelos o, por ejemplo, la belleza de los pájaros y las mariposas…




La reconstitution du dodo par l'atelier du professeur Émile Oustalet (1903), oleo sobre tabla por Henry Coeylas.
Detalle de la pintura expuesta en el Muséum National d’Histoire Naturelle de París.



La primera fase de la negación es sencilla: ¿por qué preocuparse? La extinción es natural y las especies han estado extinguiéndose durante más de 3.000 millones de años de la historia de la vida sin que ello haya supuesto un daño permanente para la biosfera. La extinción siempre ha sustituido a las especies extintas con otras nuevas.

Todas estas afirmaciones son ciertas, pero con una terrible peculiaridad. Después del espasmo del Mesozoico, y después de cada una de las cuatro convulsiones previas espaciadas a los largo de los 350 millones de años anteriores, la evolución necesitó unos 10 millones de años para restaurar los niveles de biodiversidad previos al desastre. Ante un tiempo de espera tan largo, y conscientes de que infligimos tanto daño a lo largo de una sola vida, nuestros descendientes podrán sentirse, por decirlo de algún modo, resentidos.

Entrando en la segunda fase de la negación, la gente suele preguntar: ¿y por qué necesitamos tantas especies? ¿Por qué preocuparse, puesto que la gran mayoría son bichos, malas hierbas y hongos? Es fácil desechar a los bichejos rastreros y molestos del mundo, olvidando que hace menos de un siglo, antes del auge actual del movimiento conservacionista, las aves y los mamíferos nativos en todo el mundo eran tratados con la misma negligente indiferencia. Ahora, el valor de los pequeños seres en el mundo natural se ha constatado de manera convincente. Recientes estudios experimentales de ecosistemas completos apoyan lo que los ecólogos veníamos sospechando tiempo atrás: cuantas más especies viven en un ecosistema, mayor es su productividad y mayor es su capacidad de soportar la sequía y otros tipos de estrés ambiental. Puesto que dependemos de ecosistemas funcionales para limpiar el agua, enriquecer el suelo y crear el aire mismo que respiramos, la biodiversidad es claramente algo que no se puede desechar tan a la ligera.

Cada especie es una obra maestra de la evolución y ofrece una enorme cantidad de conocimiento científico útil por estar tan completamente adaptada al ambiente en el que vive. Las especies que viven hoy tienen millones de años de antigüedad. Sus genes, al haber estado probados por la adversidad después de tantísimas generaciones, manipulan un conjunto asombrosamente complejo de dispositivos bioquímicos que ayudan a la supervivencia y la reproducción de los organismos que los poseen.

Esta es la razón por la que, además de crear un ambiente habitable para la humanidad, las especies salvajes son el origen de productos que ayudan a mejorar nuestra vida, por ejemplo los productos farmacéuticos, de los que más de un 40% se elaboran de sustancias extraídas originalmente de plantas, animales, hongos y microrganismos. La aspirina, el medicamente más utilizado en el mundo, se extrajo del ácido salicílico, que a su vez se descubrió en una especie de reina de los prados. Pero sólo una fracción de las especies (probablemente inferior al 1%) ha sido analizada en la búsqueda de elementos naturales que pudiesen servir como medicinas. Existe una necesidad crítica y apremiante de encontrar nuevos antibióticos y agentes contra la malaria. Las sustancias que se usan más comúnmente en la actualidad se vuelven cada vez más ineficaces a medida que los organismos causantes de las enfermedades adquieren resistencia genética frente a ellas. Por ejemplo, una bacteria universal, el estafilococo, ha reaparecido recientemente como un agente potencialmente patógeno, y el microrganismo que produce la neumonía se está haciendo progresivamente más peligroso. Los investigadores médicos están inmersos en una especie de carrera armamentística contra los patógenos que evolucionan con tanta rapidez. Están obligados a enfocar su trabajo hacia un conjunto mayor de especies naturales con el fin de adquirir nuevas armas médicas para este siglo que acaba de comenzar.

Aun cuando se esté conforme con todo esto, surge la tercera fase de la negativa: ¿por qué apresurarse a salvar todas las especies precisamente ahora? ¿por qué no mantener ejemplares vivos en zoológicos y jardines botánicos para devolverlos posteriormente a la naturaleza? La cruda realidad es que en la actualidad los zoológicos del mundo pueden albergar un máximo de sólo dos mil especies de mamíferos, aves, reptiles y anfibios de un total de veinticuatro mil que se sabe que existen. Los jardines botánicos mundiales estarían aun más hacinados por el cuarto de millón de especies de plantas. Estos refugios son más que valiosos para ayudar a salvar unas pocas especies en peligro, y lo mismo puede decirse de congelar embriones en nitrógeno líquido, pero tales medidas no resuelven el problema en su conjunto. Además, aun no se conoce un refugio seguro para las legiones de insectos, hongos y otros pequeños organismos que son igualmente vitales.

Aun en el caso de que todo esto fuese posible y los científicos se preparasen para devolver la independencia a las especies, los ecosistemas en los que muchas vivieron ya no existirían. La tierra pelada no es suficiente. ¿Pueden reconstituirse los ecosistemas abandonados simplemente reagrupando todas sus especies juntas? Esta utopía es imposible en la actualidad, y no parece que esto vaya a cambiar en un futuro próximo. El orden de dificultad es comparable al de crear una célula viva partiendo de moléculas, o un organismo a partir de células vivas.

Será cuando finalice la lectura de las dos obras al inicio mencionadas que anotaré otras ideas, nuevas o complementarias de estas.

lunes, 23 de julio de 2012

Sobre la patera cósmica, Ernest Shackleton y la cooperación humana...

En 1909, en una expedición previa a la que le haría ganar la posteridad, Shackleton ordenó dar media vuelta cuando le faltaban relativamente pocos kilómetros para llegar a su meta: el polo sur. Lo hizo por salvar la vida, la suya y la de sus hombres. Se estaban quedando sin provisiones y tuvo que escoger entre la gloria de ser el primer ser humano en pisar el polo sur o el honor de regresar con todos sus hombres a salvo, entre la Historia o la grandeza silenciosa de saber renunciar a tiempo. Aun y así, durante el camino de regreso estuvieron a punto de morir de inanición.



The Southern Party | Foto de la expedición de Shackleton de 1909 en el barco Nimrod.



La dureza de las condiciones que tuvieron que soportar es difícil de imaginar para cualquier persona que no se haya alejado nunca de una carretera asfaltada o una buena pista forestal. Frío extremo, hambre, sed y dolor embotan la mente hasta hacer desaparecer el intelecto con el que estamos acostumbrados a identificarnos y al que hacemos intermediar con el mundo en nuestro nombre. Una vez borrada del mapa la mente ordenada y familiar y, en medio de un escenario natural inconmensurable y absolutamente impasible ante el padecimiento humano, aflora a la superficie nuestro auténtico valor, el material del que realmente estamos hechos.

Es probable que la mayoría de nosotros nunca lo conozca, y seguramente está bien que así sea, pero Shackleton y sus hombres no tuvieron tanta suerte. En aquel viaje de vuelta, en el que les faltó poco para morir de hambre, al borde de la congelación y seguramente de la locura, con los escasos víveres racionados hasta las migajas, el propio Shackleton renunció un día a la galleta que le correspondía en favor de uno de sus compañeros, que enfermo como estaba sólo toleraba ese tipo de alimento.

El hombre no olvidó jamás aquel gesto y estuvo dispuesto a acompañarlo en la expedición siguiente, en 1914, cuando el polo sur ya había sido hollado -por Amundsen en 1911- y el objetivo de Shackleton era, si cabe, aún más ambicioso que en su expedición anterior: atravesar caminando todo el continente helado. En esta nueva ocasión, sin embargo, ni siquiera consiguieron llegar hasta el punto de tierra firme donde tenían previsto iniciar la travesía de la Antártida: les detuvieron sus hielos guardianes, a tan sólo un día de navegación de la costa donde iban a desembarcar.



Mapa de la Antártida.



La banquisa atrapó el barco de Shackleton en el mar de Weddell y cerró su zarpa sobre los veintiocho hombres de la expedición condenándolos a unas bellas vacaciones primero en el páramo helado y luego en la inhóspita Isla Elefante. Unas bellas vacaciones en el infierno. Contra todo pronóstico, lograron conservar el grado de cordura suficiente como para conseguir regresar a la civilización. Desde de un punto de vista económico, la expedición fue un fracaso: costó mucho dinero y ni siquiera consiguieron poner un pie en la costa antártica donde tenían previsto desembarcar. Desde un punto de vista humano, fue un éxito rotundo: sobrevivieron todos, ni uno sólo de aquellos hombres se quedó en el camino. Todos consiguieron regresar a casa.

¿Cómo lo consiguieron? La respuesta se puede resumir en un único gerundio: colaborando.

Aquel grupo de veintiocho hombres eran una buena representación de la Humanidad, y por lo tanto eran un grupo heterogéneo. En él había hombres listos, engreídos, fuertes y también obtusos, humildes y débiles, y puede que más de uno fuera más de una de estas cosas a la vez, si no todas. Al quedarse atrapados en el desierto blanco, abandonados a su suerte, que no tenía visos de ser muy buena, ni la Naturaleza clemente con ellos, sin esperanza alguna de rescate, amenazados por una muerte horrible, hubiera sido fácil que se dejaran llevar por la desesperación.

Sin embargo, bajo el liderazgo de Shackleton, mantuvieron la disciplina y no se hundieron en el pánico; a pesar de la soledad, del hielo crujiente y del mar helado que les acechaba a pocos metros bajo sus pies como un estómago hambriento supieron mantener sus pequeñas ansias y ambiciones personales controladas y trabajar todos juntos en pos de un objetivo común. Shackleton se propuso salvar a todos sus hombres; por encima de todo no perder ni una vida humana.

A partir del momento en que quedaron atrapados en el hielo, renunció a la misión original y se impuso una nueva meta: no perder ni un sólo hombre en aquellos páramos inhumanos, que todos y cada uno de los hombres que le habían acompañado regresaran sanos y salvos a casa. No podía, no quería, no debía perder a nadie. Nadie era sacrificable, nadie prescindible. Trabajarían todos codo con codo denodadamente sin privilegios de rango ni de cuna y compartirían los víveres todo el tiempo que hiciera falta porque todos estaban implicados en el mismo trabajo y en la misma medida: sobrevivir. El plan inicial era aguantar hasta que el hielo se licuara y el barco quedara libre, y los humanos con él.

Pero el hielo resultó ser una bestia caprichosa. Mostró la misma cantidad de compasión por los parásitos enganchados en su piel que muestran otras fuerzas de la Naturaleza: ninguna. Resultó ser tan duro como la piedra y al mismo tiempo flexible como los pulmones de una bestia antediluviana: respiraba, y se expandía y se contraía y estrujaba sin miramientos todo lo que en él hubiera tenido la desgracia de quedar atrapado. Aquel verano antártico fue frío y al hielo no le vino en gana diluirse fácilmente en el mar y desaparecer. El barco no aguantó tantos meses el abrazo de piedra. Acabaron perdiéndolo. El Endurance, el barco con el que habían atravesado medio mundo, al final fue aplastado y devorado por el hielo; perdieron buena parte de sus provisiones y enseres, esenciales muchos de ellos, pero los humanos mismos no fueron destruidos: compartieron entre ellos lo poco que les quedaba y lo poco que podían conseguir de un entorno que les negaba la más mínima tregua.

Sí, hubo conatos de motín y sí, hubo estallidos de locura absoluta, como cuando pisaron tierra firme por fin después de un año y medio a merced de los caprichos del mar antártico y uno de los marineros empezó a matar focas a hachazo limpio, sin parar, hasta que le faltó el aliento. Uno podría pensar que por qué se va siempre antes la cordura que el aliento pero es que no estamos hablando de perderse en el bosque de al lado de casa a las cinco de la tarde, bien calzados, vestidos y a un tiro de piedra de algún signo de civilización humana, así que pensemos un poco más e intentemos imaginar la sensación de indefensión, el hambre, el sueño y el frío constante, implacable, ineludible durante meses y meses inacabables y quizá entonces comprendamos por qué la expedición de Shackleton fue un éxito: porque hubo tensión y hubo locura, pero se impuso el trabajo en equipo y el compartir sobre todas las circunstancias y ansias personales. Por eso sobrevivieron: porque compartieron lo poco que tenían, ya fuera comida, bebida o fuerza de trabajo.

Por supuesto que había hombres que eran capaces de cazar más focas que otros, pero ¿de qué les hubiera servido acumular carne de foca? O venderla por dinero futuro: ni siquiera sabían si algún día serían rescatados. Cuando les toco remar durante días a treinta grados bajo cero y las manos se les quedaban enganchadas a los remos, incluso el caballero inglés que se negó a remar, por no ser propio de caballeros, por no querer confundirse con la masa en aquella acción mecánica carente por completo de gloria por ser imposible destacar en ella, estaba ansioso por hacer algo por la comunidad, y lo hizo: se pasó toda la noche achicando agua para evitar que el bote se hundiera, sin tregua ni descanso durante toda la noche, horas y horas de frío, hambre, tinieblas y amenaza continua de morir ahogados en un mar oscuro, lejos de cualquier sitio donde su familia hubiera podido visitar una tumba o arrojar unas flores, pues ni siquiera ellos sabían bien dónde estaban, y aunque lo hubieran sabido el silencio hubiera sellado para siempre sus labios si aquel caballero inglés hubiera dicho: estoy cansado, y hubiera dejado de achicar agua, o alguno de los remeros se hubiera dejado llevar por el embriagador canto de las sirenas prometiéndole descanso y paz y hubiera dejado de bogar con todas sus fuerzas, escasas, pero decisivas.

Decisivo, quizá, será en nuestra supervivencia ensanchar nuestra percepción más allá de nuestro propio estómago y descubrir motivos para desear firmemente la supervivencia de todos, con la misma intensidad que si la pérdida de un sólo hombre significara el fracaso de la expedición entera.

¿Para qué sirve el teorema de Pitágoras?, preguntan los estudiantes de secundaria. ¿Para qué sirve estudiar durante años Biología, Física y Matemáticas si aparentemente es más útil saber conducir un coche, o conocer de memoria la alineación de la selección de fútbol en el último partido? Me gustaría decir que no sirve para nada: que es meramente una cuestión de estética, y entregarme a ella como lo que soy: un ser humano, no un chimpancé ni un bonobo. Pero mentiría. Es útil. Tiene un uso concreto y pragmático, además de inaplazable e imprescindible: la supervivencia. Aprender a conducir está bien para autotransportarse de un sitio a otro sin consumir un tiempo excesivo, pero para sobrevivir es mejor aprender astronomía. Comprender que vivimos en un planeta diminuto a merced de las fuerzas irracionales del Cosmos sirve para descubrir cuál es nuestra auténtica posición aquí y ahora: la misma que sufrieron Shackleton y sus hombres a merced del océano antártico. Aprender qué es un planeta, qué una estrella y cuál es nuestra relación con estas cosas sirve para saber quiénes somos realmente.

No somos más que polizones en una patera.

La hemos llamado Tierra y creemos que es enorme, inagotable, indestructible, pero sólo porque nuestra visión es estrecha y miope. En realidad es diminuta, tan pequeña y frágil como el Endurance de Shackleton… no, en realidad mucho más frágil: más frágil incluso que los botes con los que su expedición se enfrentó al ignoto océano cuando la banquisa por fin se abrió y no tuvieron más remedio que intentar ganar tierra firme a fuerza de remo.

Ahí vamos nosotros: montados en un bote que no es más que una patera que no nos pertenece, surcando a más de cien mil kilómetros por hora un océano aún mayor que el que tuvo que sufrir la expedición antártica, un océano en el que se desencadenan fuerzas que desintegran estrellas con la misma facilidad con que el hielo desintegró el navío de Shackleton. Puede que tengamos una sensación de seguridad y de abundancia, pero no es más que una ilusión mental de la misma forma que un espejismo es una ilusión óptica. Piensen en ello: si el Sol fuera una esfera de un metro de diámetro entonces la Tierra no sería más que un garbanzo situado a unos cien metros de distancia.

En esta misma proporción, la troposfera, la capa inferior de la atmósfera, donde los seres humanos desarrollamos nuestras actividades cotidianas -excepto los astronautas- tendría apenas una centésima de milímetro. Podríamos creer que esta centésima de milímetro se corresponde en la realidad a muchos kilómetros de cálida atmósfera que nos arropa y nos protege del yermo vacío interplanetario, pero nos equivocaríamos. La troposfera sólo tiene unos quince kilómetros en su zona de mayor espesor, el ecuador, y la zona habitable no es más que la mitad de ese espesor, siendo generosos, porque aún nadie ha conseguido habitar en la cima de las cumbres más altas del planeta: bastaría un suspiro cósmico para diluirla en el espacio; bastaría un paseo en vertical de poco más de una hora para salir de la zona habitable. ¿Quién no ha dado alguna vez en su vida un paseo de una hora y pico? Eso es lo que nos separa de la muerte: no cientos de kilómetros de cálida atmósfera, no una muralla infranqueable, sino un mero paseo primaveral de poco más de una hora.




La patera cósmica. | Esta fotografía fue tomada por la sonda Voyager 1 en el año 1990 cuando había completado su misión principal y se encontraba a una distancia de 6000 millones de km del Sol. En ella se puede observar nuestro planeta Tierra: es el puntito diminuto, apenas distinguible, más o menos a media altura y desplazado hacia la derecha. Los rayos de luz son artefactos debidos a la óptica: luz solar refractada por el objetivo -es el mismo problema al que se enfrentan los aficionados a la fotografía que quieren hacer fotos del cielo con grandes angulares o con teleobjetivos que apunten a zonas demasiado cercanas al Sol.



Piensen en lo diminuta que es la Tierra y lo inmenso que es el océano en el que navega, piensen en todas las extinciones masivas que ha habido desde que se formó nuestro planeta, en los cataclismos que lo han golpeado sin piedad, en las fuerzas que lo han sacudido en más de una ocasión procedentes del Sol o del espacio profundo. Miren la superficie de la Luna o los restos de cualquier explosión de supernova y verán las letras con las que el Universo forja la Historia, las cicatrices de la fragua cósmica.

¿Aún se sienten seguros? ¿Aún creen en sus pequeñas cosas, en su rutina, en la panadería de al lado de casa? ¿Aún no conciben a la Humanidad entera enfrascada en una gigantesca labor de supervivencia cósmica? Quizá deberían saber más sobre dinosaurios y menos sobre economía, más sobre Shackleton y menos sobre Merkel. Quizá deberían conocer a Musa. Quizá ni siquiera conocer a Musa consiguiera hacerles comprender que vamos todos a la deriva en la misma patera. Quizá los leñadores de focas y las personas listas que negocian con su carne sean ya mayoría y la Humanidad esté ya irremediablemente perdida.




Supernova | Una supernova es un proceso estelar extremadamente violento durante el cual la mayor parte del material que compone una estrella es expulsado de forma explosiva hacia el medio interestelar. Durante el proceso la estrella puede resultar totalmente destruida o puede quedar un pequeño resto en forma de estrella de neutrones o, en casos muy especiales, un agujero negro. La mayor parte del material que formaba la estrella se expande en forma de gas y polvo por el espacio hasta diluirse, al cabo de millones de años, en el medio interestelar. Esta expansión puede catalizar la formación de otros sistemas estelares, que serán enriquecidos con elementos químicos pesados provenientes de la estrella que ha explotado - elementos como el carbono, el nitrógeno, el hierro y todos los demás-. Cuando hablamos de remanente de supernova nos referimos a estas nubes de gas y polvo en expansión. En la imagen podemos ver la correspondiente a la supernova observada por Kepler en 1604. La imagen es en realidad una composición realizada a partir de fotos tomadas por tres telescopios diferentes: las zonas azules y verdes corresponden a rayos X registrados por el observatorio orbital Chandra, las zonas amarillas corresponden a la parte visible, registrada por el telescopio espacial Hubble, y la zona roja corresponde al infrarrojo, registrado por el telescopio espacial Spitzer.



Musa llegó a este rincón del diminuto mundo que habitamos en patera. Conoce lo que es el mar y lo que es el miedo. También sabe lo que es el hambre y lo que es echar de menos a una madre y a una esposa. Tiene tantos años como hombres fueron en la expedición de Shackleton y sin embargo llora como un niño cuando se sienta con nosotros y le preguntamos si no sabía que aquí no había trabajo. Llora en silencio, conteniendo las lágrimas, humillado. No quiere llorar. Quiere trabajar. Pero no hay trabajo. Le han engañado. Es de Senegal. Vive en la calle, en Lleida, y se jugó la vida por un sueño. Otros se hipotecan. Depende de dónde te haya tocado nacer, por azar y sin que mérito o cualidad alguna tengan nada que ver en ello.

- ¿Me hablas? -pregunta a mi compañera mientras yo pago los cafés en el interior del local.

- ¿Cómo? ¿Que yo te hable? -responde mi compañera desconcertada. Y al ver que el chico negro que se ha plantado ante ella, subido en una bicicleta cochambrosa, mira nuestras mochilas y bolsos, repartidos entre una silla y la mesa donde hemos tomado algo, añade: No me quites nada, por favor. Estoy en paro, no tengo trabajo, y mi pareja tampoco.

El chico niega con la cabeza, lentamente.

- ¿Tienes dinero? -dice.

Ahora es ella quien niega con la cabeza.

- Mi pareja -murmura-, está dentro, ahora saldrá.

Y él baja de la bicicleta y se sienta. Y así le veo yo al salir: sentado a la mesa, enfrente de Eugènia, derrotado, sucio y con pantalones vaqueros rotos sin necesidad de haber sido diseñados.

Hablamos. Está esperando papeles: quiere volver, pero hasta conseguirlos aún le quedan muchas noches de dormir en la calle. Mucha incertidumbre, frío. Hambre.

Le damos para un bocadillo y para que llame a su madre, en Senegal. Le pregunto su nombre. Musa. Le deseamos suerte. Maldita sea. Hay que salvar a este hombre. A todos los hombres. Ni un solo hombre más podemos perder víctima del hambre o de la desesperación, ni uno más, maldita sea. Me gustaría poder decirle algo más pero yo sólo sé astronomía: no tengo mapas, ni brújulas, no sé trazar una ruta de un punto a otro punto. Soy un inútil como navegante. Europa es peor que el Ártico o el Antártico: aquí no hay rutas, no hay caminos, no hay instrucciones de uso, a pesar de todos los semáforos y de todas las panaderías. El asfalto es una película de hidrocarburos que nos protege de la fuerza de la Naturaleza, como si fuéramos ensaladas protegidas por plástico. Nos atonta. En realidad bogamos en medio de la banquisa, atravesamos la noche con las manos pegadas a los remos, al borde de la inanición, titiritando de frío en cuanto nos damos cuenta de dónde estamos. Todos. ¿Creéis inútil o superflua vuestra existencia, vuestro trabajo? Pues no lo es: no podemos permitirnos el lujo de perder la fuerza de un sólo ser humano. ¿Creéis estar a salvo? Cerrad cualquier resquicio a la esperanza. La nave es frágil y el océano infinito. Cuanto más oscura sea la noche y más frío haga, más se exigirá a nuestros extenuados corazones. Si queréis sobrevivir, seguid bogando sin parar y repartid entre todos el poco pan que podáis tener escondido entre vuestras ropas congeladas, ya sea cereal o simple conocimiento.



NOTAS:

Me gustaría señalar que Musa es un personaje real, no un artificio literario: el encuentro en la cafetería ocurrió realmente y transcurrió muy aproximadamente tal y como se narra unas líneas más arriba. Además, quisiera añadir algunos comentarios más con la intención de aportar una serie de datos que juzgo de interés.

Al final del primer párrafo de este artículo, me hubiera gustado poder escribir:  “ni uno sólo de aquellos hombres que habían contestado a la más osada oferta de trabajo de toda la historia de la Humanidad” pero, en honor a la verdad, hay que decir que el anuncio atribuido habitualmente a Shackleton para enrolar hombres en su expedición de 1914 quizá no fue publicado nunca por Shackleton. Sí anunció éste su expedición en los periódicos de la época pero no hay pruebas concluyentes de que fuera con el texto que generalmente se le atribuye, más bien hay indicios en sentido contrario.




Respecto a la velocidad con que se mueve el planeta Tierra alrededor del Sol, se puede calcular de una forma sencilla si aproximamos la órbita elíptica por una órbita circular -esto se puede hacer sin cometer un error demasiado grande para nuestros propósitos porque la excentricidad es muy pequeña-, consideramos que la distancia que separa el Sol de la Tierra es de unos 150 millones de kilómetros y tenemos en cuenta que la longitud de una circunferencia es de dos veces su radio por el número pi y que la Tierra tarda 365 días -aproximadamente- en recorrer esta distancia. El propio lector puede hacer el cálculo, siempre y cuando no olvide que el espacio es igual a la velocidad por el tiempo -en un movimiento uniforme, el de la Tierra alrededor del Sol en realidad no lo es, pero se desvía poco y podemos hacernos una idea muy aproximada de la magnitud de su velocidad siguiendo estas sencillas reglas.

Así mismo, antes de acabar, me gustaría mencionar el artículo de Michael Tomasello Collaboration encourages equal sharing in children but not chimpanzeesLa colaboración estimula un reparto equitativo en niños pero no en chimpancés- publicado en 2011 en el número 476 de la revista Nature (aquí el pdf). Para este artículo, Tomasello y su equipo contrastaron el comportamiento de un grupo de niños con el de un grupo de chimpancés. Según explican en su estudio, el hecho de haber colaborado en una misma labor, provocó un aumento en la probabilidad de que los niños compartieran sus recursos de forma equitativa. Los chimpancés estudiados, en cambio, compartían sus recursos con sus compañeros con una probabilidad independiente de si previamente habían colaborado o no en alguna tarea. Tomasello comenta los resultados de este experimento en una entrevista en el diario La Vanguardia del día 5 de julio de 2012 y desde su propia página web se puede acceder a más artículos y otras fuentes bibliográficas.

Un último comentario antes de acabar. A lo largo de este artículo, puede que algunos lectores, quizá los más escépticos o, simplemente, los más ilustrados, hayan pensado en la famosa sentencia Homo homini lupus, popularizada por Thomas Hobbes a partir de un texto de Plauto y utilizada por muchas personas para sintetizar toda la depredación de la que es capaz el ser humano contra el propio ser humano; y ahora, en las últimas líneas del mismo, quizá sigan teniéndola en mente por encima de cualquier otra consideración, igual que un eco lapidario e imborrable de todos los horrores de esta época. Como réplica y último recurso, y también broche final, y porque me niego a tirar la toalla de la misma forma que los hombres de Shackleton se negaban a dejar de remar a pesar del frío, no puedo resistir la tentación de acabar citando a otro filósofo: Emilio Lledó, niño superviviente de la guerra civil española y actualmente catedrático emérito de Filosofía de la UNED. Este es el enlace de la entrevista que le hicieron en el programa Singulars el 19 de junio de 2012 -es en el minuto 37 donde habla de la sentencia anterior y da su opinión sobre ella pero, en realidad, la entrevista entera no tiene desperdicio.


Un artículo de Victor Guisado, vía Amazings.


viernes, 20 de julio de 2012

Sobre el capitalismo y la desigualdad, Lester Ward y Fdez-Armesto...

Dice en el diario El Mundo el historiador Felipe Fernández-Armesto, algunos de cuyos ensayos y columnas han aparecido con anterioridad en este blog, haber encontrado el mejor comentario escrito sobre la actual crisis económica. Lo curioso es que se escribió hace unos 120 años. El autor fue Lester Ward, uno de los fundadores de la tradición norteamericana de sociología y ciencias políticas. El pasaje que le llamó la atención reza así: «Nada resulta más evidente en las circunstancias actuales que la incapacidad de los líderes del sector privado y capitalista de mantenerse viables sin el apoyo del Estado. Y mientras que aquellos denuncian lo que llaman paternalismo estatal -o sea, el reclamo del obrero indefenso y del artesano pobre a participar en la inmensa protección del Estado- no cesan de [...] demandar privilegios para ellos mismos y subvenciones para el alivio de sus fracasos. [...] En lugar de seguir mimando a esta clase -lo que resulta ser, a fin de cuentas, una especie de maternalismo- sería mejor practicar un paternalismo abierto, digno, y honrado».



Felipe Fernández-Armesto, acuarela del gallego Miguel Angel Fernández 


Ward expresó hacia 1892 algunos de los problemas claves de la economía actual: la plutocracia desenfrenada, la falta de reglamentación eficaz del sector financiero y la potencia política que permite a los capitalistas abusar de las subvenciones públicas y explotar los sacrificios de los accionistas y pecheros. Los males que Ward denunciaba en su día son los mismos que, por desgracia, nosotros conocemos hoy: la obsesión por el dinero, el enriquecimiento demasiado fácil, el delirio de la bonanza, las especulaciones bursátiles e inmobiliarias, las inversiones arriesgadas, los jefes de empresas que se pagan salarios obscenos y manipulan las acciones, los vendedores de bienes ilusorios, los gobiernos que se someten a las demandas de los oligarcas, la distancia insoportable entre la riqueza de los peces gordos y la flaqueza de los pececillos pobres.

Hemos llegado a este callejón sin salida siguiendo un camino histórico bien señalado. La gran debacle de 1929 impulsó a los gobiernos a intervenir en las economías. Los argumentos de Keynes y la crítica socialista se combinaron para nutrir un ambiente dispuesto a favorecer la política intervencionista. Hasta en EEUU, el país del capitalismo sin par, se introdujo el New Deal. Mientras tanto, las guerras de la primera mitad del siglo XX acostumbraron a todos a soportar un Estado de mando riguroso, que controlaba los medios de producción, racionaba los productos de consumo, organizaba la vida diaria, censuraba la prensa y llamaba a filas a la población entera. En la posguerra las utopías parecían accesibles: los gobiernos pagarían el paraíso y los tecnócratas redactaban los planes. El símbolo eran las enormes viviendas erigidas por la arquitectura racionalista, máquinas para habitar edificadas con entusiasmo para abandonarse luego con repugnancia. Esas utopías de una sociedad insostenible han terminado, en su gran mayoría, derribadas, ruinas de un proyecto inmenso y fracasado.

En casi todo el mundo, en los 50 y 60, los presupuestos públicos se aceleraban sin brida ni estribo. Las burocracias se engordaban. Pero la felicidad quedaba estancada. En Escandinavia, modelo de la planificación socialdemócrata, salieron la escandisclerosis y las utopías suicidas. Si parecía que las economías más controladas, en los países comunistas, lograban progreso y prosperidad, era sólo por arte de la propaganda mentirosa de sus dirigentes. Poco a poco el mundo iba dándose cuenta de que los sistemas sociales y económicos son caóticos, océanos inestables donde viento y marea dan bandazos imprevistos y los planes naufragan.

El caos, mientras tanto, se desvelaba en estudios científicos -en 1972, de Edward Lorenz y en 1974, de Benoît Mandelbrote- como la estructura básica de los sistemas meteorológicos y fractales y tal vez del mismo universo. En los 70 la crisis del petróleo inauguró una época temible de inflación de precios y estancamiento de productividad. Los fracasos de las economías soviética y maoísta eran cada vez más claros. Pero los economistas ortodoxos no tenían otra solución que intentar controlar los precios y salarios. Resultó imposible. La inflación vino a ser el monstruo del mundo, devorando los ahorros, esparciendo ruina y terror.

Recordamos las frases definidoras de la nueva época. «La codicia es buena» fue el lema de Gordon Gekko, personaje de la película Wall Street (1987) interpretado por Michael Douglas. «Sólo paga impuestos la gente menuda», proclamó la millonaria fraudulenta Leona Helmsley en 1989. «Sí que existe una lucha de clases», comentó Warren Buffet, el hombre más rico del mundo, «y gana la mía».

El peligro que representaba el capitalismo irresponsable era evidente. Pero los gobiernos no le hicieron caso hasta 2008, cuando el colapso de parte del mercado inmobiliario en EEUU inició una crisis mundial. Medidas de austeridad anularon la prosperidad de la gran época de consumismo implacable. En términos generales, la respuesta de los gobiernos ha sido confusa, intentando hacer juegos malabares con estrategias contradictorias, manteniendo la trayectoria clásica de la austeridad con toques de keynesianismo.

Así que el siglo XXI ha empezado con una fiebre del oro que recuerda a la época de Lester Ward a principios del XX. Él vivía la gran época del darwinismo social, cuando el principio de la lucha como base del progreso se proclamaba en Occidente y se aceptaba en el mundo entero. Pero Ward conocía profundamente lo que era la competitividad, y por tanto la odiaba. En su juventud había sido un pionero de la frontera norteamericana, viajando con sus hermanos en una «carreta entoldada» para intentar labrar la dura estepa de Iowa. En la guerra civil norteamericana sufrió tres graves heridas. Desafió a la pobreza de su familia, trabajando para pagar los gastos de su carrera universitaria. Apreciaba las colaboraciones más que la competitividad.

Ward era un liberal en el sentido estadounidense de la palabra: quería que el Estado controlase las desigualdades del capitalismo, mientras intentaba redimir la libertad humana de las fuerzas inmensas, impersonales y determinantes con las cuales la izquierda asustaba a la sociedad. Militaba en lo que hoy llamaríamos el mercado social, un término medio teórico entre el capitalismo desenfrenado y el control inflexible. Por lo visto, ya hemos logrado ver el mérito de la teoría pero no sabemos ejecutarla. El siglo que empezó con las amonestaciones de Ward experimentó un ciclo de ajustes y reacciones entre extremos sin lograr nunca un balance justo. A juzgar por los precedentes históricos, nuestro nuevo siglo será igual de confuso e igual de desastroso.

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lunes, 16 de julio de 2012

Sobre la hibridación entre neandertales (Homo neanderthalensis) y humanos modernos (Homo sapiens)… ¿anécdota o romanticismo? (2 de 3)


Nuevamente la morfología produce debates que se antojan irresolubles desde incluso la propia morfología y que parecen enquistarse en posicionamientos personales. Algunos investigadores defendieron a ultranza, hasta 2010, que neandertales y cromañones tuvieron que cruzarse, basándose en el convencimiento de que nuestra especie es altamente sexual y que no es razonable pensar lo contrario. Incluso algunos de ellos sostienen que se trata de la misma especie (tomando la definición de especie según el criterio biológico de reproducción con descendencia fértil, imposible de aplicar en restos fósiles),  pero tal vez las diferencias morfológicas existentes (por ejemplo, en la forma de la pelvis) hacían inviables que hubiera descendientes de cruzamientos mixtos. También según Lalueza Fox, "lo que es evidente es que las diferencias culturales entre neandertales y cromañones debían de ser abismales, incomprensibles para unos y otros, y lógicamente debieron de contribuir a dificultar todavía más el proceso de hibridación".



Neandertal segun el artista plástico belga Dirk Claesen, autor de la exposición "El hombre de neandertal y los mamuts".



Pero, para Svante Pääbo, esta forma de enfocar el debate es errónea: "no estoy interesado en si hubo sexo entre neandertales y humanos modernos, sino en si los neandertales contribuyeron a los genes de los humanos modernos". Una polvareda de largo alcance fue la que se levantó en 2010 con la publicación del borrador del genoma completo de los neandertales realizada por Richard E. Green, del departamento de Evolutionary Genetics del Max Planck de Leipzig (Alemania), y su tropa de colaboradores (entre ellos el propio Svante Pääbo y los españoles Carles Lalueza-Fox, Marco de la Rasilla, Javier Fortea y Antonio Rosas). Por más que algunos de los comentaristas, que abundaron, no parecieran haber entendido gran cosa de lo que Green et al sostenían, su artículo dejaba claros dos aspectos de la evolución humana. El primero, que el cruce entre neandertales y humanos modernos no sólo era posible sino que se había producido de hecho. El segundo, que el intercambio genético había sido muy pequeño, entre el 2 y el 4%, manteniendo separadas las dos especies de Homo neanderthalensis y Homo sapiens. Una y otra afirmación parecen contradictorias entre sí. Los partidarios de la separación al nivel de especie entre los neandertales y nosotros habían sostenido siempre que una hibridación era imposible. Pero si se produjo, ¿por qué quedó limitada a un aporte genético mínimo y esporádico?

          En El sueño del neandertal (2010), Clive Finlayson considera inaceptable, refiriendose al esqueleto infantil hallado en el abrigo portugués de Lagar Velho, la afirmación de que la apariencia de los fósiles sea una indicación de que neandertales y cromañones se apareasen regularmente y en muchos lugares. Finlayson, investigador especializado en los últimos neandertales arrinconados en el peñón de Gibraltar,  no da validez a los resultados publicados sobre el posible híbrido de Lagar Velho, puesto que presuponen el aspecto que se espera de un cruzamiento entre ambas subespecies, con un cierto grado de anatomía intermedia entre uno y otro. Pero no cabe esperar necesariamente que los híbridos sean así. Entre los papiones, los híbridos entre papiones perruno u oliváceo y común o amarillo no son intermedios entre los progenitores. En cambio, la población híbrida es mucho más variable que ninguna de las poblaciones progenitoras, y a menudo muestran nuevos rasgos que no se encuentran en estas últimas.

José María Bermúdez de Castro apunta en su última obra, Exploradores (2012), la existencia de mestizaje, pero no de una manera masiva, porque, de haber ocurrido así, hubiese sido advertido tiempo ha por los genetistas. Los recientes descubrimientos revelan que las poblaciones africanas no tienen nada de neandertales, mientras que los que tenemos los ancestros en Eurasia llevamos entre el 2 y el 4 por ciento de sus genes. No está nada mal, más si tenemos en cuenta que nos quedamos con su sistema inmunitario, lo que nos permitió seguir hacia el Norte. Esto supone que tomamos de los neandertales herramientas biológicas que nos permitieron colonizar el territorio en el que vivían ellos. Se puede decir, según Bermúdez de Castro, que les robamos la cartera.

El mismo autor reconoce que, puesto que probablemente compartamos el 99,99 por ciento de nuestro genoma, el cruce fue factible y, además, con descendencia fértil. Desde el punto de vista biológico podemos decir que somos la misma especie. En la actualidad, la mayor parte de los paleoantropólogos y de los arqueólogos han preferido dejar los nombres (Homo neanderthalensis, Homo sapiens) para facilitar el entendimiento. Desde el punto de vista de los fósiles, la diferencia entre unos y otros es muy grande, por lo que desde la perspectiva paleontológica no parece adecuado renunciar a las dos especies

En "Strong reproductive isolation between humans and Neandethals inferred from observed patterns of introgression", un trabajo publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences, Mathias Currat, del departamento de Genetics and Evolution de la universidad de Ginebra (Suiza) y Laurent Excoffier, del Institute of Ecology and Evolution de la universidad de Berna, en el mismo país, han proporcionado un modelo matemático de lo que pudo ser el contacto entre ambos grupos, cuyo rango temporal y espacial corresponde un intercambio genético llevado a cabo entre 50.000 y 60.000 años atrás en Oriente Próximo. El modelo de Currat y Excoffier pone de manifiesto que, para mantener un nivel tan pequeño de aportación genética (desde machos de neandertales hacia hembras de humanos modernos, por cierto), tuvieron que haberse dado episodios muy limitados de mestizaje, inferiores al 2%. Si tenemos en cuenta la tendencia a la promiscuidad presente en la práctica totalidad de los primates, el hecho de que se produjesen tan pocos mestizajes, y en una única zona geográfica, quiere decir o bien que existieron mecanismos muy fuertes destinados a impedir el cruce entre las poblaciones, o que los híbridos no eran viables más que en ocasiones excepcionales, sin descartar que ambas hipótesis pudiesen darse al mismo tiempo.

En la actualidad, como acierta Camilo José Cela Conde, existen mecanismos culturales que mantienen una casi absoluta separación entre poblaciones de distinto credo religioso en el Oriente Próximo, siendo así que ninguna razón biológica convertiría en inviables los cruces entre judíos y palestinos. Es del todo especulativa cualquier reflexión que pueda darse respecto de la eventual existencia de algo parecido en el corredor levantino de hace medio centenar de miles de años. El modelo de Currat y Excoffier tan solo obliga a tener en cuenta que las posibilidades a las que llevaría la condición genética de los neandertales indicada por Green y colaboradores son muchísimo más grandes que las que llegaron a aprovecharse. ¿Habremos de volver a nomenclar como Homo sapiens neanderthalensis y Homo sapiens sapiens?


La primera parte de esta entrada se puede encontrar pinchando aquí.


domingo, 15 de julio de 2012

Sobre Josep Pla, el cuaderno gris y Salvador Pániker...

            En el rastro de Gijón, al que acudo con menos frecuencia de la que me gustaría, encontré este domingo, por un euro y nuevo, El cuaderno gris de Josep Pla, en una edición de 1999, prologada por Carmen Rigalt y con traducción de Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros. Recuerdo ahora la entrevista que el ingeniero y filósofo Salvador Pániker (propietario de Editorial Kairós, donde ha divulgado la obra de importantes figuras de la contracultura) realizó a Pla en su casa, el Mas Pla, en 1965. Pla le dijo al autor en varias ocasiones que era la mejor que le habían hecho nunca. Apareció en el libro Conversaciones en Cataluña (Kairós, 1966), que recogía los encuentros de Pániker con catalanes que en aquel momento eran figuras relevantes desde un punto de vista político, social y cultural. El libro fue un best-séller y uno de los más comentados de la temporada. En la introducción de la entrevista, que por razones de espacio ha sido aquí, al igual que el texto, abreviada, Pániker dice: "Yo sentía gran curiosidad por conocer a José Pla, pero al mismo tiempo temía encontrarme con un falso personaje, con un farsante empeñado en representar el papel de José Pla. Felizmente no fue así. Pla resultó ser un hombre de verdad, del cual me impresionó su espontaneidad creativa, su economía verbal, su patetismo, su soledad y su metafísico cabreo".



Josep Pla, por Joan Martí Aragonés (1936-2009), oleo sobre lienzo.



Pla dice de sí mismo que él no es un literato, sino simplemente un payés que escribe. Su apellido es el de una familia que durante siglos ha vivido, sin interrupción, en una aislada masía de la parroquia de Llofriu (Baix Empordà) y en donde, actualmente, sigue viviendo el escritor /.../ Bajo la inmensa campana de la chimenea hay una mesa redonda en la que se come, se bebe, se escribe, se lee, se conversa o se dormita. Es el corazón de la vivienda. [...] La conversación que sigue tuvo lugar debajo de la gran campana, con el magnetofón sobre la mesa.

–Es muy ingenioso este aparato

–Es un aparato alemán.
–Los alemanes son muy ingeniosos; fabrican unos tornillos excelentes. Ello es una prueba de la inteligencia humana, que como sabe usted muy bien, es muy poca cosa.

–Los alemanes han hecho algo más que tornillos
–Han hecho el idealismo alemán.

–¿Qué opina del idealismo alemán?
–Que se puede interpretar de muchas maneras. Como la poesía de Riba [...].

–¿Usted vive aquí todo el año?
–Todo el año.

–¿No se encuentra muy aislado?
–Yo tengo una edad descarada, tengo sesenta y ocho años; una edad absolutamente escandalosa. A esta edad todo es diferente.

–Usted viaja bastante.
–Me gustaría viajar más. Ahora estoy muy cansado; mi madre murió hace quince días, y esto, claro, siempre produce una cierta cosa extraña. Pruebe este vino; no sé si le gustará. ¿Le gusta? Lamento no poder ofrecerle otro; este año no salió muy bueno.

–Es un vino excelente, y con su permiso me iré sirviendo a discreción.
–Pues claro, beba hombre, beba. [...]

–Le advierto que lo que quiero es charlar.
–Y yo le advierto que soy un tipo, y perdone, bastante anticonvencional. No tiene que confundirme; a mí todo este mito del hombre de letras y la vida intelectual de París no me interesa nada. Al intelectual, en tanto que intelectual, lo odio. Es un ente que no tiene nada que ver con nada. Es un monstruo.

–No se lo digo con ánimo de halagarle; pero a mí su posición me parece muy plausible.
–Es que si se propusiera halagarme tampoco lo conseguiría [...].

–De la función del escritor en el mundo actual, ¿qué opina?
–En baja, en franca baja. ¿No le parece?

–No lo sé.
–Me parece que es una cosa tan agotada como la escultura griega. Teniendo en cuenta esta especie de media cultura que se va implantando por el mundo, la gente sólo leerá novelas policiacas. Cuando digo la gente quiero decir la masa. No creo en la igualdad humana; creo que la cosa funciona de otro modo. Es un tema sobre el cual nunca se habla; pero tenemos que reconocer que hay gente absolutamente cerrada. Y es que el hombre no es un animal racional; es un animal sensual. Por eso estoy en favor de las religiones [...]. En el sentido de que la religión es una cosa antisensual.

–¿Cree usted?
–Vaya si lo creo. ¿Usted no? Hablo de las religiones que conozco. No de las grandes religiones de Oriente. Aunque en la escultura religiosa hindú hay mucha sensualidad [...]. El recurso de la sensualidad es un admirable recurso, tan importante como el del idealismo alemán. La gente encuentra un camino en el comer, en las mujeres y en todo esto. Seguro. Un camino importantísimo, enorme. Esto sólo lo se por lo que he leído.

–Es un camino válido.
–Usted dirá. Y quizás un camino mucho más humano que los otros caminos. Quizás. Es un camino que debe de dar una cierta tranquilidad. Yo, desgraciadamente, he sido un hombre poco sensual. Es una cosa de la cual me arrepiento profundamente.

–¿Usted podría resumirme, en pocas palabras, las fases más importantes que ha habido en su vida?
–Sí. París: cinco años, ninguna relación con el mundo exterior, salvo el periodismo y la lectura. Me he pasado la vida leyendo. Sin resultado alguno, porque he leído a tontas y a locas. He leído todo cuanto me ha caído a mano [...]. Yo llegué a París por primera vez en el año 1919, recién terminada la Primera Guerra Mundial. Es el momento más grande de la historia de Francia [...]. Después me fui a Italia, hice un viaje a Rusia; viví en Alemania durante la inflación; estuve en Inglaterra, volví a España, y así hasta que llegó la Guerra Civil española.

–Siempre como periodista.
–Puramente como periodista. A base de mandar un telegrama diario a los periódicos. Cuando llegó la República me enviaron a Madrid, donde viví el experimento republicano español día a día, los años que duró. Ya sabe usted cómo acabó todo aquello. Ya sabe lo mal que acabó todo aquello. Horrible. La gente más inteligente del país, la gente oficialmente más inteligente del país, y ya sabe usted cómo acabó.

–¿Por qué fracasó la República?
–Porque, al parecer, en el mundo hay una especie de hombre, que los castellanos llaman tontos, pero que son muy listos, y otra especie muy lista, que son unos puros tontos. Esto ocurre en política. Creo yo.
El nivel medio político del mundo es muy bajo, pero contiene cierto sentido común, un cierto instinto de no molestar a los demás y de no ocasionarles más sufrimientos del que ya tienen. Éste es el objetivo general de la política en el mundo. Éste y el mantenimiento de la paz.

–¿El pueblo desea la paz?
–El pueblo desea que los restaurantes estén abiertos, que las cloacas funcionen y que haya sitio en los autobuses. Yo he visto a las amas de casa alemanas volverse histéricas en las colas del pan durante la inflación. Porque el caso es que todo tiene un límite. Esto de que el hombre posee una resistencia ilimitada es una leyenda, que probablemente inventó Plutarco, totalmente falsa y estúpida [...]. "Después de la guerra, durante 17 años, he vivido aquí porque no tenía pasaporte [...]. Al cabo de 17 años saqué un pasaporte y entonces me llamó Vergés, el dueño de "Destino", que es un chico de Palafrugell, muy amigo mío, y me dijo: "¿Por qué no hace usted un viaje por Europa y nos cuenta cómo se vive por ahí?" Y salí y demostré que en Europa se vivía muy bien. Esta es una de las pocas cosas positivas que yo he hecho en esta vida.

–Recuerdo que usted enfatizaba la influencia de lord Keynes.
–Seguro. La inmensa prosperidad europea es hija de lord Keynes. Esto lo entiende hasta una criatura. Porque si usted tiene una fábrica de pañuelos y sus propios obreros no tienen facilidad para comprar, tarde o temprano tendrá que cerrar la fábrica; pero si va subiendo los jornales usted irá fabricando pañuelos indefinidamente. Es la manera de acabar con la crisis del capitalismo antiguo.

–Si tuviera que citar a gente importante de nuestra época, ¿a quién citaría?
–Primero a Lenin. O, si lo prefiere, a Marx. Después, a Freud: el descubrimiento de la sensualidad ha sido un fenómeno antibarroco muy importante. Luego a Einstein. Y probablemente a Keynes. ¿Está conforme? Y el Papa Juan XXIII, que ha sido un tipo considerable. No le hablo del mundo oriental porque lo desconozco. Siento gran simpatía por India y por China. En cambio, me atraen escasamente los japoneses [...].

–De todos los personajes que usted ha conocido en su vida, ¿quiénes son los que más le han impresionado?
–¿De aquí, de Cataluña?

–Empecemos por Cataluña.
–Fabra. Don Pompeu Fabra, el filólogo. Era un tipo muy agradable; un hombre que me ha interesado mucho [...]. En primer lugar, porque era un gran apasionado en frío. Además, era un hombre de presentación muy elegante, y un hombre carente de toda clase de vanidad; un hombre que no quería dinero, ni quería honores, ni quería nada. Tal vez de filología no sabía demasiado, sobre todo si le comparamos con Joan Corominas, que es otro tipo realmente considerable [...]. Un tipo formidable, el señor Corominas de Chicago. Enseña lenguas románicas, catalán, castellano, provenzal, francés, italiano, rumano, y es autor de un diccionario impresionante [...]. Otro personaje que también hacía un gran efecto era el señor Cambó; un hombre muy distinto de lo que hoy se estila; un hombre que cuando daba su palabra la cumplía, que si tenía una cita a las diez, acudía a las diez, y que si tenía que contestar una carta la contestaba. Nuestro país, si ha de ser alguna cosa, ha de encontrar otro Cambó [...].

–¿Y de fuera, quién le ha impresionado?
–Pirandello era un hombre importante. Le conocí en Italia y luego en Barcelona. Era un hombre con una idea de la naturaleza humana, una idea antitragedia francesa. Él creía que el hombre es un ser muy complicado y generalmente contradictorio. Para mí, recién llegado de una época barroca en la que todo el mundo era de una pieza, esto fue un descubrimiento. Hay la verdad de usted, la verdad de su mujer, la verdad mía, la verdad de usted ayer, la verdad de usted mañana. Todo es un enorme mundo de verdades.

–Esto es la evidencia pura.
–Me da la impresión de que esto es la evidencia pura. Después he conocido a Sartre. Le he conocido como periodista. En el terreno intelectual yo diría que es hoy el hombre más importante de Francia. Me lo parece. Casi me jugaría esta mano. La revista que dirige es muy buena; pero tiene un punto para mí desagradable, y es que a mí puede usted pedirme lo que quiera excepto el hacerme comunista.

–¿Por qué?
–Porque el partido único me joroba, porque la policía me joroba, y porque la única cosa que me gusta es la libertad.

–Pero usted no es anarquista.
-La palabra anarquismo me horroriza. Yo soy partidario del mundo social creado por el cristianismo, que en este país ha producido a personas bastante apreciables.

–¿Y fuera de este país?
–Fuera de este país también; pero de otra manera. Aquí todavía puede usted encontrar un policía bondadoso y un juez caritativo. Los franceses son más fríos. Los ingleses también son más fríos, aunque tienen una curiosidad universal y comprenden muchas cosas que los latinos no comprendemos.

–Del futuro de Cataluña, ¿qué opina?
–Regular, sólo regular: no veo ninguna orientación ideológica. Sobre todo después de la muerte de mi amigo Vicens Vives, que era un hombre que comenzó siendo muy ingenuo y al que yo inculqué una cierta malicia política. Era un hombre que no conocía la sociedad y que no había tratado a nadie, excepto a su señora, que por cierto ha resultado ser una editora importante. Con el tiempo, Vicens se convirtió en un hombre complejo: nadie sabía si era del Opus, si era socialista, si era capitalista o si era, simplemente, un ser ambicioso. De pronto, Vicens murió y su señora ha ganado mucho dinero. ¿No está conforme?

–Vicens tenía una pinta muy vistosa.
–Parecía un señor americano; pero de joven había sido pobrísimo, ¿sabe? Pobrísimo.

–Empezar pobre puede ser una ventaja.
–O arruinarse y volver a ganar dinero. Lo peor es tener dinero siempre.

–¿Usted ha tenido dinero alguna vez?
–Yo no tengo nada. Esta casa, hasta hace quince días, era de mi madre. Pero como soy soltero y mi hermano es viudo sin hijos, tampoco ahora podemos hacer nada... Yo soy lo que se dice un "hereu gravat" [...].

–Me parece que usted dispone de una dimensión contemplativa.
–Y solitaria. Soy solitario y contemplativo, poco aficionado a hablar con la gente.

–Pero es un conversador extraordinario.
–Yo no sé nada de nada. Me gustaría saber cómo se las ingenian estos profesores que no tienen nada qué decir y que no paran de hablar, y que encima viven de lo que hablan. Es un curioso misterio todo esto. ¿No le parece a usted? Es como los médicos que solamente utilizan la penicilina. No va muy bien el mundo. Con esta leyenda de que todos somos iguales se cree que el mundo marchará, y la verdad es que hay muy poca gente que de verdad sepa algo real. Llegará un momento en que la gente sabrá manipular un complicado mecanismo, pero no sabrá encender un fuego.

–Ve el futuro con pesimismo.
–Esto no quiere decir que el mundo deje de funcionar. Hay muchas cosas que van mal y que funcionan; quiero decir que funcionan sin ningún resultado. Probablemente la historia es una de estas cosas que funcionan sin ningún resultado.

–De momento estamos aquí hablando usted y yo, y esto ya es algo.
–Esto es mucho. Y se cultivan los campos y todo el mundo tiene una barra de pan cada mañana. El misterio de la barra de pan diario es muy grande. En este sentido hemos llegado a resultados importantes. Pero aparte de esto no creo que se haya conseguido nada más.

–Ahora iremos a la Luna.
–¿Y qué quiere que vayamos a hacer a la Luna? Todo esto son historias para entusiasmar a los chiquillos y a los norteamericanos. Usted sabe muy bien que en la Luna no hay restaurantes y el ambiente allí es de lo más inhóspito. Ahora bien: los chicos norteamericanos, que están hartos del Maine y del Connecticut y del atlas terráqueo, quieren la geografía de la Luna. Les divierte salir de su casa, y quizá por esto mantienen siempre alguna guerra fuera de su país. No interprete usted la historia a base de filosofías complicadas. La historia funciona así [...]. Yo, desgraciadamente, no se labrar, porque no me enseñaron; pero trato bastante a los payeses de este país, que son gente endemoniada; gente que se defiende, gente complicada, desengañada, abandonada y pobre. Yo no soy más que un payés de la parroquia de Llofriu. A mí me hicieron estudiar, pero tal vez esto haya sido un error.

–¿No cree que con su obra ha enriquecido a los demás?
–¿Yo? No, nada. Vamos; mi sentido del ridículo llega hasta aquí.

–Sin embargo, ha de admitir que en algo ha contribuido a la toma de conciencia de su país.
–Hombre, yo he ido a la procesión de mi país. Yo he tomado parte en la procesión de mi país con una cerilla. Hay quien ha ido con una candela, con un hachón, y quien con un cirio: yo he ido con una cerilla. He creído que había que ir a la procesión y he tomado la única cosa que podía llevar. Eso es todo.

–¿Cómo ve el futuro de España?
–España es un país que está todavía en formación. Probablemente nos encontramos en el comienzo de su historia. Cuando yo nací éramos 16 millones a comer diariamente de la olla; hoy somos 31 millones y como no hay más cera que la que se quema, la cosa ha cambiado. Por eso abrigo la esperanza de que las revoluciones que hemos visto en este siglo se hayan acabado ya, por aquello que decía Goethe, que de la cantidad sale la calidad.

–Esto lo dicen los marxistas.
–Marx lo sacó de Goethe.

–Usted, desde el ángulo religioso, ¿por dónde navega?
–Yo, hasta la fecha, carezco de sensibilidad religiosa. Me encuentro como un mediterráneo más, y ya sabe que los mediterráneos no tenemos sensibilidad religiosa. Nosotros creemos aquello de que la vida es una aventura, a menudo desagradable, situada entre una nada inicial y una nada final. Esta frase es una tontería, pero es una frase inmortal. Nosotros la religión la utilizamos cuando estamos enfermos y cuando nos tenemos que morir. No se por qué [...].

–¿Cuál es su ética?
–La ética burguesa corriente: la bondad. Yo creo que no he hecho nunca daño a nadie. Entiéndame: puede que haya hecho mucho daño sin enterarme; pero, al menos, no he pedido nunca nada a nadie y he luchado contra lo que me parecía mal. Por ejemplo: yo he sido un gran adversario de la prostitución. Ahora bien, si usted me dice que el capitalismo es una inmoralidad colectiva, entonces le diré que yo estoy dentro de esta inmoralidad. Pero no creo que el comunismo resuelva nada.

–¿En qué consiste saber escribir?
–En mi opinión, para escribir en una determinada lengua, la primera cosa que se requiere es enterarse de cómo va formada esta lengua. El genio de todas las lenguas latinas consiste en poner un artículo, un sustantivo, un verbo y un predicado. La mejor frase que se ha hecho en nuestra lengua es "la puerta es verde". Punto. Y luego sigue otra frase [...]. En definitiva, yo soy partidario de la literatura realista poética. ¿Usted no?

–Tendríamos que definir realismo poético.
–El realismo poético consiste en encontrar los adjetivos. En la mayoría de los escritores los adjetivos son falsos. En cambio los adjetivos de Shakespeare son siempre verdad. Shakespeare, que es el mayor escritor del mundo (salvando los orientales, que desconozco), acierta siempre los adjetivos. Es lo esencial. Acertar de verdad. Con toda la complejidad que la limitación humana permita [...].

–¿Lee novelas?
–Considero que un hombre que después de los 40 años aún lee novelas es un puro cretino. Lo cual no quiere decir que en el mundo no existan ocho o diez novelas magníficas. "Stendhal: dos o tres cosas de Balzac; "Guerra y paz", de Tolstoi; algunas narraciones de este chico inglés, Dickens; muy buenas. Y en fin, esta historia de Proust, que no está nada mal [...].

–¿En estos momentos, qué lee?
–En estos momentos leo las "Memorias de Talleyrand", que fue un tipo considerable. Más importante que Napoleón; ya ve lo que le digo. Pero sírvase más vino. Esto no hace daño. Yo he sido un gran bebedor, sí, casi un puro alcohólico. Ahora lo he dejado, exceptuando el whisky que no hace daño. El coñac hispano, en cambio, es muy peligroso. Probablemente ha causado más bajas que la Guerra Civil. Oiga, ¿este aparato está funcionando?

–Sí, pero no se preocupe usted.
–Caramba. Con la cantidad de sandeces que le he dicho. ¿Cree que dará algún resultado este sistema? Usted tenía que haber hecho como los periodistas, mandarme unos papeles con unas preguntas, y yo, esta noche, tras una prudente reflexión, le habría escrito frases inmortales.

–Hemos de asumir el riesgo.
–En todo caso tenemos que acordar que ustedes volverán [...]. Pero sin traerme este aparato. Me avisan con unos días de tiempo y vienen a comer la cocina popular que aquí se estila. Y si no les gusta les freiremos una tortilla y al caray. Ahora podemos ir a Pals. Le enseñaré a usted el paisaje más importante del país.

–Sí, vamos.


viernes, 13 de julio de 2012

Sobre las pinturas murales en la cueva de Lascaux...

Una de las experiencias más apasionantes de la vida es hallarse frente a las fantásticas pinturas murales de la cueva de Lascaux, en el sudoeste de Francia. Las formas vivas de caballos, venados y bueyes parecen saltar de la brillante superficie cristalina en la que fueron pintados hace unos 17000 años. No se trata de meticulosos retratos de animales inmóviles. Son imágenes vigorosas llenas de acción, movimiento y vida.



El ciervo negro, en la pared derecha del divertículo axial.
Por la forma final de la cuerna, a modo de pala, probablemente se trate de la especie Megaloceros
giganteus (Blumenbach, 1799), el mayor cérvido de la Historia, extinto hace unos 7000 años.



Como si huyese de una extraña figura con cuernos y como de brujo que amenaza desde próxima a la entrada, la cabalgata de animales prehistóricos se precipita hacia las profundidades más recónditas de la caverna. Cuatro toros blancos gigantescos perfilados en negro dominan la larga cueva en el punto en que ésta se ensancha y forma una galería circular: la Sala de los Toros. Un enjambre de animales más pequeños se atropellan entre las patas de las grandes bestias. Caballos al galope, venados tensos y jóvenes poneys retozones salen de las paredes y del techo en negro, rojo y amarillo, a veces nítidos, a veces sólo como tentadoras insinuaciones. Algunas imágenes ensombrecen a otras, algunas son enormes, otras minúsculas. Un elegante caballo rojo púrpura con una abundante crin negra ondeante está suspendido cerca de dos grandes toros que se miran frente a frente, desafiándose el uno al otro. Signos geométricos e hileras de puntos negros aumentan el misterio de la Sala de los Toros.

Después de la rotonda, la cueva vuelve a estrecharse, formando una galería de figuras que saltan y caen. La galería se abre con la cabeza nítidamente esbozada de un magnífico venado. Una vaca negra salta a través del techo de un lado a otro del pasadizo. En la pared derecha, bajo la enorme cabeza de un toro negro, se presenta una hilera de pequeños poneys pardos de largas crines y, muy cerca, una manada de trece caballos. En la otra pared se ve un ha negro corriendo hacia el final de la galería y, frente a él, huye un caballo cuya negra crin vuela al viento. Donde la galería se estrecha aún más y tuerce a la derecha, hacia la oscuridad, otro caballo salta y se precipita al vacío.




Vaca roja con cabeza negra, en la pared izquierda del divertículo axial.



          Desde la Sala de los Toros, una pequeña salida a la izquierda lleva a un angosto corredor; en sus paredes, que se desmoronan, aparece grabada una maraña de minúsculos grabados cuya mejor visión se consigue con una iluminación oblicua. Abundan los caballos y venados en miniatura; algunos representan al animal completo; otros, sólo la cabeza. Un pequeño abombamiento en la superficie rocosa parece haber sido aprovechado para dibujar una panza redonda, y una minúscula protuberancia da forma al ojo de un caballo. El corredor se abre a la nave, que exhibe cuatro grupos de pinturas, tres a la izquierda y una a la derecha. Ocho cabras salvajes llenan la pared izquierda: cuatro son rojas con cuernos negros, y cuatro son negras, y sus cuernos sólo se aprecian por el grabado, ya que el color se desvaneció hace ya tiempo. Hay otros diseños geométricos y dos yeguas preñadas. Un caballo semental y un bisonte están atravesados por flechas grabadas. De otros dos caballos dibujados, uno galopa y el otro pasta. Lo más curioso de esta pared es una inmensa vaca negra pintada sobre una serie de caballos mucho menores. El gigantesco cuerpo del animal se apoya en unas patas delgadas y termina en una cabeza muy pequeña: no se parece a ninguna de las demás figuras de Lascaux. En la pared opuesta, cinco venados esbozados en trazos negros simples se deslizan sigilosamente. Sólo son visibles sus cabezas y cuellos, como si atravesasen un río a nado, y el animal delantero parece levantar su hocico como si se aproximara a la invisible orilla.



Panel del unicornio, en la sala de los toros, en la cueva de Lascaux (Francia).
Pinchar sobre la imagen para apreciar en alta resolución.



La nave se estrecha en su terminación para luego ensancharse formando dos recámaras, una con seis leones grabados en las paredes. Un león ha sido cazado y, de su cuerpo profusamente modelado, salen doce flechas. Abriéndose a la derecha, en la unión entre el pasadizo grabado y la nave está el ábside, una zona adornada con grabados y muchas pinturas descoloridas. Aquí resulta difícil descifrar con claridad muchas figuras, pero un grabado grande que representa la cabeza y las astas de un venado es increíble. Seguramente se trata de una de las mejores piezas de grabado de la prehistoria.

El misterio de Lascaux se hace más profundo en una curiosa escena pintada en la pared de un hueco del ábside. Un hombre yace muerto entre las figuras de un bisonte herido y un rinoceronte. A diferencia de los animales de la cueva, el hombre está dibujado de una manera tosca. Tiene cuatro dedos en los extremos de sus brazos emparejados, y su cara parece un pico de ave. Junto a él hay una vara con un pájaro atravesado en su parte alta, y resulta imposible decir si es un pájaro real o un grabado. Al bisonte se le salen las entrañas por las heridas, su pelaje brilla y tiene la cola levantada, ya que ataca al hombre con los cuernos bajados. Tres pares de puntos separan esta escena de la del rinoceronte, que mira al otro pasadizo y parece que se aleja.




Décimo caballo chino, en el panel derecho del divertículo axial.



Sales de la cueva de Lascaux cegado por la luminosidad del claro del bosque que rodea la entrada y sabiendo que acabas de dejar un mundo antiguo y extraordinario. Una sobrecogedora sensación de actividad rítmica impregna el extraordinario silencio y quietud de la cueva. Acobarda el contraste entre la viveza de los animales de las paredes y la absoluta tranquilidad del aire frío del interior de la cueva. Uno se maravilla de la habilidad artística que revelan estas antiguas pinturas. Pero, principalmente, la mente se remonta vertiginosamente en el tiempo al pensar en la gente que realizó las pinturas. ¿Qué fue lo que les motivó? ¿Sería la cueva un lugar sagrado? ¿Acaso lo que allí se representaba eran escenas de magias para cazar? ¿Representaban actos de ritual social o estacional celebrados frente a las imágenes recién creadas? ¿O, simplemente, esta gente se regocijaba en el placer sensual de sus creaciones artísticas?


Una visita virtual de la cueva de Lascaux es la que se puede ver pinchando aquí.