Al difunto John Rawls
(1921-2002), ya referido en una entrada anterior, parecían no gustarle demasiado los practicantes
de surf y, en un artículo publicado en 1988, utilizó el ejemplo del surfista para explicar un
punto crucial de su Teoría de la Justicia. En su opinión «quienes practican surf todo el día en Malibú
deberían encontrar una manera de subvenir a sus propias necesidades, y no
podrían beneficiarse de los fondos públicos». En resumen, para Rawls, de meridiana tradición calvinista, si uno está todo el día trabajando
en un taller, o sirviendo comidas en un restaurante: ¿por qué debería
subvencionarse al surfista que vive tan plácidamente, saltando las olas en traje
de baño? Parece que negarse a subvencionar a los gorrones, aquellos que se
aprovechan del trabajo de los otros, forma parte de la lógica misma de las
sociedades liberales, pues el gorrón viola en cierta manera el contrato social.
Fue el noruego Jon Elster, sociólogo y miembro del Grupo Septiembre, quien denominó al anatema del surfista
«objeción de explotación», o rechazo de la explotación de quienes trabajan para
los vagos que reclaman solidaridad.
Sin embargo,
Philippe van Parijs, también perteneciente al Grupo Septiembre, en su libro Libertad real para todos: que puede justificar al capitalismo, si hay algo que pueda hacerlo (1998)
discutió esta idea rawlsiana (tan inicialmente coherente) y en el artículo «Why surfers should be fed? The liberal case
for an unconditional Basic income» (“Por qué se debería alimentar a los
surfistas?”) planteó que también el surfista realiza actos maximizadores de utilidad social.
Supongamos que saltar las olas en Malibú, en Tapia de Casariego, o en cualquier
otra playa donde se puedan coger olas, para algunas personas constituye el
fundamento de su autoestima y de su identidad. Imaginemos, incluso, que el
surfista no produce nada, pero sin embargo consume y gracias a él, la industria
del deporte, de la moda y del turismo florecen en Malibú. No es necesario,
según considera van Parijs, que exista una estricta reciprocidad en los
intercambios para que la sociedad sea justa. Además cuando le vemos surfear, el
espectáculo es bonito… entonces, ¿por qué no fomentarlo? En definitiva, el surfista
aumenta la utilidad agregada., aunque lo haga de una manera ciertamente distinta
a como lo hace un profesor de instituto o un mecánico.
El filósofo belga dedicó a Rawls un capítulo destacado de su libro ¿Qué es una sociedad justa?
Introducción a la filosofía política (1991) [‘La doble originalidad de
Rawls’, pp. 58-79 de la ed. española, Barcelona: Ariel, 1993], donde presenta
a Rawls ‘en ciertos aspectos más igualitarista
que Marx’, en la medida en que el pensador norteamericano parece no
vincular la sociedad justa al trabajo, aunque el propio van Parijs matiza que
la comparación es parcialmente engañosa.
Van Parijs ha
seguido investigando en una línea que también es la de separar el hecho de
trabajar del derecho a disponer de renta. Por ello propone crear que lo denomina
una ‘renta básica de ciudadanía’ que debiera recibir todo el mundo,
independientemente de que sea surfista o carpintero, por el simple hecho de ser
ciudadano. Esa renta básica sería “un
ingreso transferido por una comunidad política a todos sus miembros, sobre una
base individual, sin control de recursos, ni exigencia de contrapartida”. Es
decir, neutra en cuanto a la definición del bien o los bienes a los que se
quiera destinar dicha renta. Van Parijs considera que el Estado ha de ponerse
al servicio de las libertades individuales, sin juzgar los comportamientos de
nadie. La renta básica se defiende, además, en cuanto herramienta de justicia
social y de igualdad de oportunidades, cuyo sentido estriba en impedir, lo que
de hecho sucede en nuestros días, es decir, que la sociedad sea cada vez más
desigual en origen.
La renta básica, sostiene van
Parijs, cumple los requisitos de la Teoría de la Justicia de
Rawls: da las máximas libertades públicas, iguales para todo el mundo, y da
igualdad de oportunidades en beneficio de los más desfavorecidos. Por tanto, sería maximizador dar renta básica a todo el mundo. El debate tiene importantes
consecuencias sobre la justicia social y sobre la definición de las libertades
básicas. Por cierto, en la portada de Libertad
real para todos aparece, naturalmente, un surfista.
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