Ya mentada en una entrada anterior, en la que se anotó una recensión sobre la imprescindible Las olvidadas (Planeta, 2007) de la gijonesa Angeles Caso, Artemisia Gentileschi,
primogénita del maestro toscano de la pintura barroca Orazio Gentileschi, nació
en Roma el 8 de julio de 1593. Tiempo de contrarreforma y de peste, de mecenas
cultivados, de venenos papales y de dagas. Difícil ser pintora en una época
como aquella. Pero Artemisia era una romana libre. Pasó una infancia feliz,
siempre en los aledaños de la plaza de Spagna, hasta que en 1605, su madre,
Prudenzia Montoni, murió en su séptimo parto a los 30 años. Artemisia tenía 12.
En vez de ser virgen, esposa, religiosa o prostituta (los cuatro roles
atribuidos a las mujeres de entonces), decidió ser artista. Como su padre. Como
aquel genio salvaje llamado Caravaggio, cuya pintura, según dicen sus
biógrafos, le volvía loca.
Judith y su doncella (c. 1612-14), oleo sobre lienzo, en la Palatine Gallery, Palazzo Pitti, Florencia.
La espléndida exposición Artemisia,
poder, gloria y pasiones de una mujer pintora, que se puede ver en el
Musée Maillol de París hasta el 15 de julio y reúne 42 obras de Artemisia y una
veintena de sus coetáneos más cercanos, explica que su fama personal, igual que
pasó con Caravaggio, contribuyó a ocultar su arte a las generaciones
posteriores. Todavía hoy, muchos de sus cuadros pertenecen a colecciones
privadas. Pero, después de ser casi transparente durante 400 años, Artemisia
brilla ahora con la luz de los grandes.
Más de cuatro siglos han
pasado desde el año de la muerte de Caravaggio (1610), cuando Artemisia, que
entonces contaba 17 años, firmó su primer cuadro. Se titula Susana y los
viejos, y su mirada delicada, colorista y rebelde a la vez, asoma ya en
esa escena viva, inmensa, en la que dos ancianos de mirada torva intentan
seducir a una muchacha. Meses después, Artemisia fue violada por Agostino
Tassi, un pintor que ayudaba a Orazio a decorar la casa del cardenal Scipione
Borghese. Tassi se comprometió a casarse con la joven y a vivir con ella nueve
meses. Pero Orazio le denunció ante el papa Pablo V. Toda Roma se enteró de la
deshonra, pero a Artemisa no le importó. Se sometió a un proceso público que
duró varios meses.
Susana y los viejos (1610), oleo sobre lienzo, 170 x 121 cm, en Schloss Weissenstein, Pommersfelden (Bavaria), Alemania.
Tras ser condenado a cinco
años de exilio y galeras pontificias su agresor —penas que nunca cumplió—,
Artemisia se casa con el florentino Pierantonio Stiattesi, hijo de un zapatero,
y se marcha a Florencia. En la corte del gran duque de Toscana, Cosme de
Médicis, vivían Miguel Ángel Buonarotti y Galileo Galilei: bajo su influjo y
amistad, la pintora se inscribe en la legendaria Academia del Dibujo. Tiene 23
años, y es la primera mujer de la historia que entra en ese Olimpo. En 1617,
Artemisia es madre de tres hijos, pinta asiduamente para los Médicis y tiene un
amante noble e intelectual, Francesco Maria Maringhi. Pero el marido se endeuda
hasta las cejas y la pareja huye a Prato.
Desde allí, vuelta a Roma,
donde Artemisia vive entre 1620 y 1626 en una casa cercana a la plaza del
Popolo que un visitante describe como “digna de un gentilhombre”. Dos de sus
tres hijos han muerto, y en 1622 el marido es acusado de haber herido en la
cara a un español que cantaba una serenata bajo el balcón de la artista. Pronto
se separarán. Ella se irá a Venecia y vivirá tres años de éxito entre los
canales libertinos, antes de marcharse a Nápoles para ponerse al servicio de
otro admirador de su pintura, el virrey español Fernando Enríquez Afán de
Ribera, duque de Alcalá.
Venus dormida (1625), 94 x 144 cm, en la Barbara Piasecka Johnson Foundation, Princeton, New Jersey.
En el centro de Nápoles abre
un taller en el que trabajan una docena de ayudantes y aprendices. Se hace
amiga de Onofrio Palumbo, gran artista partenopeo, y durante 20 años forma a
los mejores pintores del futuro, Cavallino, Spardaro, Guarino... Mientras sus coetáneos pintaban
iglesias y capillas, Artemisia trabajó sobre todo para coleccionistas privados:
el duque de Módena, los Médicis, los D’Este y el conde de Amberes, banqueros,
nobles y príncipes europeos. Sus numerosas cartas y facturas atestiguan que fue
una de las firmas más cotizadas de su tiempo. Los aristócratas se rifaban sus
cuadros, casi todos de figuras femeninas, muchas veces desnudas y siempre
llenas de fuerza. Algunas son de un erotismo dulcísimo. Otras son intensas,
impetuosas y dramáticas. No hay una sola escena casera. Hay músicas,
pensadoras, y muchos homenajes a mujeres bravas: Cleopatra, Diana, la Galatea,
María Magdalena, Judith, Dalila, Betsabé…
Su fama cruzó fronteras, y el rey Carlos I de Inglaterra ordenó contratarla. Pasó dos años en Londres, donde su padre era considerado el mayor maestro de su tiempo, hasta su muerte en 1639. Las crónicas dicen que el funeral de Orazio en Londres estuvo a la altura de los de Rafael y Miguel Ángel. Artemisia tuvo que cumplir sus propios encargos después de la muerte de su padre, aunque no hay obras que puedan asignarse con certeza a este periodo. Se sabe que Artemisia ya había abandonado Inglaterra en 1642, cuando se producían las primeras escaramuzas de la guerra civil.
No se sabe mucho de sus movimientos posteriores. Se cree que partió definitivamente a Nápoles donde pasó el resto de su vida. Los historiadores saben que en 1649 estaba de nuevo en la ciudad partenopea, en correspondencia con Don Antonio Ruffo de Sicilia quien se convirtió en su mentor y buen comitente durante su segundo periodo napolitano. La última carta conocida a su mentor data de 1650 y deja claro que ella estaba aun plenamente en activo.
Su fama cruzó fronteras, y el rey Carlos I de Inglaterra ordenó contratarla. Pasó dos años en Londres, donde su padre era considerado el mayor maestro de su tiempo, hasta su muerte en 1639. Las crónicas dicen que el funeral de Orazio en Londres estuvo a la altura de los de Rafael y Miguel Ángel. Artemisia tuvo que cumplir sus propios encargos después de la muerte de su padre, aunque no hay obras que puedan asignarse con certeza a este periodo. Se sabe que Artemisia ya había abandonado Inglaterra en 1642, cuando se producían las primeras escaramuzas de la guerra civil.
No se sabe mucho de sus movimientos posteriores. Se cree que partió definitivamente a Nápoles donde pasó el resto de su vida. Los historiadores saben que en 1649 estaba de nuevo en la ciudad partenopea, en correspondencia con Don Antonio Ruffo de Sicilia quien se convirtió en su mentor y buen comitente durante su segundo periodo napolitano. La última carta conocida a su mentor data de 1650 y deja claro que ella estaba aun plenamente en activo.
En 1649 andaba terminando su
maravilloso autorretrato: parece una mujer de ahora mismo, con los labios pintados
y el pelo corto. Según su biógrafa Alexandra Lapierre, “Artemisia rompió todas
las leyes sociales y solo perteneció a su tiempo. A la conquista de su gloria y
su libertad, con su talento y su fuerza creadora se convirtió en una de las
pintoras más celebres de su época y en una de las más grandes artistas de todos
los tiempos”.
Se pensó que Artemisia había
muerto en 1653. Evidencias recientes, sin embargo, muestran que aún aceptaba
encargos en 1654, aunque dependía cada vez más de su asistente, Onofrio
Palumbo. Por lo tanto, puede especularse con su muerte en la devastadora plaga
que asoló Nápoles en 1656 y virtualmente barrió a toda una generación de
artistas napolitanos.
Su tumba se encontraba en la
iglesia de San Juan de los Florentinos de Nápoles, que fue destruida tras la
Segunda Guerra Mundial. En su lápida se podía leer Heic Artemisia (Aquí yace Artemisia).
Self-portrait as the Allegory of Painting, (1638-39), oleo sobre lienzo, 965 x 737 mm, en la Royal Collection, London.
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