Un enorme
error de la antropología del siglo XIX fue considerar a los
cazadores-recolectores (hunter-gatherers)
como sociedades fósiles, primitivos salvajes que habían pasado inadvertidos y
sin conciencia del mundo moderno. En términos biológicos, los cazadores-recolectores
eran (son) tan modernos como los exploradores que los “descubrieron”, con la única
diferencia de su auto subsistencia según un método arcaico. Abundaban por entonces
las concepciones erróneas sobre la gente no agrícola, frecuentemente inspiradas
en la noción sostenida durante el siglo XVII por Thomas Hobbes, de la vida en
estado natural: “Sin artes, sin letras,
sin vida en sociedad y, lo peor de todo, con miedo y peligro constantes de
muerte violenta; y la vida del hombre, solitaria, pobre, ruda, embrutecida y
breve.”
Jóvenes cazadores-recolectores !kung, reducidos a zonas aisladas del Kalahari,
entre Botsuana, Angola, Namibia, República Sudafricana, Zambia y Zimbabue.
entre Botsuana, Angola, Namibia, República Sudafricana, Zambia y Zimbabue.
El concepto hobbiano sobre la
gente no agrícola no puede ser más equivocado. Ser cazador-recolector es vivir
una vida intensamente social y, en lo
que respecta a las artes y las letras, cierto es que la gente cazadora-recolectora
apenas posee formas materiales de cultura, pero ello es a causa de sus
necesidades de movilidad. Los ¡kung, como otros cazadores-recolectores, se
trasladan de un campamento a otro portando consigo todos sus bienes, nunca más
de diez o doce kilogramos, más o menos lo que una compañía aérea permite llevar
como equipaje de cabina.
Existe un
conflicto ineludible entra la movilidad y la cultura material, y por eso los ¡kung
llevan su cultura en la cabeza, no a sus espaldas. Sus cantos, danzas y relatos
conforman una cultura tan rica como la de cualquier pueblo.
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