El pasado domingo leí, en la sección de Economía del
diario El País, a David Fernández haciendo un muy documentado y generoso repaso al disparatado incremento de la
desigualdad de la renta que ha venido sucediendo en nuestro
país a lo largo de los últimos cinco años. Esta desigualdad, una de las dimensiones
principales de la estratificación social, sitúan a la clase corporativa cada
día más alejada de la clase trabajadora.
Hace más de 200 años, en opinión del escocés Adam Smith (1723-1790), teórico de
cabecera del liberalismo económico, un individuo era rico o pobre de acuerdo
con la cantidad de mano de obra que podía contratar. Siguiendo al pie de la
letra la definición del autor de La riqueza de las naciones (1776), un gran
número de directivos de las grandes compañías españolas son auténticas pymes en
potencia, ya que con su retribución se podrían pagar decenas, si no cientos, de
sueldos anuales de trabajadores de su misma empresa.
Ilustración de Luis Tinoco.
En nuestro país, próximo a los seis millones de
desempleados, el sufrimiento va por barrios y la crisis ha agrandado la brecha
salarial entre los directivos y los empleados. En el ejercicio de 2007, último
de bonanza económica, los consejeros ejecutivos y los miembros de la alta
dirección de las empresas del Ibex 35 que hoy en día permanecen en el índice
cobraban de media 873.666 euros, mientras que el gasto medio por empleado era
de 37.122 euros. Es decir, una brecha salarial de 23,53 veces. En 2011 la
desigualdad se amplió hasta las 24,68 veces: la élite directiva de esas mismas
compañías —534 personas— recibió una compensación media de 1,07 millones de
euros, y el gasto medio por trabajador fue de 43.353 euros.
En esos cuatro años, por tanto, el crecimiento de la brecha salarial fue del
4,8%. Hay quien pueda pensar que es un aumento modesto. Sin embargo, la
comparativa queda distorsionada por las indemnizaciones multimillonarias que
cobraron algunos directivos.
Por otra parte, el aumento de los salarios de los
administradores no se justifica por la creación de valor lograda para sus
accionistas. Durante el periodo 2007-2011 solo 11 empresas del Ibex fueron
rentables para sus dueños. Inditex fue, de largo, la compañía cuyo equipo
gestor más enriqueció a sus accionistas, con una rentabilidad total en esos
cinco años del 76,9%. Sin embargo, los dos grandes bancos del país, Banco
Santander y BBVA, con dos de las cúpulas directivas mejor remuneradas de toda
la Bolsa, fueron responsables de pérdidas para sus accionistas del 41,5% y el
53,4%, respectivamente.
El ejecutivo mejor pagado de 2011 fue Pablo Isla, con
20,3 millones de euros, gracias al premio singular y no recurrente que le dio
Inditex tras acceder a la presidencia del grupo. Esta retribución supone
multiplicar por 1.000 el gasto medio por empleado de Inditex. Isla recibió
acciones valoradas en 13,73 millones, además, cobró 127.000 euros por su
asistencia al consejo, 2,45 millones de sueldo fijo y 1,72 millones de bonus.
El gestor de Inditex también devengó 2,27 millones por un plan de incentivos a
largo plazo sujeto a determinados objetivos.
No obstante, los sueldos milloneuristas no son solo
coto privado de los primeros ejecutivos de las empresas. Hay una segunda línea
de trabajadores de siete empresas del Ibex cuyos rostros son menos conocidos,
pero que también superan la barrera del millón de sueldo anual.
El incremento de la desigualdad de los sueldos no solo
se da en España, aunque, en este caso, es más especial por el elevado
desempleo. En EE UU, por ejemplo, el
Economic Policy Insitute ha publicado recientemente un estudio sobre este
tema. La principal conclusión es que entre 1978 y 2011 el sueldo de los
consejeros delegados de las 350 principales empresas de EE UU creció un 725%,
“sustancialmente más que la Bolsa y remarcablemente más que el salario medio
de un trabajador normal”.
En la Universidad de California, The Global Price and Income History Group ha publicado un estudio sobre la
desigualdad de la riqueza a lo largo de la historia. En el año 14 después de
Cristo un senador romano ganaba 100 veces más que el romano medio. Han pasado
2.000 años y el ser humano ha sido incapaz de corregir ese desfase, más bien
todo lo contrario.
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