Legitimado por la objetividad que me proporcionan mis recientes estancias en Venezuela (léase República Bolivariana) así como por el seguimiento que realizo casi a diario de sus periódicos digitales, observo con atención las vicisitudes que se suceden bajo la sombra de la autocracia (¿oclocracia?) chavista, cuna de lo que pretende ser el socialismo del siglo XXI, un concepto que a pesar de varios intentos fallidos, como se dijo en una entrada anterior, aún nadie ha podido definir con exactitud y mucho menos implementar. La realidad socio-política del país refleja idéntica dicotomía que se constata, por ejemplo, entre las cadenas de TV Globovisión y VTV, o entre los periódicos El Universal y El Correo del Orinoco, por poner sólo dos ejemplos. Dos corrientes de opinión cláramente posicionadas en los extremos de un escenario hace tiempo convertido en insostenible, y cuyo fuego cruzado cae directamente sobre el venezolano de a pié. Las elecciones presidenciales de 2012 se antojan como otro capítulo de la sinrazón, con una oposición policéfala y Chávez prematuramente exacerbado, cual Hidra de Lerna perseguida por Heracles en el segundo de sus doce trabajos.
Fue el pasado lunes 14 de noviembre pasado lunes cuando, por iniciativa de algunos colectivos estudiantiles, la elitista Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, cedió sus atriles a los cinco precandidatos de la oposición venezolana. Sí, aún a riesgo de la retirada de alguno de ellos, esos mismos cinco que pretenden competir, el próximo 12 de febrero en elecciones primarias abiertas a todo el país, para convertirse en el líder de la oposición que le haga el cuerpo a cuerpo al comandante.
Politólogos y periodistas hubieron de repasar bibliotecas y hemerotecas ya que nadie recordaba la fecha del último y lejano debate político en Venezuela. Como si se tratase de una especie en creída extinción que ahora vuelve a ser avistada. Hasta que alguien encontró imágenes del siglo pasado: Caldera vs Lusinchi, allá por 1983. Desde entonces, el ciudadano venezolano está más que acostumbrado a los monólogos.
Algo menos de hora y media para escuetos argumentos sobre, fundamentalmente, empleo, educación y seguridad. Sin trifulcas entre precandidatos. Demasiada mano izquierda, alguna de ellas en exceso temblorosa, y un vencedor según las encuestas: Henrique Capriles, gobernador del Estado Miranda, quien también encabeza los sondeos del 12F.
Recordando ser el gobernador de la educación para proclamar que será el presidente de la educación, Capriles cuenta con el apoyo de varios partidos de izquierda y de antiguos colaboradores de Chávez. Midió sus palabras, ejerció como hombre de Estado y batió holgadamente a otro, en principio, favorito: Pablo Pérez, gobernador del petrolero Estado Zulia, al que respaldan los viejos partidos de la IV República.
Otro ganador, ficticio en todo caso y merced a la radicalización de su discurso, fue el ex embajador Diego Arria, que tirando de populismo fue ovacionado tras proclamar su intención de acusar como criminal a Chávez ante el Tribunal Internacional de La Haya. Arria, senecto y trasnochado líder de Acción Democrática, actuó tal que un francotirador de azotea, lo que en Venezuela viene siendo un penthouse. Carente de cualquier opción, logró hurtar espació a la única mujer, María Corina Machado, también en el papel de dura, cuya paradójica propuesta es el capitalismo popular. Por cierto, que la precandidata presentó esta semana una denuncia tras, presuntamente, un tiroteo sobre su vehículo de campaña por parte de motorizados en 23 de Enero, barrio caraqueño y bastión chavista.
Por su parte el ex alcalde de Chacao, Leopoldo López, quien se la jugaba, fracasó en su gran y quizá última oportunidad, sin opción a recuperar el poder de la palabra, su mejor aval, y maniatado por las dudas que aún persisten sobre su inhabilitación, pese a la sentencia a su favor de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Palante-mi-comandante no quiso ser menos y se encadenó, mientras la oposición sólo era televisada para Caracas y Valencia, o vía cable e internet como último recurso. Entre exabruptos varios malbautizó a los precandidatos como Los jinetes del Apocalipsis (recuérdese que son cuatro y no cinco), “más nunca me van a sacar del Gobierno, ¡ahora no me iré en 2021 sino en 2031!".
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