Frente a la casa de Ercilia no había lugar, de modo que debió dejar el coche en la otra cuadra. Un grupo de chiquilines jugaba al fútbol en medio de la calle. Desde Racing llegaba el clamor de los espectadores del partido contra Huracán. Antes de alejarse, miró a su Rambler y mentalmente le dijo: "Cuídate". No sólo peligraba por los pelotazos del fútbol callejero; en aquella época no era raro que a la salida de un partido los aficionados destrozaran lo que encontraban a su paso. Como tantas veces antes de empezar una visita, se dijo: "Va a ser corta". En Racing ya debían de estar jugando el segundo tiempo.
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Apurado, saludó y se fue.
"Se diría que todo sigue igual", pensó. "En la otra cuadra todavía los chicos juegan al fútbol. Qué raro, de lejos parecen más grandes." No bien formuló la observación, comprendió: los que jugaban, o corrían, allá adelante, no eran chicos. Eran hombres, cuatro o cinco hombres y un chico. No jugaban al fútbol. Ahora zamarreaban al Rambler, como si quisieran volcarlo. Mientras corría se dijo: "Calma. Nada de peleas", y también: "El que me pareció un chico es un enano. Un enano y cuatro muchachones".
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Apurado, saludó y se fue.
"Se diría que todo sigue igual", pensó. "En la otra cuadra todavía los chicos juegan al fútbol. Qué raro, de lejos parecen más grandes." No bien formuló la observación, comprendió: los que jugaban, o corrían, allá adelante, no eran chicos. Eran hombres, cuatro o cinco hombres y un chico. No jugaban al fútbol. Ahora zamarreaban al Rambler, como si quisieran volcarlo. Mientras corría se dijo: "Calma. Nada de peleas", y también: "El que me pareció un chico es un enano. Un enano y cuatro muchachones".
Un campeón desparejo, Adolfo Bioy Casares, 1993.
Don Quixote y Sancho Panza (1947), por David Burliuk. Oóleo sobre lienzo, 9x9 in. Colección particular.
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