La posibilidad de hibridación entre neandertales (Homo neanderthalensis) y humanos modernos (Homo sapiens) –es decir, iguales a nosotros– o, lo que es lo mismo, la mezcla genética entre ambas especies, viene siendo pregunta recurrente entre especialistas y estudiosos de la evolución humana. ¿Se reprodujeron entre sí los dos grupos humanos? A esta cuestión se venía respondiendo, como bien apunta Antonio Rosas en Los neandertales (2010), en una gradación con tres niveles en la intensidad del cruzamiento: a) no hubo entrecruzamiento, b) existió cierto intercambio genético, pero la influencia neandertal quedó asimilada en el acervo genético de los humanos modernos, y c) el entrecruzamiento fue total dando lugar a una fusión de los genomas. Existe una cuarta vía, sin implicación evolutiva alguna, consistente en la posibilidad de cruzamiento con descendencia estéril, por proceder de dos especies distintas (tanto según el criterio genético más clásico como según el concepto evolutivo de especie propuesto por George Gaylord Simpson en Tempo and mode in evolution, su neodarwinista e influyente obra de 1944, clave para comprender el desarrollo y la historia de la teoría sintética de la evolución).
Neandertal con hijo, dibujo de Sonia Cabello.
Determinados investigadores basan
la defensa de la hibridación en dos particularidades morfológicas. De un lado,
la supuesta existencia de caracteres típicamente neandertales en los
cromañones (sí, es lo mismo que decir sapiens). Del otro, en la reaparición en estos últimos de caracteres
primitivos teóricamente ya perdidos por sus antepasados. En ambos casos, la
presencia en los cromañones de estos dos tipos de caracteres estaría
determinada por el efecto de los genes neandertales incorporados por
hibridación en el acervo sapiens.
Desafortunadamente, la muestra paleontológica es tan reducida que no permite
falsar esta hipótesis con un cierto grado de verosimilitud. Los más antiguos
fósiles humanos de morfología moderna se localizan en Rumanía, en la localidad
de Pestera cu Oase, con una datación estimada de hace unos 41.000 años. Con edades
ligeramente menores se encuentra Brassempouy (Francia), así como Cioclovina y
Pestera Muierii (ambos en Rumanía), Mladeč (República Checa) y La Quina Aval y
Les Rois (ambos en Francia).
Algunos ejemplos muy debatidos en la
literatura especializada han sido la prominencia mesofacial de uno de los modernos de Predmost o la presencia de chignon o moño occipital en algunos especímenes del Paleolítico
Superior temprano (por ejemplo, Mladeč). Esta última configuración de la parte
posterior del cráneo es constante en los neandertales y su presencia en los
cromañones sería evidencia de una posible aportación genética de los primeros.
Por su parte, los opositores a la hibridación sostienen que los caracteres
típicamente neandertales presentes en el Homo
sapiens en realidad son caracteres primitivos compartidos, simplemente
procedentes de una antigua herencia evolutiva común.
Hace ya más de treinta años Richard Leakey anotaba en su reconocida obra La formación de la humanidad (1981), respecto a la transición entre humanos modernos y neandertales, que "más que una sustitución de indígenas [los neandertales], lo que probablemente se produjo fue una asimilación mediante entrecruzamiento. El número de personas que se desplazaron a Eurasia y el Próximo Oriente pudo muy bien ser lo bastante grande, en comparación con la población neandertal residente, como para diluir muy considerablemente el efecto de los genes de neandertal. Ello explicaría la rápida desaparición de los rasgos característicos de los neandertales en el registro fósil. La gente actual de esta parte del mundo debería, por tanto, considerar probable que haya heredado por lo menos algunos genes neandertales".
Christopher Stringer y Clive Gamble, autores de En busca de los neandertales (1993), reconocían entonces no tener la certidumbre de que los rasgos neandertales antes reseñados (prominencia mesofacial y moño occipital) identificasen realmente los frutos de un supuesto mestizaje, pero incluso suponiendo que así fuera, pensaban que tales casos constituirían más bien una excepción a la regla, y que el flujo génico de hibridación entre ambas poblaciones resultó de un calado mínimo. Los mismos autores manifiestan en idéntica obra que situar a los neandertales como una especie distinta depende de dónde se coloque el énfasis, bien en las diferencias anatómicas y etológicas entre ellos y nosotros o bien en los rasgos que nos son comunes, "aunque su patrón anatómico desaconseja su clasificación dentro de nuestra propia especie". Ahora bien, la no inclusión de un humano fósil en la categoría Homo sapiens a partir de su anatomía no implica necesariamente que el individuo fuera incapaz de cruzarse con humanos anatómicamente modernos. Especies biológicas estrechamente emparentadas son a menudo interfértiles, y su cruzamiento puede o no dar lugar a descendencia fértil. Los lazos entre neandertales y cromañones debían de ser muy estrechos, y tal vez no existiera barrera genética a un eventual cruzamiento. Seguramente las barreras que los mantenían como entidades separadas y específicas eran predominantemente de tipo conductual.
José Luis Arsuaga (escéptico hoy ante lo "romántico e anecdótico" de una posible hibridación) e Ignacio Martínez, apuntaban en La especie elegida: la larga marcha de la evolución humana (1998) que "no conocemos fósiles de híbridos entre ellos [neandertales] y nuestros antepasados [cromañones]; por otro lado, los europeos actuales no portamos genes heredados de los neandertales. Ahora bien, el que hubiera poco intercambio de genes no quiere decir que fuera imposible, y ésta es la condición que impone el criterio genético de especie".
En La otra humanidad. La Europa de los neandertales (2003), Luis G. Vega Toscano se apoya en ciertos análisis del paleoADN, clonados en distintos laboratorios, tras la recuperación del ejemplar original de la cueva de Feldhofer, publicado en 1997, y de un individuo infantil procedente del yacimiento de Mezmaiskaya, situado en el Cáucaso, publicado en 2000, para sugerir que la distancia genética de los neandertales respecto a las poblaciones humanas actuales evoca una separación de ambos linajes de al menos medio millón de años, de tal modo que excluye cualquier contribución genética de los neandertales a la formación del hombre moderno y, por tanto, neandertales y sapiens deben tratarse como especies distintas. Sin embargo, refiriéndose párrafos después a la compleja situación del encuentro entre neandertales y humanos modernos en el Próximo Oriente, reconoce numerosas hipótesis, aunque ninguna de ellas totalmente satisfactoria, siendo la más atractiva de ellas aquella que contempla hibridaciones de algún tipo, fruto de la coexistencia de sapiens y neandertales en la misma región durante milenios.
Carles Lalueza Fox, autor de Genes de neandertal (2005), dedica un capítulo de su premiada obra a la posible hibridación entre neandertales y cromañones, refiriendo a los ejemplares de Lagar Velho 1, descubierto en 1999, o el neandertal del nivel chatelperroniense de Saint Césaire, que muestra un poco de mentón en su mandíbula y una naríz más estrecho de lo que es habitual en los neandertales menos tardíos. En el bando contrario, uno de los desaparecidos cráneos cromañones de Predmost presenta una nariz bastante prominente, y un cráneo de Mladeč muestra un occipital grande y redondeado. Ambos rasgos recuerdan a los cráneos neandertales, pero no son en absoluto definitorios; de hecho, el resto de los rasgos craneales corresponden plenamente a los de los humanos modernos. Jose Luis Arsuaga añade que "no hay nada en los cráneos de Mladeč que señale una relación con los neandertales, bien sea de descendencia directa, o bien de cruce entre ellos y los humanos modernos". Lalueza Fox concluye en la no certeza sobre el cruzamiento entre neandertales y cromañones, pero "si los hubo, éstos debieron ser claramente minoritarios y fallidos desde un punto de vista evolutivo".
Hace ya más de treinta años Richard Leakey anotaba en su reconocida obra La formación de la humanidad (1981), respecto a la transición entre humanos modernos y neandertales, que "más que una sustitución de indígenas [los neandertales], lo que probablemente se produjo fue una asimilación mediante entrecruzamiento. El número de personas que se desplazaron a Eurasia y el Próximo Oriente pudo muy bien ser lo bastante grande, en comparación con la población neandertal residente, como para diluir muy considerablemente el efecto de los genes de neandertal. Ello explicaría la rápida desaparición de los rasgos característicos de los neandertales en el registro fósil. La gente actual de esta parte del mundo debería, por tanto, considerar probable que haya heredado por lo menos algunos genes neandertales".
Christopher Stringer y Clive Gamble, autores de En busca de los neandertales (1993), reconocían entonces no tener la certidumbre de que los rasgos neandertales antes reseñados (prominencia mesofacial y moño occipital) identificasen realmente los frutos de un supuesto mestizaje, pero incluso suponiendo que así fuera, pensaban que tales casos constituirían más bien una excepción a la regla, y que el flujo génico de hibridación entre ambas poblaciones resultó de un calado mínimo. Los mismos autores manifiestan en idéntica obra que situar a los neandertales como una especie distinta depende de dónde se coloque el énfasis, bien en las diferencias anatómicas y etológicas entre ellos y nosotros o bien en los rasgos que nos son comunes, "aunque su patrón anatómico desaconseja su clasificación dentro de nuestra propia especie". Ahora bien, la no inclusión de un humano fósil en la categoría Homo sapiens a partir de su anatomía no implica necesariamente que el individuo fuera incapaz de cruzarse con humanos anatómicamente modernos. Especies biológicas estrechamente emparentadas son a menudo interfértiles, y su cruzamiento puede o no dar lugar a descendencia fértil. Los lazos entre neandertales y cromañones debían de ser muy estrechos, y tal vez no existiera barrera genética a un eventual cruzamiento. Seguramente las barreras que los mantenían como entidades separadas y específicas eran predominantemente de tipo conductual.
José Luis Arsuaga (escéptico hoy ante lo "romántico e anecdótico" de una posible hibridación) e Ignacio Martínez, apuntaban en La especie elegida: la larga marcha de la evolución humana (1998) que "no conocemos fósiles de híbridos entre ellos [neandertales] y nuestros antepasados [cromañones]; por otro lado, los europeos actuales no portamos genes heredados de los neandertales. Ahora bien, el que hubiera poco intercambio de genes no quiere decir que fuera imposible, y ésta es la condición que impone el criterio genético de especie".
En La otra humanidad. La Europa de los neandertales (2003), Luis G. Vega Toscano se apoya en ciertos análisis del paleoADN, clonados en distintos laboratorios, tras la recuperación del ejemplar original de la cueva de Feldhofer, publicado en 1997, y de un individuo infantil procedente del yacimiento de Mezmaiskaya, situado en el Cáucaso, publicado en 2000, para sugerir que la distancia genética de los neandertales respecto a las poblaciones humanas actuales evoca una separación de ambos linajes de al menos medio millón de años, de tal modo que excluye cualquier contribución genética de los neandertales a la formación del hombre moderno y, por tanto, neandertales y sapiens deben tratarse como especies distintas. Sin embargo, refiriéndose párrafos después a la compleja situación del encuentro entre neandertales y humanos modernos en el Próximo Oriente, reconoce numerosas hipótesis, aunque ninguna de ellas totalmente satisfactoria, siendo la más atractiva de ellas aquella que contempla hibridaciones de algún tipo, fruto de la coexistencia de sapiens y neandertales en la misma región durante milenios.
Carles Lalueza Fox, autor de Genes de neandertal (2005), dedica un capítulo de su premiada obra a la posible hibridación entre neandertales y cromañones, refiriendo a los ejemplares de Lagar Velho 1, descubierto en 1999, o el neandertal del nivel chatelperroniense de Saint Césaire, que muestra un poco de mentón en su mandíbula y una naríz más estrecho de lo que es habitual en los neandertales menos tardíos. En el bando contrario, uno de los desaparecidos cráneos cromañones de Predmost presenta una nariz bastante prominente, y un cráneo de Mladeč muestra un occipital grande y redondeado. Ambos rasgos recuerdan a los cráneos neandertales, pero no son en absoluto definitorios; de hecho, el resto de los rasgos craneales corresponden plenamente a los de los humanos modernos. Jose Luis Arsuaga añade que "no hay nada en los cráneos de Mladeč que señale una relación con los neandertales, bien sea de descendencia directa, o bien de cruce entre ellos y los humanos modernos". Lalueza Fox concluye en la no certeza sobre el cruzamiento entre neandertales y cromañones, pero "si los hubo, éstos debieron ser claramente minoritarios y fallidos desde un punto de vista evolutivo".
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