Si bien una entrada anterior
se refería a la creciente desigualdad de la renta (entre otras cuestiones, sueldos de directivos versus
sueldos de trabajadores), se ofrecieron únicamente unos datos circunscritos a las 35
empresas del IBEX 35 (que, transitoria y temporalmente, ahora mismo son 36) y,
principalmente, a la brecha existente entre los directivos de estas y los
trabajadores de sus respectivas plantillas. Lo peor de todo es que las
diferencias entre ricos y pobres no son solo cosa de aquí, sino que aumentan
por doquier.
Si pretenden hacerse una idea
de cómo ha ido forjándose y concretándose la desigualdad, consigan una copia del
apasionante ensayo de Branko Milanovic, Los que tienen y los que no tienen (Alianza Editorial, 2012), en el que se analizan los tres tipos de desigualdad económica
presentes en nuestro mundo con ejemplos extraídos de la historia, de la
economía y de la literatura (León Tolstói, Jane Austen). Para saber más acerca de los
motivos de la desigualdad entre las naciones, de lo que ya se había ocupado con
criterios eurocentristas David S. Landes en La riqueza y la pobreza de las naciones (1998), no olviden los también recientes Comercio y pobreza (2012),
de Jeffrey G. Williamson, y Las naciones oscuras, una historia del Tercer Mundo (2012), de Vijay Prashad, en el que se proporciona un punto de vista muy
crítico con las tesis de los historiadores y economistas occidentales.
Reflections of a hungry man or social contrasts (1893), por Emilio Longoni,
oleo sobre tela, 190x155 cm, en el Museo del Territorio Biellese, Biella, (Italia).
Los que tienen y los que no
tienen se compone de tres partes. Una sobre la desigualdad entre las
personas, otra de la desigualdad entre las naciones y una tercera que trata de
la desigualdad global. A poco débil que uno se pueda encontrar, el libro
transmite una profunda tristeza. No es, desde luego, su intención, pero la
provoca. Se remonta a los siglos del imperio romano, hace cuentas de las
desigualdades que hemos ido viendo desde entonces y, aun sin pretenderlo, no
puede evitar dejar a los lectores sumidos en una inmensa melancolía. Siglos y
siglos después, y seguimos aferrados a unos patéticos argumentos para defender
las inmensas desigualdades del mundo que hemos construido, que estamos
construyendo todavía hoy. Es imposible dejar de ver y oír en él a nuestros
políticos actualmente en el gobierno, enunciando uno tras otro sus prejuicios,
sin apoyo científico ni estadístico ni experimental suficiente. Es cierto, las
cosas no son tan sencillas como para despacharlas en un par de eslóganes, pero
la evidencia de lo indecente debería estar muy justificada para mantener sus
fueros. Sabemos bien que ni lo necesitan ni lo intentan. Pero no deberíamos
consentírselo.
El libro incluye algunos capítulos muy curiosos, sobre
“el amor y la riqueza” en las novelas de Jane Austen o Dostoievsky, por
ejemplo. Pero me gustaría, aunque sea menos entretenido, resumir alguna de sus
problemáticas. Por ejemplo, cuando se pregunta: ¿La desigualdad favorece el
crecimiento? O en una versión menos edulcorada: ¿Hay que apoyar a los ricos
porque crean empleo? Milanovic concluye: sólo cuando “la nivelación de los ingresos (haya) ido tan lejos que las personas no
vayan a esforzarse, a menos que se les permita guardar los frutos de su trabajo
en mayor grado”; en los demás casos “la
desigualdad puede entorpecer el crecimiento económico”. Juzgue el lector:
¿nos encontramos en el primer caso, o en el segundo?
También se cuestiona: ¿La desigualdad puede ser justa?
Milanovic nos lleva a John Rawls y su Teoría de la Justicia (1971), cuando vinculó desigualdad e injusticia en esta
frase: “La injusticia está formada por
simples desigualdades que no benefician a todos, y en particular a los pobres”. Posteriormente afirma que su aplicación no es fácil, directa, inmediata. Pero el principio
está ahí.
Una última cuestión: Milanovic señala que tal vez al
lector le resulte sorprendente saber que existen pocas teorías o estudios
teóricos acerca de la creación o evolución de la desigualdad en la distribución
de la renta entre los individuos. Y es cierto: ¿por qué son tan escasísimos los estudios sobre la desigualdad? Pues bien, el autor
apunta una razón que si la dijese cualquiera que no estuviese en su posición
(economista de primer nivel del Banco Mundial) sería tachado de ingenuo, pero
que en su boca la respuesta adquiere una dimensión indignante: “Porque no son particularmente apreciados
por los ricos”. El director de un prestigioso centro de estudios de
Washington se lo dijo claramente al autor. Su fundación no financiaría un
trabajo que en su título mencionara “la
desigualdad de la renta o de riqueza”. Estarían dispuestos –recuerda- “a patrocinar cualquier estudio relacionado
con el alivio de la pobreza, pero la desigualdad era un tema completamente
diferente”. ¿Por qué? Pues porque “lo
cierto es que ‘mi’ preocupación por la pobreza de algunas personas me
proporciona una cálida y agradable sensación de bienestar, ya que estoy
dispuesto a utilizar mi dinero para ayudarles. La caridad es una cosa buena;
muchos egos se hinchan gracias a ella y sirve para aumentar la reputación ética
aunque sólo se donen pequeñas cantidades a los pobres. Pero la desigualdad es
otra cosa. Cualquier mención a ella pone en duda la legitimidad o lo apropiado
de mis ingresos”. Y ante estas afirmaciones del director de aquel
centro de estudios, la pregunta es: ¿Dónde está la universidad? ¿Dónde sus
estudios independientes sobre los temas que interesan a la gente, al mundo? Ay,
la Universidad.
Cada uno de los tres ensayos
técnicos va seguido de unos relatos cortos que intentan entretener, sorprender
y acercar al lector a alguno de los temas que se han abordado antes en cada
ensayo. Estos relatos a los que se denomina ilustraciones abarcan un
heterogéneo abanico de cuestiones que muestran como la desigualdad ha estado
presente en la vida real, en la literatura y en múltiples facetas de la vida
cotidiana de la gente a lo largo de la historia. Ahí encontrará respuestas a
interrogantes tan curiosos como quién ha sido la persona más rica del mundo
(los estadounidenses Gates y Rockefeller, el ruso Jodorkovski o el mexicano
Slim), qué grado de desigualdad de ingresos existía en el Imperio Romano,
cuánta desigualdad social sufrían los países del bloque soviético, qué sinuosas
relaciones se dan entre amor y riqueza, hasta qué punto ha incidido la desigual
distribución de la renta en el origen de la actual crisis financiera global,
qué posibilidades tiene China de seguir existiendo como Estado en 2048 o cómo
el mundo que analizó Marx y la polarización determinante en su época entre
trabajadores y capitalistas siguen existiendo o mutaron en aumento de la
desigualdad global.
Y así hasta un total de
veintiséis relatos o ilustraciones de desigual calidad, interés y acabado. No
siempre he coincidido con el autor en algunos de sus argumentos o
afirmaciones, a veces sumarios y otras, poco matizados. Poco importa, invitan a pensar. Contribuiyen a que se cuestionen las causas que desde el
mercado o el poder político impulsan y justifican la extrema desigualdad que
hoy existe y no para de aumentar. Y se alcanza a comprender por qué Milanovic
considera que la renta de las personas está determinada en un 60% por el país
en el que ha nacido y en un 20% por el nivel de renta de sus padres; sólo un
pequeño 20% es permeable al libre albedrío y depende de factores y azares
personales sobre los que hay cierta capacidad o posibilidad de influir.
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