A quien estas líneas suscribe, ya curtido apóstata de lo políticamente correcto, le indigna enormemente la confusión reinante en un terreno en el que se entremezclan a partes iguales hipocresía y vasallaje. El lenguaje políticamente correcto viene convirtiéndose en una forma de prescripción lingüística contrario al uso espontáneo de la lengua y que impone modos de expresión casi siempre forzados en aras de un pretendido respeto y de una actitud tolerante. La imposición artificial del uso de sintagmas como las niñas y los niños o el uso de la arroba, como en niñ@s, para incluir a niñas y niños es totalmente innecesario y refleje un profundo desconocimiento del idioma, ya que el español siempre ha utilizado la forma correspondiente al masculino como género no marcado, es decir, como una categoría neutra en relación al sexo y, por ello, capaz de aglutinar lingüísticamente a hombres y mujeres. El uso del léxico también está sometido a la vigilancia de los defensores de la corrección política y la sanción por no adecuarse a las pautas marcadas no es de tipo lingüístico sino de tipo social, traduciéndose en ser tachado de intolerante, sexista o discriminatorio.
Aunque el lenguaje políticamente correcto suele considerarse como fenómeno reciente, fruto del relativismo propio de la posmodernidad, en realidad no es nada nuevo. Ya en el Siglo de Oro, el espadachín y literato Francisco de Quevedo decía que "por hipocresía llaman al negro, moreno; trato, a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas; y al mozo de mulas, gentilhombre del camino".
Aunque el lenguaje políticamente correcto suele considerarse como fenómeno reciente, fruto del relativismo propio de la posmodernidad, en realidad no es nada nuevo. Ya en el Siglo de Oro, el espadachín y literato Francisco de Quevedo decía que "por hipocresía llaman al negro, moreno; trato, a la usura; a la putería, casa; al barbero, sastre de barbas; y al mozo de mulas, gentilhombre del camino".
Totalmente de acuerdo con lo del masculino como género no marcado.
ResponderEliminarEs indignante el abuso cada vez mayor en políticos y predicadores.
Aranda