Nada nuevo que los círculos conservadores y neoliberales
justifiquen el enorme crecimiento de las desigualdades que caracterizan los
tiempos corrientes ─fruto irrefutable de políticas conservadoras y neoliberales─ como la consecuencia de la diversidad genética dentro de las poblaciones que
padecen estas desigualdades. Correlacionan, sin complejos de clase, desigualdades de renta
versus diversidad en la composición genética poblacional.
Rietveld et al. publican en Science (“GWAS of 126,559 individuals identifies geneticvariants associated with educational attainment”. Science, 21. Junio de 2013) que la estructura genética de una persona y/o grupo étnico conduce a su tipo de educación y, a través de ello, al nivel de renta que adquiere. Cuando menos discutible. No menos hilarante es una tesis doctoral presentada en la Universidad de Harvard en la que se sostiene que los hispanos de los Estados Unidos, procedentes de países de habla hispana, se aglutinan en las clases menos adineradas y con menos recursos debido a su supuesta, que no demostrada, inferioridad genética, de estructura menos desarrollada e inferior calidad que la existente entre la población blanca. Además, en dicha tesis se infiere, en razón a que el cociente intelectual de los blancos es superior a los de los hispanos, que la supuesta inferioridad de los hispanos es debida a su inferior estructura genética.
Parecen múltiples las falacias que se incluyen en este estudio, y la primera y más flagrante es la asunción de una estructura genética propia de los hispanos, un grupo que, más que étnico, es cultural y se caracteriza por su enorme diversidad genética. El supuesto de uniformidad genética no deja de ser una valoración extremadamente subjetiva, de claros tintes racistas, aunque no menos grave es la asunción de que la calidad y el desarrollo intelectual de una persona se cuantifican objetivamente a través del cociente intelectual, prueba sobradamente conocida por su sesgo clasista, pues mide más la habilidad de respuesta al test que el nivel intelectual.
Ambos documentos dicen mucho del panorama ideológico alcanzado en círculos del establishment estadounidense, en momentos de un dominio neoliberal que requiere una teoría hegemónica, legitimadora y que justifique el enorme crecimiento de las desigualdades.
Rietveld et al. publican en Science (“GWAS of 126,559 individuals identifies geneticvariants associated with educational attainment”. Science, 21. Junio de 2013) que la estructura genética de una persona y/o grupo étnico conduce a su tipo de educación y, a través de ello, al nivel de renta que adquiere. Cuando menos discutible. No menos hilarante es una tesis doctoral presentada en la Universidad de Harvard en la que se sostiene que los hispanos de los Estados Unidos, procedentes de países de habla hispana, se aglutinan en las clases menos adineradas y con menos recursos debido a su supuesta, que no demostrada, inferioridad genética, de estructura menos desarrollada e inferior calidad que la existente entre la población blanca. Además, en dicha tesis se infiere, en razón a que el cociente intelectual de los blancos es superior a los de los hispanos, que la supuesta inferioridad de los hispanos es debida a su inferior estructura genética.
Parecen múltiples las falacias que se incluyen en este estudio, y la primera y más flagrante es la asunción de una estructura genética propia de los hispanos, un grupo que, más que étnico, es cultural y se caracteriza por su enorme diversidad genética. El supuesto de uniformidad genética no deja de ser una valoración extremadamente subjetiva, de claros tintes racistas, aunque no menos grave es la asunción de que la calidad y el desarrollo intelectual de una persona se cuantifican objetivamente a través del cociente intelectual, prueba sobradamente conocida por su sesgo clasista, pues mide más la habilidad de respuesta al test que el nivel intelectual.
Ambos documentos dicen mucho del panorama ideológico alcanzado en círculos del establishment estadounidense, en momentos de un dominio neoliberal que requiere una teoría hegemónica, legitimadora y que justifique el enorme crecimiento de las desigualdades.
Liberación del peón (1931), por Diego Rivera.
Fresco sobre cemento reforzado en estructura de acero galvanizado, 185 x 239 cm. En el Philadelphia Museum of Art.
En Liberación del peón, Rivera
desarrolló una narrativa aterradora sobre el castigo corporal. Un labriego,
golpeado y abandonado a su muerte, es descendido de un poste por soldados
revolucionarios comprensivos, que atienden este cuerpo quebrado. El peonaje
—sistema de servidumbre a sueldo establecido por los colonizadores españoles
para forzar a los indios a trabajar la tierra— persistió en México
aún en el siglo XX. El mural presenta la injusticia de las condiciones sociales
y económicas que prevalecieron como justificación de la Revolución mexicana.
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