Sharaya, el Santón de Jandripur,
permanecía desde tiempos muy lejanos sentado a la orilla de la carretera, a la
salida de la aldea. Allí recibía las escasas limosnas y las cada vez más raras
oraciones de los aldeanos. Su cuerpo se había cubierto de una costra gris y su
pelo colgaba en grasientas greñas por las que caminaban los insectos. Sus
huesos, forrados por la piel, formaban ángulos oscuros e imposibles que daban a
la inmóvil figura un aire pétreo y estatuario que en mucho contribuyera al
olvido en que lo tenían las gentes del lugar. Sólo los viejos recordaban aún,
entre la niebla de sus mocedades, la llegada del esbelto Santón, entonces con
cierto aire mundano y dueño de una locuacidad en materias religiosas que fue
perdiendo a medida que ganaba mayores y más vastos dominios en su tarea de
meditación al pie del camino.
A pesar del poco o ningún caso
que le hacían ahora los habitantes de la aldea, y tal vez gracias a ello,
Sharaya era un atento observador de la vida circundante y conocía como pocos
las intrincadas y mezquinas historias que se tejían y borraban en el pueblo al
paso de los años.
Sus ojos adquirieron una dulce
fijeza de bestia doméstica que las gentes confundían con la mansedumbre de la
imbecilidad y que los prudentes reconocían como reveladora de la luminosa y
total percepción de los más hondos secretos del ser.
Tal era Sharaya, el Santón de
Jandripur en el Distrito de Lahore.
Sharaya, El último rostro, Alvaro Mutis, 1990.
Mimosa o Silla con flores (1890), por Cristobal Rojas. Óleo sobre tela, 33,7x24,6 cm.
Galería de Arte Nacional en Caracas, Venezuela.
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